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Charla con Luis Gonzalo Díez acerca de «La barbarie de la virtud»

 

«Mientras la libertad de los antiguos consistía en la “participación activa y constante del poder colectivo”, la de los modernos estriba en el “goce pacífico de la independencia privada”. Esto les lleva a fijar como principal objetivo político el establecimiento de un marco institucional y procedimental pensado para garantizar la “seguridad de sus goces privados”

Luis Gonzalo Díez (Madrid, 1972) es doctor en Ciencias de la Información y licenciado en Ciencias Políticas. Actualmente, imparte clases de Historia y Sociología en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid. Ha publicado dos libros: La soberanía de los deberes. Una interpretación histórica del pensamiento de Donoso Cortés (2003) y Anatomía del intelectual reaccionario: Joseph de Maistre, Vilfredo Pareto y Carl Schmitt (2007). Colaborador en distintas revistas culturales, ha publicado también un libro de poesía titulado Pájaros del azar (1998).

La barbarie de la virtudLa barbarie de la virtud.  Luis Gonzalo Díez.  Editorial Galaxia-Gutenberg, 2013.  208 páginas.  19,00 €

La cultura política contemporánea constituye un enclave privilegiado para pensar la historia. Las oportunidades y riesgos de las sociedades abiertas, el malestar que sucede a los entusiasmos revolucionarios, la ambigüedad de la democracia en tanto forma de Estado y credo ideológico, la mezcla de euforia y crueldad en los regímenes totalitarios y el suelo demasiado humano de las utopías… Cuestiones que transmiten la insegura esperanza de un progreso ambivalente, de una libertad irrenunciable, pero cuyo ejercicio se inclina, con demasiada facilidad, a luchas enconadas y empresas de final incierto. La contradicción de un pasado lleno de claroscuros que ha abierto una brecha en el presente por la que solemos despeñarnos al tratar de comprenderlo. Un libro que pretende acotar históricamente las fuentes de nuestra actual perplejidad.

 

P.- La virtud personal como cualidad asociada a la buena conducta, ¿realmente puede llevar a la barbarie?

Más que a esa virtud puramente moral, yo me refiero en el libro a los extravíos y delirios que puede ocasionar en la mente y la conducta del hombre la política convertida en absoluto, en criterio ideológico para redimir nuestra corrupta naturaleza. En este sentido, la virtud sí puede terminar en la barbarie, y además con la conciencia de estar haciendo lo correcto por parte de sus instigadores.

 

P.- Vistas las barbaries acaecidas el pasado siglo, ¿estaríamos hablando de un ciclo marcado por el fracaso humano? ¿O como se ha dicho siempre, de los errores se aprende?

Creo que el ser humano es una criatura reincidente a la que la memoria de sus excesos le suele durar poco. Por eso, aunque nuestros tiempos no sean de barbarie de la virtud, conviene siempre estar precavidos frente a todos aquellos empeñados en decirnos cómo ejercer nuestra libertad dado que no terminamos, a su juicio, de estar al nivel exigido.

 

P.- ¿Solo a través de lo ocurrido en el pasado puede entenderse nuestro presente? ¿Vivimos en la actualidad condicionados precisamente por ese pasado?

El pasado es una, no la única, manera de afrontar el presente. Más que vivir condicionados por él, yo diría que su conocimiento puede servir en ciertos casos para tomar una mínima distancia respecto del presente y así poder encarar éste remontándonos por encima del ruido que rodea al presente, y que tanto confunde y tergiversa su interpretación.

 

P.- Burke, Hume, Larra, Kafka, Bloom… ¿Cuál de ellos crees que ha captado mejor la compleja realidad del ser humano y su pensamiento?

De todos ellos, siendo tan diferentes, he aprendido una cosa esencial: que cualquier balance político y moral del hombre y la sociedad debe partir del hecho de que existe una naturaleza humana, de que el hombre no es una tabla rasa que podemos convertir en lo que deseemos.

 

P.- Visto el ejemplo de determinados regímenes, ¿es la crueldad la única manera de imponerse a la razón?

