Por Jaime Fa de Lucas.

herMucho ha tardado en aparecer una película que tratase el tema del romance entre un humano y una máquina. Digo esto porque ahora mismo, si levantamos la cabeza en cualquier medio de transporte público, lo que podemos observar es una marabunta de cuellos encorvados hacia el dispositivo electrónico de turno. Todos nosotros, al fin y al cabo, vivimos un romance continuo con la tecnología. Spike Jonze ha decidido ir un poco más allá para intentar mostrarnos el nuevo campo de relaciones que puede abrir la inteligencia artificial en el futuro y en el que ya no sólo daremos a unos botones y veremos cómo responde el cacharro, sino que hablaremos con él y podremos establecer una relación personal que para los más románticos podrá ser una vía hacia el amor.

¿Por qué Her como título? ¿Por qué no She, como la inolvidable canción de Charles Aznavour en Notting Hill? El diccionario Merriam-Webster dice “her: relacionado con o perteneciente a una mujer, chica, o hembra animal”, y aclara “de o relacionado con ella o su persona especialmente como poseedora, agente, u objeto de una acción” –la traducción es mía–. La partícula her desplaza al she que se utiliza como sujeto y a través de ese desplazamiento cuestiona la identidad de Samantha (voz de Scarlett Johansson) al mismo tiempo que nos habla de la transferencia de poder que sucede en la película. Si en un primer momento es ella la que pertenece a Theodore (Joaquin Phoenix), ya que es un software que él activa y desactiva a su antojo, al final de la película es él quien le pertenece debido a los sentimientos que desarrolla por ella.

Por muy bonito que pueda parecer todo esto, el resultado final no es tan positivo. Spike Jonze parte de una idea inicial muy interesante, pero no consigue llevarla a buen puerto. El desarrollo cae en lo convencional hasta el punto de que si sustituimos al programa de ordenador por una chica de carne y hueso, no cambia nada. Incluso si Scarlett Johansson se hubiera materializado de repente en la pantalla, los espectadores masculinos no hubiéramos hecho ascos. El único ejercicio creativo que ha hecho Spike Jonze es sustituir una mujer humana por un programa, todo lo demás es la misma historia de amor que hemos visto mil veces en las tardes de Antena 3. Y es que el guión de las dos mejores películas que ha dirigido Spike Jonze hasta el momento –Cómo ser John Malkovich (1999) y El ladrón de orquídeas (2002)–, salió de las manos de Charlie Kaufman. Aquí se le echa de menos.

Puestos a comparar, podríamos decir que esta película está por debajo de Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2007) –con la que guarda muchas semejanzas–,  donde Lars (Ryan Gosling) se encuentra en una situación semejante a la de Theodore –personaje relativamente asocial e incapaz de afrontar las relaciones personales– y decide comprar por internet una muñeca hinchable con la que establece una relación. Además de cuestionar el conflicto realidad-ficción en el amor, que es a lo máximo que aspira Her, en el film de Gillespie también apreciamos un conflicto social con amigos y familiares, con mucho humor, donde éstos finalmente aceptan la “locura” de Lars. Jonze no profundiza en ningún momento, da cuatro brochazos y se va a dormir. Quizás el director cree que con pasear la cámara por la ciudad un rato y mostrar unos cuantos rascacielos iluminados ya ahonda en la soledad y discute el paradigma tecnológico en la sociedad. Falta reflexión y ferocidad crítica. Sólo trata el plano romántico. El film podría haber criticado, por ejemplo, la decadencia social relacionada con la tecnología y cómo ésta desencadena un analfabetismo emocional que obliga a desarrollar conductas antinaturales para satisfacer necesidades básicas.

her2Otro de los puntos a criticar es la inverosimilitud, ya que abunda en la película. Por ejemplo, la cercanía del software a lo humano roza el absurdo. El software es capaz de percibir, intuir y sentir casi todo –hasta se pone cachonda sin tener terminaciones nerviosas–. Se obvia el paso que va de la inteligencia artificial a cualidades que son puramente humanas. Spike Jonze supone que el programa, a través de internet, aprende que si la voz de Theodore flojea es porque está preocupado. Desde luego que al Youtube no acudirá para aprender esas cosas, a saber… Tal es su intuición sobre la dimensión física que hasta consigue una chica para que ponga la carne, es decir, a pesar de recibir estímulos positivos sobre su relación con Theodore, ella es capaz de intuir que lo físico está insatisfecho. En fin… Otra situación inverosímil aparece cuando Theodore descubre que Samantha habla con muchos humanos a la vez. Aquí Jonze, en primer lugar, miente, porque no da las condiciones del software, oculta información para dar un giro efectista después, y en segundo lugar, yerra, porque es obvio que nadie compraría un programa tan íntimo sabiendo que éste tiene la posibilidad de hablar con otros. Es como si vas a comprarte una bici y una de las condiciones es que la puede usar todo el edificio. No tiene lógica. Y dudo mucho que los creadores del software sean tan tontos.

Un elemento importante que ha pasado por alto Spike Jonze es la voz. Supuestamente, al principio rodó la película con la voz de una actriz desconocida, pero después cogió a Scarlett Johansson y tuvo que volver a grabarlo todo. Creo que es un grave error utilizar la voz de una actriz famosa porque el espectador inmediatamente asocia la voz a la imagen de la actriz, que es precisamente lo opuesto de lo que se debería buscar. Esa desmaterialización de la amada no se produce totalmente en el espectador y por tanto, el relato pierde fuerza en uno de sus pilares. Aquí podríamos cuestionar la moral de Jonze y del cine en general, que hasta en casos en los que es contraproducente, prefiere elegir una celebrity para el papel. Por suerte, en España la voz la pone la dobladora Inés Blázquez, a quien muy poca gente podrá poner una cara y un cuerpo.

Lo único de lo que puede presumir Spike Jonze en esta película es de lo conseguida que está la atmósfera. La fotografía es muy buena, transmitiendo a la perfección esa calidez que busca. El vestuario y los escenarios también invaden la pantalla con colores cálidos, diferentes tonos de rojos, naranjas y amarillos, que enfatizan el carácter romántico de la historia y dan cierta vivacidad al entorno. La banda sonora, con una participación cuantiosa de Arcade Fire, acompaña con temas suaves y muy ligeros que modulan el ánimo del espectador y lo conducen hacia esa emotividad aséptica que lo embriaga todo. Joaquin Phoenix cumple su función de persona romántica que se gana la vida escribiendo cartas de amor para otros –ligera crítica social–. Tampoco se le exige demasiado, un papel relajado en el que no sobresale tanto como en The Master (2012) o I’m Still Here (2010) que requerían una carga interpretativa de mayor calado.

La anécdota: en 1987 un grupo de programadores españoles creó un software que se llamaba Herbie. Era un programa de inteligencia artificial –sin género definido– que podía mantener una conversación más o menos coherente con cualquier ser humano. Yo mismo lo tuve instalado en mi ordenador en su tiempo y la verdad es que te reías mucho. El programa aguantaba el tipo bastante bien, pero cuando complicabas un poco las frases perdía el norte. Curiosamente, este programa grababa los archivos con una extensión .her, así que la profecía se ha cumplido en la pantalla. Esperemos que las palabras del oráculo cinematográfico no traspasen la ficción.