ESAS OTRAS FRONTERAS, LAS MENTALES
Por Oscar M. Prieto. El 22 de noviembre de 1559, el rey Felipe II -aquel hombre en cuyos dominios no se ponía nunca el sol, tan vasto era su imperio- promulga en Aranjuez una Pragmática en virtud de la cual se prohibía “pasar a los naturales de estos Reinos a estudiar en Universidades fuera de ellos”.
Merece la pena detenerse en los motivos sobre los que se fundamenta tal decisión. El primero de ellos es, desde una óptica meramente cuantitativa, de una lógica aplastante,: si los estudiantes se van a universidades foráneas, esto supondrá una merma en el número de los que estudien en las universidades de “estos Reinos”. Leamos como lo expresaban en aquella época: “… como quiera que en nuestros Reinos hay insignes Universidades y Estudios… en las cuales hay personas muy doctas y suficientes en todas las ciencias…, todavía muchos de nuestros súbditos y naturales salen y van a estudiar y aprender a otras universidades fuera, de que ha resultado que… las dichas universidades nuestras van cada día en gran disminución y quiebra”
No conforme con esto, la norma prohibitoria, añade algún motivo más: “otrosí, los dichos nuestros súbditos que salen fuera de estos Reinos, allende el trabajo, costas y peligros, con la comunicación con los extranjeros y otras Naciones, se distraen y divierten, y viven en otros inconvenientes”. Se trata aquí de los argumentos morales, referidos a lo peligroso de entrar en contacto con extranjeros.
Y por último, encontramos el argumento ad pecuniam, es decir aquel que apele a la bolsa, a los dineros: “y que ansimesmo la cantidad de dineros que por esta causa se sacan y se expenden fuera de estos Reinos es grande, de que al bien público de este Reino se sigue daño y perjuicio notable”.
Sólo un año antes, en 1558, el mismo “Rey Prudente”, mediante otra Pragmática Sanción, prohibía la entrada en sus Reinos de libros editados en el extranjero. El círculo se había cerrado, aunque nunca llegó a ser del todo impermeable. No obstante, no fue en esto original ni primero. Ya nos advierte Borges de que “quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes”. Y así, ya en el siglo III adC. Shih Huang Ti, más conocido como Primer Emperador de China, decretó la quema de los libros anteriores a él y ordenó la construcción de la Gran Muralla.
Estas prohibiciones de Felipe II carecen incluso de la rara belleza que aporta siempre la grandiosidad y la soberbia, lo descomunal, que si tienen las del emperador chino. Por eso Felipe II ha cargado a sus espaldas con el epíteto de oscurantista y su lugar en la historia estará distorsionado por la leyenda negra que lo acompaña. Seguramente haya grises en esto también y no sea todo tan oscuro, incluso en esta prohibición había excepciones, ya que sí se podía ir a estudiar a las universidades de Coimbra, Bolonia, Nápoles o Roma.
Es un error torticero juzgar épocas pasadas desde los valores y parámetros actuales. Lo cual no niega la opinión que tenía Maquiavelo sobre la Historia, como maestra de la Humanidad. Y lo cierto es que hoy en día, en nuestra Europa, sería impensable la aprobación de unas restricciones como las que estamos hablando. Al menos tan explícitamente.
Desde que, terminada la II Guerra Mundial, con el Tratado de Roma, se empezaron a levantar los pilares de este edificio -no siempre bien concebido ni entendido- que a través de sucesivos nombres hoy llamamos Unión Europea, nada ha generado más unión y más Europa que el Programa de Movilidad Erasmus. Son cientos los alumnos Erasmus que han pasado en los últimos años por mi despacho de trabajo y puedo asegurar que si es posible que llegue a existir una ciudadanía netamente europea, los estudiantes que han disfrutado y aprovechado una beca Erasmus, son el germen de ella: son los primeros ciudadanos europeos. Nada ha creado más vínculos entre los distintos Estado que las relaciones que se establecen durante las estancias de Erasmus. No tengo el dato, pero sería interesante conocer el número de parejas que han nacido gracias al Programa Erasmus. Y qué une más que el amor.
Por ello, debemos salvaguardar, por encima de toda crisis, esta posibilidad de formarse en universidades extranjeras que facilitan las becas Erasmus. Debemos erradicar de nuestra sociedad el prejuicio de que el contacto con el extranjero es peligroso. Al contrario, nada resulta más enriquecedor ni amplía más nuestros horizontes mentales y también afectivos que el conocimiento de otras gentes y otras culturas. Ahora hablamos del Programa Erasmus, pero existen también otros, que imitan su funcionamiento y permiten estudiar en otros países fuera del ámbito europeo, ya sea en América, en Asía, en cualquier lugar del globo. Tampoco es válido el argumento ad pecuniam que citábamos antes sobre los costes y perjuicios para la economía nacional que conlleva promover los estudios en el extranjero, pues hay que ser muy ciego o muy mendaz, para no ver los beneficios, también económicos, que resultan para el propio país de la formación que estos estudiantes han adquirido fuera, complementaria con la recibida aquí.
Siempre, en todas las épocas, incluso en las que estaba prohibido, ha habido élites que se han formado fuera. Lo que aportan políticas como de las que ha resultado el Programa Erasmus es que este tipo de formación sea accesible a capas cada vez más amplías de la sociedad.
En mi opinión, la igualdad debe entenderse y perseguirse como complementaria y posibilitadora de la libertad. Y nada nos hace más libres que la educación y el conocimiento. No caigamos en la tentación de estropear lo que funciona y funciona bien. Además, y por matar dos pájaros de un tiro, tengamos presente, que los nacionalismos se curan viajando.