Diario de una estudiante en Paris: Rivoli 59, una isla artística en medio de la ciudad
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Eran casi las seis de la tarde, la habitación de la residencia había agotado todas sus posibilidades. El sol que había estado presente a largo de todo el día, todavía era visible entre algunas nubes que ocultaban su descenso. Había transcurrido el día entre la lectura de libros y la pantalla del ordenador, tomando apuntes con la esperanza de que tarde o temprano alguna idea surgiera en medio de aquel heterodoxo recorte de citas. Con la sensación de haber cumplido, al menos por el día de hoy, con el trabajo que me ha traído hasta aquí, contemplo la posibilidad de salir, ir a la estación de Cité Universitaire, coger la línea B del RER y bajar algunas paradas más allá, cruzar subterráneamente el Sena. Los apuntes a medio escribir me retienen todavía frente al escritorio, “mi vida no puede continuar en su desarreglo actual”, comentaba con remordimiento Gaziel el diez de agosto de 1940; “hace muchos días que no trabajo. Sobre la mesa de estudio tengo un montón de apuntes incompletos y de libros intactos, abandonados”. Veo mi escritorio entre las líneas escritas por el periodista y, aunque sé que desde que llegué a Paris, los devaneos urbanos no han marcado con exceso mi rutina diaria, alargo por unos minutos más mi atención en el texto que Françoise Choay escribió en homenaje y alabanza a la obra de Haussmann. “En el año 1870, durante el sitio de París, Ernest Renan escribió sus Diálogos filosóficos”, recuerda en su diario Gaziel, “de esta forma consiguió llenar estoicamente sus horas de ocio y melancolía”. “He resuelto encerrarme en mi cuarto y no salir de allí en todo el día”, concluye el periodista en aquel 1914, escasamente meses después del inicio de la guerra y cuando faltaban poco tiempo, días, meses, para que Francia se dividiera ideológicamente en dos.
Hoy la realidad es bien distinta: si bien la efervescencia de aquella belle èpoque ha quedado en un efímero recuerdo, la capital francesa vive en una extraña tranquilidad, entremezclada entre la melancólica aceptación de un presente marcado por una crisis económica y social de la que la gran república ha sido,también ella, presa, y la indiferencia de quien se aferra a una situación de privilegio con respecto a sus países vecinos. “Aquí todavía es posible encontrar trabajo”, me comenta un amigo que, tras diverso años viviendo en París, no tiene intención de regresar a Barcelona, “regresar es un suicidio laboral, es condenarse al paro”. “En París el dinero fluye, cada vez con más lentitud, pero todavía se pueden hacer cosas”, me comenta otro compañero de la residencia, mientras me explica los trámites que está haciendo en el intento desesperado de no regresar a España, “allí no hay nada”, concluye, antes de seguir con su recorrido burocrático. Son las seis y media cuando, tras debatirme unos minutos más frente al texto de Choay, decido salir, abandonarme al mismo dilectantismo de paseante que había despertado en Gaziel un “grave remordimiento”. Ya habrá tiempo mañana para arrepentirse de las lecturas dejadas a medias, pienso mientras camino por una transitada y comercial Rue Rivoli. Tiendas de moda, perfumerías, grandes almacenes, configuran el decorado de aquella calle, en la que los grandes escaparates ofrecen productos de todo tipo a través de llamativos descuentos. Las tiendas están llenas, los clientes salen con bolsas y frente a las cajas se forman largas colas; “en París la gente sigue comprando”, me había comentado días atrás Estela, “eso sí, siempre que haya descuentos”. Caminar por Rue Rivoli es caminar por una calle cualquiera de una ciudad cualquiera: Portal de l’Angel, calle Preciados, Via del Corso y, ahora, rue Rivoli, un mismo escenario en el que solamente cambia la banda sonora de los diálogos. Tentada de regresar hacia atrás, hacia Châtelet, una pequeña valla publicitaria en medio de la acera izquierda me obliga a detenerme: “ici 30 ateliers d’artistes attendent votre visite. C’est gratuite! Et les artistes son vivants”.
