Las alas de Félix Grande
Por Antonio Hernández
De repente, como del rayo, se nos ha ido Félix Grande, a quien tanto queríamos, a pesar del cuidado modélico del Hospital de la Princesa. El parafraseo de Miguel Hernández en la dedicatoria de R. Sitjé, su amigo oriolano, no lo traigo a caso de mero recurso literario, sino a cuento de dos identidades que guardaban entre sí muchas cosas comunes. Tanto Hernández como Grande eran de extracción social poco acomodada y ambos habían pasado parte de su niñez y de su adolescencia guardando cabras. Uno, sin embargo, murió muy joven, y el otro una semana antes de cumplir los 77 años, con más tiempo para desarrollar una obra también estremecedora que arrancó hacia el público con un título, Las piedras, ganador del Premio Adonais de 1962. Luego vendría un caudal de libros tan hondos como nemorosos que llenaron de clasicismo y, al mismo tiempo, vanguardia, nuestra poesía escasamente revolucionada: Puedo escribir los versos más tristes esta noche, título expresamente nerudiano, La rubáiyátas de Horacio Martín, obra con Machado al fondo, Música amenazada o Blanco Spirituals que lo transportó famosamente al mundo hispanoamericano. Después sufrió un largo alejamiento de la poesía, tal vez raptado gloriosamente por sus emocionados estudios del cante flamenco y la prosa epilogal y menor que prologaba la mayor y magnífica de su memoria/novela La balada del abuelo Palancas.
Félix, que durante varios años dirigió Cuadernos Hispanoamericanos –un puente de ideas entre España y América– nunca estuvo lejos de la poesía, no obstante; y volvió por la puerta grande al verso, después de que yo –lo que me enorgullece vivamente– lo propusiera para el Premio de las Letras Españolas y, como jurado del mismo, lo catapultara hasta su obtención.
Por eso, pero sobre todo por muchas horas compartidas en su casa o la mía, en la calle madrileña y en viajes por toda su casa o la mía, en la calle madrileña y en viajes por toda España, éramos hermanos de corazón con un padre literario común, Luis Rosales, de cuyas Obras completas somos editores responsables. Y por eso, y mucho más, con su muerte se me ha ido algo que, amén del cariño, ya no podré tener: la poesía que le quedaba por escribir, un chorro fresco de vida que unir a su obra inacabada e imprescindible.
Le enterramos en Tomelloso, corazón cultural de la Mancha, donde había crecido. Sin embargo, todos sentimos que volaba –subía y subía– en alas de sus poemas.
Antonio Hernández
(A. Hernández es Premio Nacional de la Crítica y Letras Andaluzas.)
DOS POEMAS DE AMOR
Los dos grandes maestros de Félix Grande, a decir de sus críticos, fueron César Vallejo y Antonio Machado. De Machado se cumple ahora el 75º aniversario de su muerte en el exilio y Félix Grande ya ofreció notas de su magisterio e influencia sobre su poesía en Las rubáiyátas de Horacio Martín, un complementario suyo a la manera machadiana. El poeta, novelista y crítico Manuel Rico lo encaja en esta visión de la siguiente manera: “Machado entra a formar parte de la cosmovisión de Grande a través de sus complementarios Abel Martín y Juan de Mairena; asume el aliento de fondo en el que la meditación filosófica se entrelaza con la sabiduría popular, con el sentido común. También en la asunción del desdoblamiento dando vida al heterónimo Horación Martín”.
Ninguna muestra mejor de la poesía de Félix que unas rubáiyátas que, al mismo tiempo, sirven de homenaje a uno de sus maestros.
ELOGIO DE LA ENVIDIA
Todo en ellos es danza
y bien y sol y cierto
Juntos por la cintura
desafían y desdeñan
con la insurrección de besos
a la escarcha civil
de la moral helada
Todo en mí es lastre y yel
y sombra y nada y turbio
Hoy voy como un papel
de otoño en el asfalto
aislado como un liego
y poblado de gramas
infortunado e ininteligible
Que mis dioses me premien
esta pena este brindis y esta envidia
LO FUGITIVO PERMANECE Y DURA
Mi recién conocida Loba
no nos pidamos groseras garantías
Que dure un día un año un mes
es lateral en el amor
Que se acabe es su precio
que duela luego es su victoria
Seamos los servidores del amor
y jamás sus contables
Cierto que viene para irse
(Como nosotros
como nosotros)
(Nuestro profundo agradecimiento a Antonio Hernández y Alberto Infante por este pequeño homenaje a Félix Grande en Culturamas.)