No, porque sin crueldad y con astuta manipulación de nuestros deseos también podemos perder la razón.

 

Luis Gonzalo Díez.
Luis Gonzalo Díez.

P.- ¿Indignados como los actuales han existido también en nuestra historia, o quizá están más asociados a la democracia actual?

En las condiciones del mundo contemporáneo, la indignación es un ingrediente fundamental de la relación del hombre con su sociedad. Autores clásicos de ese mundo como Rousseau y Marx pusieron en circulación unos argumentos donde ya queda patente esa manera de reaccionar a hechos tales como la opulencia, la desigualdad, la alienación, etcétera.

 

P.- ¿Es la presente democracia el ideal de forma de Estado, o todavía queda mucho por hacer?

Yo diría que, en cuanto forma de Estado, la democracia es un buen arreglo siempre y cuando no se olvide nunca que, al basarse en algo tan volátil e incierto como nuestra voluntad y opiniones, todos debemos esforzarnos en mantener unos mínimos adecuados de moderación y autocrítica.

 

P.- ¿Poder y corrupción siempre a lo largo de la historia han ido siempre de la mano?

La experiencia así parece atestiguarlo. Por eso, el problema de la corrupción política debe llevarnos, más que a echar peste de nuestros políticos, a ponerles legal e institucionalmente difícil que puedan delinquir. La cuestión política siempre pendiente no es tanto esperar una regeneración moral que nunca llega (pues el ser humano es lo que es) como mejorar nuestras instituciones a partir de un mínimo de desconfianza hacia lo que somos.

 

P.- El estado del bienestar nos hizo perder la inseguridad que históricamente ha tenido el individuo. ¿Nos gobierna hoy la incertidumbre?

En este punto, me declaro seguidor de Keynes. Así como él tuvo la suficiente conciencia histórica para advertir, tras la Primera Guerra Mundial, que el capitalismo del XIX había periclitado; creo que hoy deberíamos tener la suficiente conciencia histórica para entender que el capitalismo del XX, y su relación con el Estado, debe ser profundamente repensado en términos políticos.

 

P.- Como bien marcas La barbarie de la virtud es un ensayo sobre la cultura política. Pero, ¿tenemos los españoles (en general) una adecuada cultura política?

Creo, sinceramente, que nuestro país ha avanzado mucho, en todos los sentidos, durante las últimas décadas. Pero, quizá, aún nos falta progresar más en el entendimiento de lo importante que resulta en una democracia no solo criticar las malas leyes, sino cumplir incluso éstas hasta el momento en que sean cambiadas por otras mejores.

 

P.- ¿Crees que sigue existiendo el prejuicio ideológico del hombre ante los movimientos políticos sin tener en cuenta los programas que presentan?

Posiblemente, así sea. Pero como hoy las ideologías están tan diluidas, lo que queda de ellas es un resto intelectualmente informe donde los argumentos que las sustentaban han sido monopolizados por una mera actitud emocional en su defensa. Esta política emocional sin sustento intelectual es mala para el siempre necesario debate de ideas.

 

P.- ¿Cómo pensador y profesor que te parece la actual política de recortes que a nivel de educación y cultura está practicando el gobierno?

Mi idea de este asunto me lleva a encararlo de otra manera que la usual, que no sé si es la adecuada. Yo diría que algunos han descubierto hace dos años los graves problemas de nuestra educación, como si antes no existiesen. Por tanto, el problema no viene de este gobierno, ni del anterior, y encararlo en términos del color político del partido que gobierne sirve para satisfacer nuestras emociones, pero no para analizarlo y tratar de solucionarlo con un mínimo de distancia y frialdad. A esto añadiría, como profesor, nuestra culpa como profesores en haber tolerado la imposición de un modelo educativo en manos de una especie de burocracia de pedagogos que recorta la libertad del profesor y lo convierte en un gestor de eso que ahora llaman habilidades y competencias. Me preocupa más que los recortes, la irrupción silenciosa e imparable de este modelo de obligado cumplimiento para todos, estemos o no de acuerdo con él. En la Universidad, se le conoce como Plan Bolonia.

 

Por Benito Garrido.

 

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