¡Son los actores, estúpido!
Por José Luis Muñoz.
Resulta muy difícil hacer una película de ficción sin actores. Pero de haberlas, haylas. Rarezas, sin lugar a dudas. O películas en las que los actores forman parte del decorado, como por ejemplo las últimas realizaciones de ese rara avis del cine norteamericano, poeta y místico a partes iguales, el J. D. Salinger del Séptimo Arte, Terrence Malick, en las que los actores, sin guión, andan literalmente perdidos en sus películas, no saben quiénes son ni qué tomas escogerá el director, algo que tampoco sabe él mientras está rodando. Pero lo normal es que las películas tengan actores, mientras más buenos, mejor, que son los que encarnan los personajes, los hacen creíbles, nos hacen llorar o reír con ellos, son capaces de meternos en sus cuerpos y almas. Y en eso, reconozcámoslo, nos dan a los europeos sopas con honda los norteamericanos.
Una correcta película, de las que optan a los Oscar pero que seguramente no se llevará ninguno de ellos, es Agosto. Huele a historia sabida, a otras historias sobre dramas familiares que tan comunes son en Estados Unidos sencillamente porque las familias se ven de Pascuas a Ramos, porque cada uno de sus integrantes vive lejano el uno del otro y sólo se ven las caras en los grandes acontecimientos, en las bodas, si las celebran, porque muchos optan por irse a Las Vegas y comunicar, al cabo de años, que se han casado, o en los entierros, cuando algún miembro de la familia pasa a mejor vida y todos se reúnen.
El argumento es simple. Los Weston viven retirados a las afueras de Oklahoma, en una monótona llanura barrida por el sol. Son un matrimonio que llevan muchos años aguantándose. Beverly Weston (Sam Shepard) es un poeta retirado y alcohólico; su esposa, Violet (Meryl Streep), es una adicta a las pastillas. Cuando Beverly desaparece, las tres hijas del matrimonio, Bárbara (Julia Roberts), y su marido del que se está separando Bill Fordham (Ewan McGregor), la soñadora Ivy Weston (Julianne Nicholson), la alocada Karen Weston (Juliette Lewis), que cada temporada cambia de pareja, y el matrimonio de amigos íntimos formado por Mattie Fae (Margo Martindale) y Charles Aiken (Chris Cooper), cuyo hijo el introvertido Charler Aiken “Little” (Benedict Cumberbatch) quiere en secreto a Ivy, arropan a Violet en tan difícil momento.
Ni que decir tiene que el bienintencionado arropamiento familiar alrededor de la irascible y adicta madre de familia será todo menos un camino de rosas, que en las reuniones, comidas, cenas y desayuno, se cruzarán unos a otros los reproches, que las hermanas, entre charlas idílicas en el jardín, desenvainarán las dagas por no haber cuidado suficientemente a mamá y a papá, o por ser las preferidas de uno u otra. Un drama familiar bien servido por John Wells, un director curtido en la serie Urgencias, actor ocasional en Greystoke y Revolución, que adapta con corrección la pieza teatral Condado de Osage de Tracy Letts, una película sin riesgos ni pretensiones, con algún buen golpe de efecto para sacudir a fondo a la platea acomodada, y que seguramente entraría en el anonimato si no fuera por las excelentes interpretaciones de sus actores, la de la siempre eficaz Meryl Streep, que va mejorando con los años y amenaza convertirse en una Bette Davis o Joan Crawford, y la de Julia Roberts, alejada de su glamour hortera, bien acompañadas por Ewan McGregor, Chris Cooper, que siempre llena la pantalla, y Sam Shepard.
Los actores, sin duda, son los que salvan esta película, y otras muchas que salen de la Meca del cine, las que no son meros efectos especiales para disfrute de comedores compulsivos de palomitas.