Julia T. López: «Me siento especialmente cómoda escribiendo historias cotidianas y realistas»
Por Esther Ginés
Los amables extraños, el debut literario de Julia T. López (Madrid, 1974), cuenta la historia de Sara, una bailarina que ha vivido años en el extranjero y que se toma un descanso para volver al pueblo en el que residía su padre, que acaba de fallecer. En Saucedal ansía descanso físico y también emocional, para sanar heridas que aún no han cerrado, pero su llegada a esa pequeña localidad será más agitada de lo que esperaba. Pronto conoce a los profesores del instituto en el que su padre trabajaba, los cuales están montando de manera amateur la obra de teatro Un tranvía llamado Deseo. En medio de un caluroso verano, Sara se implica en el proyecto de ayudar a que la representación salga adelante. Julia T. López nos de su ópera prima, una historia que ahonda en temas como la madurez, la búsqueda del equilibrio emocional y las relaciones humanas.
-Dos de los grandes temas que hilan la trama son la danza y el teatro. ¿Son dos de tus grandes pasiones?
Yo fui a clases de ballet durante mi infancia y parte de la adolescencia, me encanta la danza y considero que es una profesión dura y meritoria porque es relativamente corta y muy exigente. Eso me daba mucho juego para dibujar el personaje de Sara, que ve incrementada esa sensación de desconcierto al llegar a la madurez porque se tambalea no solo su vida emocional, sino también la profesional. En cuanto al teatro, creo que es una experiencia liberadora asistir en directo al cuadro vivo de una historia que sucede ante ti sin suceder… La relación entre el público y los actores es especialmente emocionante porque todo sucede sin red, ninguna representación es exactamente igual a la anterior, aunque el texto, el atrezo y la escenografía sean los mismos. Esa situación de incertidumbre produce una tensión que, al acabar el espectáculo, se traduce en reconocimiento y gratitud. Es un ejercicio de esfuerzo humano que se une al literario para producir placer, estético y emocional.
-¿Por qué Un tranvía llamado Deseo? ¿Qué significa esta obra para ti?
A mí me gusta especialmente esta obra de Williams porque la encuentro muy lírica y, al mismo tiempo, realista y dura. Es una pieza que presenta de una manera original los contrastes entre el pasado y el presente, entre el mundo en decadencia del viejo sur estadounidense del siglo XIX y la vida moderna del XX, con la pérdida de valores tradicionales y el nacimiento de una nueva mentalidad que ha presidido nuestro mundo hasta los umbrales del XXI. Me parece perfecto el encaje de ideas, palabras, sentimientos y reacciones de sus protagonistas. Y, sobre todo, la carga significativa de los contrastes que encierra la pieza teatral. La obra me servía también para ilustrar los contrastes que aparecen en Los amables extraños y que, en cierto sentido, tienen que ver con cambios históricos, de mentalidad y de época. La novela transcurre en los umbrales del siglo XXI y los personajes se encuentran perdidos, desorientados al ver que lo que la vida les prometía, según los valores de su educación y sus expectativas juveniles, no se parece en nada a lo que han conseguido.
–Los amables extraños es una novela donde los diálogos tienen mucho peso, ¿tenías pensado desde el principio darles ese protagonismo?
Redacté Los amables extraños como si estuviera describiendo una película; además, como su hilo conductor iba a ser el montaje de una obra teatral, me pareció que la abundancia de diálogo hacía un guiño al género dramático. Mi escuela, además de la biblioteca familiar, ha sido siempre el cine, así que cuando invento una historia primero imagino lo que los personajes se dicen y después completo la escenografía y la ambientación. En el caso de esta novela, aún más porque yo quería contar una historia sobre gente corriente, natural, con personajes a los que cualquiera podría conocer en la vida real, sin grandes giros argumentales ni parajes exóticos. Quería escribir sobre el encuentro de varias personas en un momento complicado de su vida y cómo el hecho de conocerse marca, de alguna manera, su futuro.. Hay bastantes películas bajo el tejido textual de Los amables extraños: Mi noche con Maud o El árbol, el alcalde y la mediateca, ambas de Éric Rohmer; Antes de amanecer y Antes de atardecer, de Richard Linklater; cualquiera de las estupendas películas de Woody Allen o El hombre tranquilo, de John Ford.
-Nueva York y Saucedal, dos escenarios tan opuestos que ilustran uno de los temas de la novela: las elecciones que tenemos que hacer en la vida. ¿Elegir implica siempre renunciar?
Claro que sí, cuando uno opta por tomar un camino abandona otro que podría llevarle a un lugar diferente. Eso carece de importancia cuando se es muy joven porque se tiene la impresión de que tiempo no falta para rectificar y elegir otra cosa, probar en el futuro algo distinto… Pero cuando los años van pasando y uno madura, al menos eso me ocurre a mí, va siendo consciente de que las oportunidades pueden perderse para siempre. Cuando uno cumple años tiene también menos fuerzas para todo y, por tanto, sabe que ha de elegir mejor y con realismo lo que quiere y puede hacer con su vida. De ahí surge ese miedo a equivocarse en la madurez, pero esto también es una percepción equivocada de la realidad porque conservar lo que uno tiene, si no le termina de gustar, le impide llegar a algo que le haga más feliz. Y la felicidad es de lo que trata todo, desde mi punto de vista. La búsqueda de la felicidad a través de ese difícil equilibrio entre las distintas opciones es uno de los temas centrales de Los amables extraños y una preocupación importante de sus protagonistas.
-Como autora, ¿qué tipo de historias son las que más te interesan?
Cualquier historia puede ser interesante a la hora de escribir. Yo distinguiría entre lo que escribo por puro placer o distracción, que no va a leer nadie, y lo que escribo para que se enfrente a un lector. En el primer caso puedo abordar cualquier tema, mientras que en el segundo caso, creo que soy mucho menos ambiciosa y más cauta. Quizá me sienta especialmente cómoda escribiendo historias cotidianas, realistas, de personajes con los que podríamos identificarnos todos un poco. Tal vez esa sea la influencia recibida de mis escritoras inglesas del siglo XIX, a las que admiro.