Es el número 58 de Rue Rivoli, un viejo edificio se enalza, en medio de la homogeneizante sucesión de tiendas, entre desgastados carteles que anuncian los distintos artistas que se esconden entre sus paredes. A la entrada, un atril sostiene los nombres de los artistas que, distribuidos en las cinco plantas del edificio, han instalado allí su atelier. Antes esto fue un banco, me explica la joven que está en la entrada; como tantas otras sucursales, cerró hace algunos años y fue entonces cuando, el uno de noviembre, no acaso día de los muertos, de 1999, los KGB (Kalex, Gaspard, Bruno), ocuparon el local dándole una nueva vida, reconvirtiéndolo, junto a la colaboración de otros artistas que se unieron en el proyecto, en un lugar de cultura en el que los artistas no sólo pudieran crear, sino también exponer su obra. Rivoli 59 es desde entonces, algo más que un lugar de exposición y de creación, es la propuesta de una política-cultural distinta que, alejada de las subvenciones estatales y de las élites económicas propias del mercado artístico, abre las puertas a la ciudadanía, eliminando los intermediarios entre el artista y el espectador. “La única obligación que tienen los artistas es el de permitir el acceso a sus ateliers” y, en efecto, en los distintos pisos del edificio se entrecruzan los artistas, de nacionalidades diferentes -de Italia a Polonia, pasando por Argentina y, evidentemente, por Francia- con los “visitadores”, que siguen las flechas dibujadas en las paredes. Contemplo el silencio un mosaico que cuelga en una de las paredes, mientras a mi lado, su creadora, Erica Stefani, golpea con un pequeño martillo de punta fina una piedra de tonalidad azulada. En la habitación de detrás, cuelgan las telas dibujadas con rostros de niños de Andrea Volpi. Encima de una de sus mesas de trabajo, encuentro una vieja fotografía de los años cincuenta, retrato oficial de uno colegio femenino. Vestidas todas de negro, las jóvenes posan con sus profesoras, la mayor parte, religiosas con ostentosos vestidos negros y blancos cuellos almidonados. Encima de la fotografía, garabateada en lápiz, cuelga una gran tela en la que se observa la reescriptura que, todavía sólo con trazo a lápiz, Andrea Volpi está haciendo de la fotografía.
Recorro con calma los ateliers de los artistas me tenengo frente a las obras, dispares todas entre ellas; los géneros artísticos se mezclan como la proveniencia geográfica de sus autores. En el último piso, me detengo ante el híper-realismo de Zofia Blazco; el retrato de una joven mujer vestida con un blanco y ceñido vestido y sentada, con la pierna entrecruzada, en un también blanco sofá preside su atelier: Klaudia w białej sukience es el título de este óleo, con el cual me despido de mi visita y comienzo a descender por las caracoladas escaleras. Al salir a la calle, vuelvo a estar inmersa en el anónimo consumismo de Rue Rivoli; las mismas bolsas, las mismas marcas, incluso, los mismos rostros hacen de la calle el reflejo de una sociedad alienada de la que, por mucho que nos neguemos, todos formamos parte. Isla en medio de un océano de nauseabunda homogeneidad, Rivoli59 se ensalza como un lugar de resistencia cultural, pero también humano, un lugar donde los artistas y los visitantes reencuentran a través de la expresión artística la subjetividad arrebatada por un escenario urbano sin nombre ni geografía. En medio de la nada globalizante, Rivoli 59 es la imagen de aquella París en la que todavía es posible hacer algo, donde todavía no se han cerrado todas las puertas.
Diario de una estudiante en París: Brassaï y los paraguas
https://www.culturamas.es/blog/2014/02/21/diario-de-una-estudiante-en-paris-brassai-y-los-paraguas/
Excelente!!
Muchas gracias!!
Lástima que esté tan mal escrito. He contado más de veinte faltas de sintaxis, ortografía y puntuación: acentos equivocados (eferverscéncia, republica, etc.), comas entre sujeto y predicado, carencia de puntos entre oraciones o verbos repetidos detrás de una digresión, entre otras chapuzas. ¿No revisan y editan los textos? ¿Quién escribe así?
tienes razón. me he dado cuenta, de hecho lo he corregido pues eso de escribir y editar a la vez, muchas veces no es tan fácil. Asumo mi culpa