12 años de esclavitud (2013), de Steve McQueen
Por José Antonio Olmedo López-Amor.
Hay algunas películas que aspiran a acaparar los premios Oscar de este año 2014, pero de entre todas ellas, 12 años de esclavitud es, sin duda, una de las más firmes candidatas. Y es que la cinta del director Steve McQueen es un compendio de bellas facturas que al mismo tiempo ilustra y emociona.
El actor de raza negra Chiwetel Ejiofor (American Gangster, 2007) encarna el personaje principal de la película, Solomon Northup, un hombre libre que se gana la vida como ebanista, además es un virtuoso violinista y hombre culto que vive con su esposa y sus dos hijas en Saratoga Springs (New York). Solomon es embaucado por dos estafadores que le prometen trabajar en un circo importante y tras un encuentro con ellos es drogado y secuestrado para ser vendido como esclavo. Los hechos ocurren en 1841 tal y como fueron relatados por el verdadero Solomon Northup en su libro autobiográfico, a partir de ahí, la vida del protagonista será una odisea de racismo y supervivencia que marcará su vida para siempre.
La película cuenta con un elenco de actores de considerable riqueza interpretativa, como Fassbinder, Giamatti o Pitt, sin embargo, todo el peso dramático del film recae sobre los hombros de Chiwetel, un actor que -paradójicamente- debutó de la mano de Steven Spielberg en Amistad (2007), otra muestra de cine sobre la esclavitud. La carga emocional que expresa el rostro de Chiwetel es muy densa, está llena de matices y trasciende significativamente a la mirada compasiva del espectador, su rol de mártir y luchador al mismo tiempo es reforzado por la forma de abordar la película de McQueen, sólida, sin concesiones al sentimentalismo y fiel en todo momento -salvo detalles intrascendentes- al libro original.
12 años de esclavitud es la tercera película como director de Steve McQueen, el autor de Hunger (2008) y Shame (2011) que hasta el momento ha contado en su completa filmografía con uno de los actores de moda, Michael Fassbinder, su actor fetiche. Hunger, a pesar de ser una interesantísima y dura película sobre la huelga de hambre de un miembro del IRA, sigue siendo inédita en España, y Shame, a pesar de haber merecido varios reconocimientos internacionales, no obtuvo ninguna nominación a los Oscar, quizá debido a su contenido sexual que incluye un desnudo frontal de McQueen como actor que dio mucho que hablar. La valía como actor de Fassbinder está en línea ascendente y consigue convertir a Edwin Epps, su personaje en la película, en uno de los más terribles villanos que ha dado últimamente el cine.
La puesta en escena de la película también es un factor bien cuidado, el vestuario, elige la gama de colores tierra para complementar la aridez de los escenarios, los decorados recrean perfectamente la época, ya sea al comienzo en New York o durante la película recreada en las plantaciones de Louisiana. Las localizaciones escogidas, muy cerca de las verdaderas plantaciones donde Solomon Northup sufrió su esclavitud en el siglo XIX, corresponden a Nueva Orleans. Steve McQueen demuestra tener una sensibilidad muy particular, con tres películas ha demostrado tanto su perfeccionismo como su talento narrativo, abordando temas de relevancia social desde la perspectiva de un ciudadano crítico cultivado en las bellas artes. McQueen además de director de cine es escultor, guionista, actor y fotógrafo, reconoce en sus inicios la influencia de la nouvelle vague y Andy Warhol, unos inicios donde sus trabajos fílmicos se proyectaban sobre las dos paredes de las galerías de arte, en formato corto, en blanco y negro y sin sonorización.
Buena parte de la libertad creadora que ha gozado McQueen en 12 años de esclavitud, ha sido proporcionada por el equipo de producción, un conjunto de productoras donde destaca Plan B, propiedad de Brad Pitt, quienes han dotado a McQueen además de historiadores, localizadores geográficos y todo tipo de recursos para crear una obra rigurosa y verídica durante sus siete semanas de rodaje.
Durante el periplo del personaje protagonista viviendo su calvario de esclavitud, vamos conociendo las diferentes formas humanas de posicionarse ante un problema social del que todo el mundo -exceptuando la raza sometida- saca partido. Por ejemplo, los dos embaucadores que estafan a Solomon lo hacen por dinero, el mismo dinero que según el personaje de Paul Giamatti borra su humanidad. Benedict Cumberbacht (Agosto, 2013) es uno de los diversos “dueños” por los que va pasando el atribulado protagonista, pero un dueño que demuestra su humanidad hasta cierto punto, no disfruta sometiendo y humillando a los esclavos, pero se beneficia de ello. Después encontramos el personaje encarnado por Fassbinder, un psicópata cruel que utiliza el terror y la opresión para soportar su ruinosa vida al lado de su esposa, probablemente el personaje más maléfico de la película protagonizado por Sarah Paulson. Y para terminar encontramos el personaje de Brad Pitt, que es muy breve en la película pero tremendamente importante, ya que su aquiescencia y humanidad permiten uno de los sueños del protagonista y arriesga su propia integridad desinteresadamente. Por tanto la película dibuja muy bien las posturas diversas que adopta el ser humano ante un problema enquistado en la sociedad, es la denuncia moderna de una etapa oscura de nuestro pasado que conviene conocer y reconocer para que su lección moral no se pierda en el olvido.
Si tomamos la película como una historia coral llena de personajes que conforman un relato lleno de mensaje social y humanista, podríamos culparla de no dotar de trascendencia a algunos personajes, de no terminar de cerrar círculos que en un momento dado, se abren pudiendo enriquecer la historia y convertirse en derivaciones y subtramas interesantes; pero debemos valorarla como lo que es, una reproducción visual basada íntegramente en el libro que escribió el verdadero Solomon Northup a finales del siglo XIX.
En cuanto a la banda sonora, resulta muy extraño que hayan escogido a Hans Zimmer (El Rey León, 1995), uno de los maestros actuales en cuanto a la realización de bandas sonoras, para la musicalización de esta historia, si bien el compositor alemán elabora una partitura minimalista y austera, casi imperceptible, consigue que su -poca- instrumentación entronque magníficamente con la historia, sobre todo en los pasajes en que se utilizan canciones tradicionales de los esclavos negros, diégesis en la que incluso participa el personaje protagonista con voz grave y fuerte. Pero sin duda, los amantes de la increíble carrera musical de Zimmer verán decepcionadas sus expectativas de encontrar en 12 años de esclavitud una banda sonora de Oscar (otra cosa es que se lo concedan para sorpresa de muchos). La partitura, exceptuando el escueto tema organístico, se reduce a música atmosférica y parecida -muy parecida- a anteriores temas de su autor, como por ejemplo: El llanero solitario (Gore Verbinski, 2013) y especialmente Origen (Cristopher Nolan, 2010). Siempre se espera mucho de un músico de su capacidad y no siempre los resultados contentan a sus seguidores, es cierto que Zimmer lleva muchos años perteneciendo a esa élite de compositores elegidos para la gloria, pero en esta ocasión no parece haberse estrujado mucho los sesos para ofrecer una de esas bandas sonoras a las que nos tiene acostumbrados.
Si finalmente la cinta es ganadora de los Oscar el próximo 2 de marzo será irrelevante, ya que la película merece ser vista y recomendada tanto por su indudable valor artístico como por su historia de valores y miserias humanas, una lección de esperanza ante las adversidades que nos viene muy bien para afrontar un presente no tan diferente en injusticias.