Jean Meslier: “De la necesaria posesión en común de los bienes y las riquezas”
Por Ignacio G. Barbero.
Jean Meslier (1664-1729) fue el cura de dos pequeños pueblos de la antigua provincia francesa de Champaña desde los 22 años hasta su muerte. Dedicó su tiempo a predicar la bondad de la palabra de Dios y los beneficios de la moral cristiana. Tras su muerte, se encontraron en su pequeña oficina tres copias de un manuscrito dirigido a sus antiguos feligreses. Por eso mismo, este texto recibió, en primer término, el nombre de Testamento. En él renegó por completo de su papel como ministro de la Iglesia e hizo una defensa radical del ateísmo, el materialismo y el igualitarismo. Una obra original y virulenta en la que lanza dardos envenenados contra las religiones en general (que no son más que “errores, quimeras e imposturas”), Jesús, Dios, la monarquía, las clases pudientes y todas las instituciones privilegiadas del Antiguo Régimen, amén de airadamente denunciar las injusticias sociales, el pensamiento idealista y el sistema de valores cristiano, anclado en la apología del dolor. Un filosofar a martillazos que desmiembra el corpus doctrinal de la moral, la fe, la filosofía y la política de su época. El fragmento de su obra que aquí ofrecemos ataca sin piedad la lógica de la propiedad privada de los bienes de la tierra, que es, a su juicio, completamente injusta, pues fomenta desigualdades sociales sangrantes y pone a una parte de la población, la plebe, a trabajar y entregar la riqueza generada con el sudor de su frente a los grandes propietarios y nobles. Leamos y pensemos lo que reflexiona este cura ateo:
Otro abuso que se autoriza y permite casi universalmente es la apropiación individual de los bienes y riquezas de la tierra que practican los hombres, en vez de poseerlos en común y de disfrutarlos igualmente en común.
Entiendo con ello que deben disfrutarlos y poseerlos en común quienes viven en el mismo lugar o territorio, de tal manera que aquellos y aquellas que viven en la misma ciudad, en el mismo burgo, en el mismo pueblo o en la misma parroquia y comunidad podrían arreglárselas para formar una sola familia, considerándose entre ellos como hermanos y hermanas, lo que haría que pudieran vivir juntos y apaciblemente disponiendo de los mismos o parecidos alimentos, yendo bien vestido, pudiendo disponer asimismo de un buen alojamiento y contar con buenos lechos y buenos fuegos para calentarse. A cambio, sólo tendrían que aplicarse, al mismo tiempo y por igual, a las diferentes faenas, al trabajo o a distintos empleos útiles y honrados de acuerdo con su profesión o con lo que resultara más necesario o conveniente de acuerdo con el tiempo y la estación, así como con lo que fuera más necesario. Y eso bajo la dirección no de quienes quisieran dominarlos imperativa y tiránicamente, sino bajo la diracción de los más sabios y mejor intencionados en lo que se refiere al progreso y mantenimiento del bien público. Ciudades y otras comunidades que estuvieran próximas entre sí tendrían cuidado en procurar aliarse a fin de mantener inviolablemente la paz y la buena entente entre ellas para poder ayudarse y socorrerse mutuamente en caso de necesidad. Sin eso no se puede conservar el bien público, por lo que necesariamente resulta que la mayoría de los hombres es miserable e infeliz.
Ya que, en primer lugar, ¿a dónde conduce que los bienes y riquezas de la tierra sean distribuidos y disfrutados individualmente? Conduce a que todos se apresuran a coger lo más que pueden sin descartar ninguna vía, sea buena o mala, pues la codicia- que es insaciable y constituye la raíz de todos los vicios y males-, al ver, por decirlo así, una puerta abierta a la satisfacción de sus deseos, no se priva de aprovechar la ocasión para obligar a los hombres a hacer cuanto pueden para reunir los mayores bienes y riquezas posibles, a fin de ponerles a cubierto de la indigencia así como para proporcionarles la satisfacción de poder gozar de todo cuanto quieran. Ocurre entonces que los más fuertes, los más astutos, los más sutiles y. Con frecuencia, los peores y más indignos son los que reciben más bienes y los que disfrutan más de las comodidades de la vida.
