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Tiernos y crueles criminales ‘Amantes’, del cine al teatro

Por Horacio Otheguy Riveira

La película de Vicente Aranda, de 1991, llega al teatro en una versión muy fría, pero con una singular belleza plástica en la que se enaltece una ingenua y destructiva virilidad.

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Es difícil abstenerse de comparar con la película y con la historia real en que se basa toda la trama. Pero resulta necesario comprender que esta es otra mirada. Mientras la película gira en torno a la capacidad canallesca de la viuda que atrapa al jovencito que anda perdido por Madrid después de la mili, y le eleva al séptimo cielo y al asesinato con artes amatorias, en esta versión es él, ingenuo y siempre ardiente, necesitado de amor tierno y placer volcánico a partes iguales, el centro de una historia de poderoso influjo.

Sobre una escenografía a base de madera con una pantalla en el fondo que matiza colores y una propuesta escénica más simbólica que realista, se despliegan las acciones de los tres únicos personajes: la novia buena que sirve en la casa de un oficial del ejército, el muchacho que se deja querer y alimentar, pero que ansía acostarse con ella lo antes posible, y ella que no se deja hasta que llegue el matrimonio, que va a misa y le lleva a él a la Misa de Gallo en la madrugada de la Navidad… y la casera que le alquila al chico una habitación: timadora, avariciosa y sexual como él nunca conoció a mujer alguna. Le lleva sus buenos años, pero las manos del chaval hacen milagros con sus muslos, su espalda, sus pechos…

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Un triángulo que se despliega como una ópera a cámara lenta, a ratos congelada, a ratos sinuosa en un erotismo coreografiado en el que las mujeres van siempre vestidas, salvo algunas piernas, una espalda, y en cambio, el joven imberbe va «casi» totalmente desnudo. Y es que se exalta esa musculatura deseada por una y amada incondicionalmente por otra, la muchacha virgen que acaba entregándole su cuerpo no por deseo, sino para que no la abandone.

Es un drama triangular que transcurre en los años 50 de posguerra española, arrastra una morosa constancia con la angustia y la ambivalencia. Y la historia original da la vuelta a Luisa, la mujer fatal, la perversa delincuente, la ardiente dama que enseña mil y un trucos para lograr los orgasmos más intensos. Aquí, además de todo eso tiene calor humano, tristeza profunda de infancia en una carbonera bien nutrida de miseria, temor al hambre, a la miseria, y un deseo imperioso de seguir disfrutando de la joven a infatigable virilidad de su galán.

Por eso la escena más importante es cuando él la masturba y ella, después de un goce extremo, logra sacar adelante su pedido y su ruego, y también su orden, aunque con la voz debilitada por el orgasmo reciente: “Mátala”: Mata a la noviecita linda y tonta y quédate con sus ahorros que te los dará tan gustosa.

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Y en esas que de pronto él llega a verse tal cual se siente, perdido, aún ingenuo, pero al borde de convertirse en un monstruo, aunque por las noches sueñe con el delirio de desear a las dos y que las dos también se deseen y juntos puedan vivir intensamente un amor desbocado:

 — No sé quien soy. No sé dónde vivo. No sé con quien quiero estar.

Esta versión propone un juego muy intelectual, cuyos actores tienen muy marcados sus movimientos. Los más jóvenes —Marc Clotet y Natalia Sánchez— no vocalizan muy bien, y se les ve demasiado tiesos. Sin embargo, estos defectos se convierten en virtudes porque dan muy bien las características físicas de sus personajes, especialmente torpes y desvalidos viviendo situaciones que les superan, y aportan un esfuerzo considerable en una interpretación interiormente más desprotegida que sus púdicos desnudos.

Es Marta Belaustegui quien logra levantar el excesivamente frío panorama con una actuación sobresaliente (como en Dile a mi hija que me fui de viaje, junto a María José Goyanes) en la que su pasión sexual se desliza con la misma elegancia con la que describe la muerte de su marido o el timo de vender propiedades sin participación del dueño verdadero. Todo es fábula, trampa y desorden de los sentidos, pero además ella tiembla, llora, teme y ordena matar para seguir viviendo una y otra vez atrapada entre los brazos y las piernas de su muchacho, procurando que no crezca, que no vuele. Mezcla singular de femme fatale y canalla triste, incapaz de medrar en el hampa.

 La historia real en que se basa el argumento no se menciona en escena, ya que la dirección huye del realismo de época, y se expande más bien por zonas de rigurosa plasticidad, en una rara geometría que acaba como una escultura o un cuadro clásico, entretejiéndose hacia los dominios de una tragedia inconfesable.

 A grandes rasgos, en 1948 los hechos suceden en Madrid y acaban en Burgos. José García San Juan mantiene relaciones con su casera y con su novia, a quien roba y mata. Pronto es detenido junto a la instigadora. Son condenados a muerte. Reciben un indulto del Generalísimo y son condenados a 30 años de cárcel, de los que cumplen una parte. Salen en libertad y no se vuelven a encontrar. Ella muere al poco tiempo. José García San Juan se va a Zaragoza donde forja una existencia de próspero empresario.

José García San Juan, el amante asesino en que está basada la película y la obra teatral, cuando se dirigía a la reconstrucción de los hechos. (Foto: Federico Vélez)

 En esta representación, los Amantes son siempre seres insatisfechos, desgraciados más allá de los fugaces momentos de intenso placer sexual. Él, porque no sabe decidir fuera del cautivante aroma de los sexos encendidos, y ella porque necesita apresar esa seducción rodeada de dinero que le permita ser alguien diferente de sí misma, una mujer de mundo despreocupada del dinero. No lo consiguen, claro está, pero se extasían cuanto pueden en su aventura, y si el espectador consigue olvidar la película… puede participar del seductor encanto y la singular crueldad de estos personajes en un contexto de peculiar belleza de lo terrible.

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Amantes

Autor: Vicente Aranda.

Dramaturgia y dirección: Álvaro del Amo.

 Intérpretes: Marta Belaustegui, Marc Clotet, Natalia Sánchez.

 Escenografía: Paco Azorín.

Iluminación: Nicolás Fischtel.

Vestuario: Juan Sebastián.

Sonido: Mariano García.

Fotos: marcosGpunto.

 Lugar: Teatro Valle-Inclán. Sala Francisco Nieva.

Fechas: Del 24 de enero al 23 de febrero de 2014. 

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