Encuentro con Mario Cuenca Sandoval: «Los hemisferios»
Por Benito Garrido.
«Hablaban de cine. Siempre. El cine era la enfermedad del siglo, como la melancolía había sido el mal del siglo anterior. (…) Hablaban sobre la posibilidad de un filme que además de la vista y el oído embriagaría el olfato, porque tendría olor a cerezas mordidas y a barniz, y serían tan sensual como la fruta y al mismo tiempo tan espiritual y tan armónico como los cuerpos celestes.»
Mario Cuenca Sandoval nació en Sabadell en 1975, aunque reside en Córdoba, donde enseña filosofía. Ha publicado las novelas Boxeo sobre hielo (2007), por la que obtuvo el Premio Andalucía Joven de Narrativa y que fue aclamada como una de las obras más representativas de la nueva generación de narradores españoles, y El ladrón de morfina (2010), que recibió el elogio unánime de la crítica española. Cuenca Sandoval plantea una novela tan peculiar como seductora, un artefacto narrativo que se divide en dos mundos alternativos, dos formas de ser, de entender el arte y el cine en todas sus variantes, que arrojan experiencias estéticas de lectura diferentes.
Los hemisferios. Mario Cuenca Sandoval. Editorial Seix-Barral, 2013. 544 páginas. 20,50 €
La pérdida de una mujer deseada funciona como big bang de una trama que se dispara en dos direcciones. Para cartografiar en su conjunto esta pasión, el lector deberá atravesar los paralelos de este universo narrativo, trazar el itinerario de una obsesión amorosa en dos historias que funcionan como espejos deformantes… Un París detenido en el nuevo romanticismo de los ochenta, una isla nórdica por la que se desarrolla una alucinada road movie, un episodio de vampirismo en la Barcelona de la Transición, un descenso órfico a los infiernos, una expedición al volcán que se alza en el centro de una isla de la mente. Todo esto cabe en la espiral de una pasión.
P.- ¿El planteamiento de tu libro podríamos decir que es el de dos novelas en una?
Son dos novelas que nacen de un mismo acontecimiento, que es el accidente trágico que ocurre en la primera parte. A partir de ahí se generan dos universos narrativos distintos donde los mismos personajes pueden cambiar de nombre, de profesión… desempeñan el mismo rol pero cambian sus circunstancias. El experimento consiste en ver como esos dos universos se reflejan al uno al otro proponiéndole al lector que él construya su propia novela, lo que sería una novela cero, que estaría debajo de estas dos. Con esa idea he dejado algunos cabos sueltos y conexiones para que el lector elija a quién decide creer, o qué prefiere creer de las dos novelas, rellene huecos y cree su propio espacio novelístico. Es como un juego de espejos donde se pueden abrir una especie de agujeros de gusano entre uno de los universos narrativos y el otro.
P.- ¿Estamos hablando de un experimento narrativo en toda regla?
En la primera parte, la de Gabriel, estamos ante lo que podría calificar de anti-novela negra, casi de parodia (sin mala intención) del género, en el sentido que la intriga y ambientación que se propone al lector reproduce muchos de los tópicos de la novela negra, pero en realidad se le van dejando sueltos infinidad de cabos que además, no se van a terminar atando. Esas serán las conexiones que nos conduzcan a la segunda parte, la novela de María Levi: una especie de road-movie un poco alucinada, donde hay elementos de vampirismo; bueno, más bien parodia de ese género. Pero la intención de mi novela es ir más allá, remontar la estructura de esos dos géneros para conducir al lector a otro sitio. Ambas historias son novelas de ideas que se encarnan en emociones, especialmente en la pasión amorosa que para los protagonistas termina siendo casi una obsesión. Se explora la diferencia entre pasión y obsesión que es el tema por ejemplo que se aborda en la película Vértigo de Hitchcock.
P.- ¿Tu escritura está muy influenciada por el cine?
Existen dos películas fundacionales de mi temperamento y de mi gusto cinematográfico. Son Vértigo, precisamente, y La palabra de Dreyer. Cuando las vi por primera vez me dí cuenta de que esas películas nos colocaban en un nivel de realidad que coincidía exactamente con el nivel en el que yo quería colocar mi literatura, como si estuviésemos a dos palmos del suelo… un poco por encima del realismo, pero no lo suficiente como para desembocar en la novela fantástica o de terror. Ese es el punto exacto donde se ubican tanto la mirada de Dreyer como la de Hitchcock. Trataban de rodar un milagro, pero un milagro profano.
P.- Hablas de la obsesión como algo de lo que no se puede escapar.
El destino de los protagonistas de mi libro es circular… intentan escapar, pero vuelven a caer. Parte de la historia ocurre en una isla casi desértica que a modo de purgatorio o limbo, aprisiona a los personajes en un ciclo de eterno retorno, donde no se sabe si existe la posibilidad de salir. Desde el primer episodio en que los personajes le quitan la vida accidentalmente a una mujer, comienza para ellos ese ciclo en el que se sienten atrapados… como en una espiral continua, un círculo de obsesión del que no pueden salir.
P.- ¿Por el título, Los hemisferios, podríamos hablar de dos novelas simétricas o gemelas?
El título puede engañar y dar la impresión de tratarse de dos mitades de una peripecia, pero no es así. Quizás hay una referencia al tema de los hemisferios cerebrales: el personaje de la primera parte es mucho más racional, un intelectual prototípico; y el de la segunda parte es más pasional y falto de medida en sus reacciones.
P.- ¿La mejor manera hoy día de innovar a nivel literario es cambiar la forma de contar la historia? ¿O buscar asuntos sin explorar?
En estos días que los medios de comunicación han supuesto un giro radical en casi todo, uno puede pensar que la fragmentación de los grandes asuntos podría ser la única manera de digerirlos. Sin embargo en esta ocasión, yo no he querido fragmentar. La novela es más bien lineal y lo que he hecho ha sido darle la vuelta al tópico de la generación Nocilla: aquí es todo lo contrario, la historia parece lineal, pero precisamente esa linealidad es una ilusión que se le propone al lector. Conforme avanza en la lectura descubre que la estructura narrativa se mueve en un continuo tiempo que no es tal. Una ficción literaria que rompe con ese eje temporal.
Hay un tópico que dice que uno debe escribir sobre las cosas que conoce, pero a mí eso es precisamente lo que no me interesa. Cuando me meto en un proyecto es porque hay una serie de asuntos que desconozco por completo, me llaman la atención y los quiero investigar. Porque cada novela debe ser como una exploración.
Con mi literatura busco un lector activo. Quizás soy demasiado exigente, pero me gusta que el lector se implique intelectualmente en la novela. Y en esta ocasión con más razón pues el juego está en buscar las relaciones y paralelismos entre diferentes objetos, lugares o personajes.