Un vídeo doméstico
Entresuelo. Daniel Gascón. Mondadori. Barcelona, 2013. 108 páginas.
Por Luis Borrás
Todos tenemos una familia. Todos podríamos contar alguna historia de nosotros mismos y nuestros abuelos, padres, hermanos o tíos. La diferencia está en hacer o no atractiva esa historia.
Está claro que todo resultaría más fácil si nuestro abuelo hubiera sido diplomático en la Segunda Guerra Mundial y no dependiente de una ferretería en una capital de provincias. Con una vida apasionante y en una época convulsa es más fácil escribir una novela o hacer el guión de una película entretenida y correcta. Pero cuando nuestro abuelo no fue otra cosa que un tipo corriente con una vida vulgar y anodina como la de cualquiera puedes contar su historia, hacerle protagonista de una novela, pero entonces necesitas algo más; necesitas contarla de manera que la literatura –la forma en que la cuentas- te salve ese guión de la mediocridad y la indiferencia.
Todos podemos utilizar a nuestra familia de inspiración. Podemos servirnos de ella para buscar y encontrar argumentos y personajes. Desde una parte de verdad crear, inventar, transformar la realidad y hacerla materia de una colección de relatos o una novela. No es el caso de Entresuelo. Daniel Gascón ha decidido no mentir, contar la verdad sin más. Es una opción válida, pero qué pasa entonces si se opta como ha hecho él por contar los hechos con un realismo radical, descarnado, en crudo, sin imposturas. Pues que si lo que se narra no se cuenta con el contrapeso de una voz que lo haga atractivo, singular o diferente, se convierte en doble vulgaridad. Y esa es la carencia de Gascón. Que falla en la forma.
Y es que Gascón nos ofrece un vídeo doméstico como si él fuera el único que tuviera una cámara y el suyo fuera un documento excepcional cuando hoy en día hay miles –millones- que tienen una cámara digital y hacen vídeos como ese. Si visionamos el nuestro y el de Entresuelo no encontraremos ninguna diferencia. Hechos y hechos sin un montaje original y sin ni siquiera el mérito de una seductora voz en off.
Cuando hoy en día hay gente capaz de hacer creativos y originales cortometrajes con un teléfono móvil Gascón nos ofrece un libro que es un anodino retrato familiar con un valor y un interés estrictamente particular. Lo único que Gascón hace es un inventario de recuerdos –en muchas ocasiones copiando a Perec y su manoseado Me acuerdo– que seguro que a su madre, a su padre, a sus hermanos, tíos y primos les hace mucha ilusión, pero que a los demás nos produce indiferencia y suspicacia.
Entre las virtudes con las que se nos quiere vender esta “novela” están que refleja “el cambio paulatino de una mentalidad cerrada, rural y religiosa a una visión abierta, urbana y laica”. O sea algo que ya se ha contado infinidad de veces como, por ejemplo, lo hizo Pedro Masó en La familia, bien, gracias con guión de Rafael Azcona y en La gran familia… 30 años después. Se dice que sus “personajes” son “inolvidables” y en ellos no encuentro ninguno mejor que los de mi propia –y cualquier- familia con sus miserias, dificultades, virtudes y defectos. Se dice que es una “autobiografía indirecta” y que es una “aproximación lateral a las últimas décadas de la historia de España”, es decir que para eso me vale con ver Cuéntame y que cualquiera de sus guionistas tiene más mérito que Gascón porque la literatura debe ofrecerle algo al lector que no pueda ver en la televisión.
El que se “hable a la ligera” es una buena descripción. Esta es una “novela” amena, es el típico libro que se deja leer sin requerir un esfuerzo intelectual. Los recuerdos de Gascón le traerán al lector los suyos propios. Con los emotivos recuerdos ajenos recordará a sus abuelos; los veraneos en el pueblo; la infancia; las anécdotas que dejan una sonrisa y las multitudinarias, alegres y ruidosas comidas familiares. Pero esa ligereza es una virtud escasa y esa emoción compartida algo muy básico, un simple acto reflejo. ¿Dónde queda el escritor, su utilidad y su diferencia? ¿Dónde la literatura y el intento de hacer de ella algo inaccesible y fuera de lo común?, ¿dónde su valor, la belleza y dificultad que la hace distinta, inigualable? ¿Para qué queremos un escritor que se convierte en una máquina, un reproductor por escrito de imágenes y sonido y hace de la literatura un archivo que podemos contemplar en una pantalla?
Entiendo que Gascón quiera conservar la memoria de sus abuelos y compartir ese recuerdo con su madre, su padre, su hermana y el resto de su familia. Resulta emotivo pero es seguro que hay cientos –miles- de personas que podrían escribir un libro similar a este Entresuelo. Seguro que muchos serían peores, pero es muy probable que alguno fuera mejor y que sin embargo su autor si quiere verlo publicado esté condenado a ese limbo de la autoedición.