Breve encuentro, Luis Alberto Comino

BREVE ENCUENTRO.

 

Esperar duele, olvidar duele,

pero el peor de los sufrimientos es no saber qué decisión tomar

Paulo Coelho

Como cada mañana de sus cortas vacaciones de invierno, MAX cogió el metro y se bajó en la plaza de Opera. La mañana era espléndida y el olor del Madrid castizo le hizo una vez más recordar sus años de juventud, cuando a la salida de la facultad, recorría Moncloa con sus compañeros deseando darse de bruces con la vida en cada esquina.

Giró a la derecha del Teatro Real y como todas las mañanas, se encaminó hacia el Café Real. Ya era una tradición que se había autoimpuesto; para escribir o leer, las mañanas en el Real, las tardes en el Gijón; para escuchar jazz, las noches en el Central, Esa era su rutina y así era la vida de Max. A pesar de que no eran tiempos para ello, se seguía sintiendo un bohemio, como los muchos que por Madrid habían copado cafés y tertulias a lo largo del siglo XIX y XX.

Eso sí, siempre en soledad. Como un espíritu de otro tiempo que descendía a los locales emblemáticos de la capital, condenado por una vieja maldición.

Al entrar al café se dirigió a la mesa del fondo, justo delante de la escalera que daba a la planta superior- Un simple “Buenos días”, contestado desde detrás de la barra bastaba para hacer la comanda. Eran tantas las mañanas en las que seguía la misma rutina casi litúrgica, que ya no tenía que pedir nada. Se despojó de su gabán, de su bufanda y de la gorra que protegía su incipiente calvicie y los dejó atropelladamente sobre el banco corrido que cubría la pared, mientras se sentaba, como siempre en la silla de mimbre protegido por la esquina del local. Antes incluso de que pudiese llegar a sacar su cuaderno de notas, la camarera deposito en el extremo opuesto de la redonda mesa su descafeinado con leche (hay que cuidar la tensión) y su croissant a la plancha sin mermelada ni mantequilla.

Max sacó su cuaderno y retiró la goma que cerraba el mismo, iniciando el viejo ritual de desenroscar la capucha de su vieja Montblanc. No se enfrentaba a un texto nuevo, por lo que tuvo que releer las últimas líneas de lo que había escrito la tarde anterior para retomar el hilo de la narración que llevaba varios meses sin terminar y que debía abandonar al volver al trabajo, rutinario y sin ningún aliciente, con el que pagaba el alquiler y sus escasísimos gastos.

-¿Me permite? Una mano femenina señalaba la ropa que Max había arrojado al banco de la pared.

Sin levantar los ojos del texto ni articular palabra alguna, recogió el montón y lo depositó sin ningún cuidado a su lado en el suelo, continuando con su lectura.

Concentrado, inició entonces la escritura. Primero con una caligrafía cuidada y ya olvidada, luego según avanzaba en su escritura, cada vez más dejada y veloz, al frenético ritmo que marcaba su inspiración. Realmente solo emborronaba el cuaderno con pequeños apuntes mentales que no quería dejar pasar, sin que luego eso fuese a convertirse en nada mínimamente editable ni inteligible para alguien que no fuese él mismo.

-¿Eres escritor? Era la segunda vez que la voz le interrumpía y esta vez había sido más grave, puesto que le había roto por completo la concentración y había dejado una frase inconclusa.

Molesto, levantó entonces los ojos para darse de frente con dos espectaculares ojos de color verde de forma almendrada, que le miraban directamente.

-Es que como te veo escribir en ese cuaderno todas las mañanas, no he podido resistir la curiosidad y me he decidido a preguntarte.

Max permaneció unos segundos totalmente embobado ante la visión que atisbaba tras los cristales de sus gafas de miope.

-Perdona creo que te he molestado. Comentó ella mientras Max era incapaz de articular una sola palabra.

Jamás había conocido una belleza parecida y que, sin mediar ningún conocimiento previo, se hubiese dignado a dirigirse a él, lo que le parecía totalmente un sueño.

A duras penas consiguió reponerse de la primera impresión y consiguió balbucirá media voz.

-No, me dedico a otra cosa mucho más aburrida.

-¿Entonces cómo es que vienes aquí cada mañana y escribes y escribes sin levantar la cabeza?

-Simplemente es la forma que tengo de ahuyentar mis propios fantasmas. Realmente me gano la vida como informático.

Los verdes ojos se iluminaron como si fuesen el paso de un semáforo.

-¡Que curioso! Yo también. Sin embargo a mí no se me ocurriría jamás escribir con pluma en un cuaderno con gomas. ¿Es que no sabes que existen portátiles y tablets? Comentó sonriente.

-Es una manera como otra cualquiera de evadirme. Me acostumbré de joven a escribir así y ahora no puedo enfrentarme a un teclado para poner mi alma en ello. Sale de la punta de la pluma. Sin más.