Ocurre entonces que unos tienen más mientras que el resto tiene menos, y sucede muchas veces que algunos lo cogen todo y no dejan nada para los demás, por lo que unos son ricos y otros son pobres, unos están bien alimentados, bien vestidos, bien alojados y cuentan con buenos muebles, buenas camas y buenos fuegos para calentarse, mientras otros que están mal alimentados, mal vestidos, mal alojados, duermen mal y no disponen de fuego para calentarse, dándose el caso de que hay incluso quienes no tienen ni un agujero donde meterse, sienten hambre y se hielan de frío.
Ocurre entonces que, mientras unos se emborrachan y revientan bebiendo y dándose las grandes comilonas, otros se mueren de hambre.
Ocurre entonces que hay unos que viven en la alegría y en el placer, mientras que otros están continuamente en duelo y llenos de tristeza.
Ocurre entonces que mientras unos tienen notoriedad y reciben honores, otros viven en medio del desprecio y la mugre, ya que los ricos gozan de mucha consideración y disfrutan de honores mientras que los pobres sólo reciben desprecio.
Ocurre entonces que hay quienes no tienen nada que hacer en la vida excepto descansar, beber y comer hasta hartarse, engordando en una apacible y muelle ociosidad, mientras que los demás se agotan trabajando, no pueden descansar ni de día ni de noche y sudan sangre para obtener lo necesario para vivir.
Ocurre entonces que los ricos, cuando están enfermos o tienen necesidad de algo, reciben toda la asistencia posible, todos los afectos, todos los consuelo y cuantos remedios pueden humanamente conseguirse, mientras que cuando enferman los pobres se ven conminados especialmente, mueren por falta de ayuda y remedios y sufren sus males y aflicciones sin consuelo ni afecto ningunos.
Y ocurre entonces, por último, que unos viven en la prosperidad, en la abundancia de bienes de todo tipo y en medio de goces y placeres, como si se encontraran en el paraíso, mientras que los demás viven en el sufrimiento y la aflicción y en medio de las miserias de la pobreza, como si se encontraran en el infierno.
Y lo más curioso de todo es que el paraíso y el infierno están separados muchas veces sólo por una calle o por el espesor de un muro o de una pared, ya que, muy a menudo, las casas de los ricos, donde hay abundancia de todo tipo de bienes y donde se disfrutan las delicias y los goces del paraíso, se hallan muy cerca de las casas de los pobres, donde falta de todo y donde se viven las penalidades y miserias de un auténtico infierno. (…)
Todos ellos [los ricos] viven del fruto de vuestro trabajo. Contribuís con vuestro trabajo a satisfacer lo que necesitan para subsistir, y no sólo a satisfacer lo que necesitan para subsistir sino también a cuanto necesitan para sus placeres y diversiones. ¿Qué sería de los príncipes y de los mayores potentados de la Tierra si no los mantuviera la plebe? Sólo obtienen su grandeza, sus riquezas y su poder de una plebe a la que ni siquiera tratan bien. Si no los sostuvierais no serían más que unos hombres débiles e insignificantes como vosotros. Y si no les dierais las vuestras, no tendrían más riquezas que vosotros. Por último, si no os sometierais a sus leyes y designios, carecerían de poder y autoridad.
(Fuente: “Memoria contra la religión”, de Jean Meslier. Ed. Laetoli)
Me pregunto yo, ¿Que tiene que ver Dios, Jesus (me refiero al Dios de la Biblia) en todas las frustraciones de este hombre? Cuando los hombres no cuentan con Dios para nada, ¿por que luego le echamos la culpa de todos nuestros males? Está muy bien querer que todos seamos igual, que no haya ricos y pobres, que todos pensemos en el bien común, etc., pero es que este “cura ateo” no leyó su Biblia desde el Génesis y vió que desde el principio de la humanidad todos estos deseos, que primero eran de Dios y por eso los tiene el hombre, se fueron a “freir espárragos” y desde entonces no dejamos de fastidiarnos mutuamente y estropearlo todo. No tenemos solución, pero puede ser que, si en lugar de consolidar nuestro ateismo, nos volviéramos al Dios del que este hombre renegó, nuestro corazón cambiaría y las cosas irían mejor. El ateismo no es eterno, la vida si.