¿Alternativas a ARCO?
Por Ernesto Castro.
No las busques en ArtMad; el salón de los rechazados que parecía apuntar maneras hace años y figuraba en todas las porras como eterno opositor a la corona feriante y mercantil se ha vuelto en esta edición pasto de las excursiones de instituto que van a confirmar a los chavales los prejuicios asentados sobre el arte actual, que según dicen murió con Antoni Tàpies o se sobrevivió a si mismo y sigue zombi como Miquel Barceló. ¿Algún pintor fuera de la edad de jubilación, por favor? Haberlos haylos, pero son tan malos que merecen sufrir el formato expositivo de moda en ArtMad, que consiste en acumular movidas hasta la claraboya, no menos de cinco piezas por metro cuadrado, como si aquello fuera una Wunderkammer y sus clientes, nobles que compran obra al peso.
En algo aciertan los expositores, algunos de los cuales tienen la cortesía de colaborar con Intermon Oxfam; en general todos los One Proyect, que simplifican trayendo un solo artista, o bien aciertan con nuevas apuestas (no es mi rollo, pero hay que reconocer la solvencia de Anna Taratiel y sus trabajo abstracto-espacial; entrar en el espacio CiS Art es como hallar un oasis de seriedad galerística en mitad de aquello), o bien arman una sala del terror para niños a mitad de camino entre L’Oceanogràfic y una disco cuando encienden las luces (peores bichos he visto yo nell mezzo del cammin di nostra vita, pero nunca peor escultura que la que tienen montada en Fontanar: Océano Plástico, una reflexión sobre los desechos marinos donde Javier Ayarza aspira a Ben Clark del circuito escultórico y se queda en Charles Bukowski, poeta de lo patético).
¿Alternativas? Buscadlas en el propio ARCO. Allí tenéis pared con pared las galerías Malborough, Leandro Navarro, Dan, Guillermo de Osma y Levi, que son tan alternativas que llevan al espectador de vuelta al Museo Arqueológico solo con pisar esos suelos bien acolchados y ver esa iluminación ultratenue. A diferencia de años previos, esta vez nadie puso techo a su stand, ni siquiera los que llevan a Miró como joven promesa; craso error porque en verdad todos buscamos cobijo en el amplio seno del modernismo. Hablando de senos, ¿esperan que critique el Congress Topless de Yann Leto? No caerá esa breva; me decía Eugenio Merino, otro que tanto monta: «Lo raro sería que no haya sexo en ARCO». Vivimos más obsesionados que los victorianos con infringir el noveno mandamiento mosaico («No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno») y sin embargo nuestros artistas hablan de todo menos de quien-tú-sabes.
Ahora en serio, espacios que mantienen ciertas formas: (a) Max Estrella, que es como una domus romana, que recibe en el pórtico de entrada con un Carlos León poderoso y geométrico (el ostium), tiene la salita de estar llena de Marlon de Azambuja (el atrium) y ofrece como refrigerio la frescura que destila la traducción de la escala de grises en intensidad sonora cortesía de Almudena Lobera (el impluvium); (b) Ángeles Baños, que sabe combinar el detallismo y lo vendible, las maquetas de casas en lugares como Michigan o Ohio hechas por Ignacio Bautista y la geopoppolítica a factura de Manuel Antonio Domínguez, entre otras cosas, coronadas por la Depression View de Daniel Martín Corona, una cartografía psicológica de profundis; (c) ADN, que cojea igual que yo del pie izquierdo, y que no requiere ulteriores comentarios, porque aquí estoy siendo parcial con lo que me gusta en términos ideológicos, salvo decir que trayendo a Nuria Güell, Adriana Melis y Carlos Aires, entre otros, el galerista muestra ser único en no avenirse a componendas desideológicas metaferiales.
No se puede decir lo mismo de otros, y aunque sea habitual callar de lo que no puede hablarse, reconocer a los buenos y otorgar ante los malos, hay varias galerías que merecen un tirón de orejas; yo llevo yendo a esta feria desde antes de tener edad de razón y hay peña que antes molaba (expositivamente hablando) pero que este año no tiene su ‘Progresa Adecuadamente’: (α) Espacio Mínimo sorprende con fotografías de gente en apuros y con monadas high tech, un video de un juego de manos que parece encarnar el espíritu trilero (te la clavan by the face) de lo contenido en ifema; (β) Nogueras Blanchard incurre en la bobada, graffiti sobre lienzo con el título de Philosopher (quien juega con Platón, se quema) y un chasis rollo fluxus con láser verde sobre pared; (γ) Helga de Alvear pierde la noción del espacio propio, su stand toma unas dimensiones que ni los establos de Augías, donde caben desde metales abollados hasta obra gráfica con rótulos cínicos y un Thomas Ruff. #CristoMal
A nivel individual descuella sobre el conjunto, varias cabezas por delante en la carrera, el performance de Hector Zamora, documentado para Luciana Brito, donde unos peones de la construcción se lanzan ladrillos formando circuitos de cadenas humanas cerradas con formas geométricas de divertido atletismo y cuyo título, Material Incostancy – Istambul, incorpora una reflexión sobre las últimas revueltas populares exitosas; pienso de inmediato en Gamonal, claro está, donde el objetivo del sujeto colectivo violento era el mismo que estaba siendo peleado en la plaza Taksim: parar las obras de especulación inmobiliaria arrojando sobre los perros policías el material de construcción de la infamia.
¿Y las ventas? ¿Qué tal han ido? ¿Cómo saber quién vende cuánto? Bastaría con dejar de mascullar «Estamos petándolo», como me han dicho varios amigos que tengo de becarios a modo de espías y dobles agentes (galerista: vigila tu espalda), y empezar a mostrarme una contabilidad transparente (como algo opuesto a que sea doble, por ejemplo) y que justifique reclamar reducciones sectoriales de impuestos cuando todos sabemos cómo se compraba antes de la crisis, aquellos años dorados, cuando había gente que tenía tachada la palabra ‘factura’ de su diccionario y todo lo demás se lo llevaba la Fundación Coca-Cola. Y no digo más, que ya habló Eduardo Arroyo:
«la verdadera protagonista de la feria es Madrid, que siempre encantará a provincianos y extranjeros porque se pueden emborrachar a buen precio y hacerse servir una paella —pongamos por caso— a las dos de la mañana. Oigo a propósito del IVA al 21 por ciento que los coleccionistas foráneos prefieren comprar obras en el extranjero, porque les cuesta menos que las ofrecidas por las galerías españolas.»
Y solo cabe añadir que yo he visto buenas piezas de Mateo Maté en la Maxweberfriedrich (alemana, natürlich) y en NF (Reino de España); me gusta más La Arqueología del saber que exponen en la segunda, periódicos esculpidos formando montañas, pero quizá el lector prefiera analizar el mercado y la especulación sobre bienes artísticos, pues Kunst = Kapital, y entonces los paisajes que exponen en la primera, hechos con la paleta de los uniformes militares de camuflaje, podría servirle como retrato del coleccionista prototípico: larvatus prodeo, que dijera Descartes.