“Nothin’ But Blood” de Scott H. Biram. El hombre orquesta del sonido de raíces
Por Kepa Arbizu.
¿Lo que hace Scott H. Biram es blues?, ¿country?, ¿folk?, ¿incluso punk? Pues todos esos, y alguna que otra cosa más, son los ingredientes que contiene la música de este auténtico, y relativamente joven (nació en 1974), “hombre orquesta” oriundo de Texas y quien es capaz de amalgamar lo mencionado y presentarlo de una manera tan cercana a su esencia como por medio de una crudeza y salvajismo digno de mención.
A través de sus catorce años de carrera musical ha desarrollado una manera de afrontar las raíces norteamericanas que ha ido derivando desde una forma más tradicional, y por lo tanto acústica, a otra más abierta y en la que la electricidad ha ido entrando en juego hasta ser parte sustancial del proyecto. Casi tanto como esa manera ruda, en muchos momentos, de afrontar los géneros, a la que le va muy bien su cada vez más rasgada voz.
“Nothin’ But Blood”, en ese sentido, es la consolidación de ese viaje. Por medio de su explícito título y portada, en la que aparece “bautizado” en sangre, deja claro que el músico plantea un crudo recorrido emocional en el que, como manda la tradición de esta música, cabalga entre el bien y el mal, entre la desesperación y la esperanza, en definitiva, entre Dios y el diablo. Y para ese recorrido el maestro de ceremonias elegido es el propio Scott H. Biram.
Dentro de esa amalgama de sonidos clásicos que el disco contiene, nos encontramos en un primer momento con su acercamiento al country, y ya desde ese instante el listón se pone de lo más alto con la magnífica e intensa “Slow & Easy”, donde se funde con un tono rock creando una ambientación cercana a la épica y que firmarían los mejores Drive-By Truckers . En el mismo sentido cabalga en el sabor más tradicional y con un deje gospel para presentar “Gotta Get to Heaven”.
A la hora de abordar el folk lo va a hacer con elegancia, sobriedad y en consonancia con autores clásicos del género que abarcan desde Phil Ochs a Ramblin’ Jack Elliot, como se puede apreciar en “Never Comin’ Home” o “Nam Weed”, en la que interpreta de forma serena y flirteando con el “recitado” a veces. En el álbum nos vamos a encontrar con unas cuantas versiones y alguna encuadradas en este mismo tipo de composiciones, ahí esta el caso por ejemplo de “I’m Troubled” de Doc Watson que lógicamente recurre a un deje campestre. Para estas ocasiones, cuando tira de repertorio ajeno, su sonido se vuelve más retro, menos brillante, precisamente para conseguir adaptarse mejor a esa mirada hacia el pasado. Un método que también utilizará en “Jack of Diamonds”, un blues clásico electrificado con virulencia, o en la conocida “Backdoor Man”, donde incluso llega a imitar el tono de voz de Howlin’ Wolf.
El lado más visceral, canalla y potente en cuanto a sonido se refiere, llegará por medio de temas como “Church Point Girls”, que perfectamente pasaría por parte del repertorio de Motörhead; la atronadora “Only Whiskey”; la heavy “Around the Bend”, que se convierte en una filigrana guitarrística, o “Alcohol Blues”, otra nueva versión, esta vez de Mance Lipscomb, pero electrificada al máximo y convertida casi en un hard rock boogie.
Scott H. Biram vuelve a demostrar, y ahí reside buena parte de su encanto y genialidad, con este “Nothin’ But Blood” que a pesar de lo parco en la utilización de instrumentos es capaz de manifestarse con calidad en formas más íntimas y clásicas como sacar todo su lado animal y no dar ningún tipo de concesiones. El texano sabe manejar a la perfección esa dicotomía que le hace tan especial, reconocible y necesario.
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