-Por cierto me llamo Laura. Dijo ella acercándose para estamparle dos besos en las mejillas que dejaron un breve rastro de un perfume que el no pudo identificar, pero que le llegó hasta lo más recóndito de su alma.

-Encantado. Balbuceó de nuevo. Me llamo Máximo. Bueno Max.

Durante unos minutos se quedó mirando a esa criatura que creyó que había venido del cielo para alegrarle al menos esa mañana.

Laura continuó hablando mientras él la seguía con atención. Descubrió que, a pesar de las evidentes diferencias que existían entre ellos, había también un montón de cosas que les unían, debajo de lo que aparentemente se podía percibir. A mitad de la conversación, Max no pudo resistirse y abandonó la silla para sentarse al lado de Laura en el banco. Una enorme sensación de calidez y de bienestar le recorrió por el cuerpo al lado de una mujer que, obviando la apariencia superficial de Max, se había atrevido no solo a dirigirle la palabra, sino a conversar e intercambiar ideas y vivencias como si se conociesen de toda la vida.

Los minutos eran devorados por el reloj con una voracidad insaciable, mientras Laura y Max seguían conversando, sin darse cuenta de esa voracidad. Hablaron y hablaron de sí mismos, de arte, de música, de trabajo, de todo aquello que a esos dos extraños de hace unos minutos, les convertía en seres afines. En ese momento, eran como dos planetas con órbitas lejanas a los que el azar había hecho coincidir en su camino para descubrir que eran planetas gemelos con la misma composición interna.

-Huy. Se me ha hecho tarde y tengo que ir a casa de mis padres, que me esperan. Comentó Laura rompiendo el hechizo en el que se habían conjurado.

Rápidamente cogió el abrigo y se levantó.

-¿Puedo acompañarte? Se atrevió a comentar Max, con un valor que hacía unas horas hubiera negado.

-Bueno. Tengo que coger el autobús aquí a lado.

Salieron del café como una pareja de antiguos amigos, y se dirigieron a la marquesina de la parada del autobús.

Siguieron hablando de las cosas que habían descubierto comunes, hasta que la llegada del autobús hizo que Laura sacara de su bolso una pequeña tarjeta y apuntase algo en su dorso.

Simplemente posó un beso en los labios de Max y le puso la tarjeta en el bolsillo del abrigo mientras susurraba. –Llámame. Me encantará volver a verte.

Mientras subía al autobús y la veía alejarse, Max sacó la tarjeta de su bolsillo y contempló los números que había escritos como si fuesen los números de un billete de su propiedad con el premio gordo de la lotería.

Eran casi las dos y no tenía ganas de hacer otra cosa que pensar en Laura.

Lentamente se giró y comenzó a andar en dirección a la boca del metro. El regusto del último beso todavía le quemaba en los labios Entonces se fijó en el cartel del próximo estreno en el Teatro Real. Como una mueca del destino, estrenaban su ópera preferida: La Traviata.

Una sonrisa salió de su corazón y al bajar las escaleras del metro no pudo evitar canturrear como hacía años no lo hacía:

“Ah, libiamo;

amore tra i calici

Più caldi baci avrà”

* *Ah, bebamos; el amor entre los cálices más cálidos los besos tendrá”

 

Luis Alberto Comino (Madrid, 1962). Estudió primaria en el Liceo Italiano de Madrid, periodismo en la Universidad Complutense y Literatura Inglesa en la Universidad de Reading (UK). Actualmente trabaja en en el Dto. de Compras de Telefónica Soluciones. Dedica su tiempo libre a la lectura y la escritura.

5 thoughts on “Breve encuentro, Luis Alberto Comino

  • el 11 febrero, 2014 a las 4:28 pm
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    Sencilla y relajada, me parece una bonita forma de empezar una historia. Me ha gustado. ¿Podremos ver que ocurre en el futuro de Max y Laura? ¿Hay futuro?
    Enhorabuena Luis, el texto promete.

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  • el 12 febrero, 2014 a las 10:18 pm
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    Felicidades Luis! Buen relato con intensos aromas que deja buen sabor de boca.

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  • el 13 febrero, 2014 a las 4:09 pm
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    Me ha encantado.

    Saludos.
    Ángeles R.

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  • el 15 febrero, 2014 a las 11:36 am
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    Buen comienzo de una novela. Me gustaría que siguieras escribiendo más capítulos y que no perdieran esa chispa de frescura que tenían tus palabras.

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  • el 21 marzo, 2014 a las 1:16 am
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    Hola Luis, No conocía esta faceta tuya de escritor de novelas. Me he quedado fascinado, me ha hecho sentir como si estuviera en el mismo café, viviendo el momento del encuentro de Laura y Max. Ya me contarás si tiene continuación.

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