Club Culturamas

Tú lo llamarás crisis, yo lo llamo nuevo feudalismo

Por Alfonso Vila. Cojamos cualquier definición de feudalismo. Desde la definición que aparece en la Wikipedia a la definición de los gruesos manuales universitarios (el Valdeón, por ejemplo, un clásico inevitable en todos los sentidos). Dejemos aparte las luchas dialécticas, todo ese embrollo terminológico para profesores aburridos. Todos los tipos de feudalismo y todas las definiciones de feudalismo se basan en lo mismo: un modo de producción, una serie de instituciones, unas relaciones sociales. Analicemos el día a día del feudalismo, la vida de los señores, la vida de los siervos. La conocemos bien. Duby y muchos otros nos la explicaron hace ya bastantes años. Pero el feudalismo ha cambiado poco desde entonces. Hay matices, desde luego, pero un señor siempre es un señor, un siervo siempre es un siervo y un castillo siempre es un castillo. Con esos tres elementos se puede montar un sistema político que dure cinco o diez siglos, según la parte de Europa sobre la que fijemos la vista. Con esos tres elementos y poco más… Un cura, un rey lejano y brumoso, y muchos peligros, sobre todo muchos peligros.

Para entender el feudalismo hay que entender cómo era el mundo anterior: el mundo del imperio romano. Un mundo urbanizado, extremadamente burocrático, con cierta cultura (cultura para lo que podemos llamar “las masas”, donde un ciudadano “medio” se podía entretener con la lectura, el teatro, la música…), con un estado muy fuerte, con una economía artesanal y comercial, abierto, con mucha movilidad geográfica y social, con una gran y constante inmigración, con algo que nosotros podemos identificar a groso modo como clase media y con algo parecido a una sociedad democrática. Naturalmente que todo esto se refiere a una minoría, los ciudadanos romanos (los que se rigen por el derecho romano), seguidos por los latinos (los que se rigen por el derecho latino), son una minoría. Luego viene el grueso de los esclavos y los extranjeros, además de las mujeres que, siempre dependientes de los hombres, tienen su propia estratificación social. Pero la vida de todos estos grupos que no tienen libertad o que no son realmente ciudadanos también está regulada. No regulada por su señor o por el funcionario de turno, sino por unas leyes generales y de obligado cumplimiento. Y hasta un esclavo puede llegar a ser libre, pasando previamente por el estadio de liberto, y todo esto lo regula el estado, no cualquiera que tenga un poder territorialmente limitado, como sucederá después con el feudalismo, donde cada noble dicta sus leyes y se convierte en acusador y juez de sus siervos y campesinos libres, que, dicho ya sea de paso, de libres tienen bastante poco.

Y una vez entendido cómo era el mundo anterior hay que entender cómo acabó o qué lo destruyó. Si volvemos a mirar los libros de historia nos dirán dos cosas.

Uno: El sistema esclavista ya estaba agotado.

Dos: las invasiones de distintos pueblos bárbaros (y también los vikingos y magiares y musulmanes, en una segunda oleada) aceleró su destrucción.

La historia nos la han contado muchas veces. Y curiosamente es cierta. El emperador, el rey, está muy lejos, su ejército está muy lejos. El dinero que se le envía en impuestos no se sabe dónde acaba. La ciudad es saqueada, la gente se dispersa, los ciudadanos ya no van a la escuela, ya no necesitan saber leer y escribir, ni conocer los rudimentos del derecho romano, los jueces no viajan a provincias, las provincias se vuelven independientes, los nobles usurpan el poder que antes estaba concentrado en una sola cabeza. Ya no hay una sola ley, ya no hay un estado, es la fragmentación del todo y la autonomía de cada una de sus partes. Antes la sociedad la formaban los ciudadanos y los individuos. Ahora están ellos, la aristocracia, la élite (el rey es uno más de ellos, a veces con menos poder que sus teóricos vasallos), y el resto… Y el resto son todos, el resto es la inmensa mayoría de la población, esa inmensa mayoría que sólo tiene dos cosas que ofrecer a sus nobles, su sangre, como soldados rasos, y su trabajo, su trabajo físico, manual, no sus habilidades comerciales o intelectuales. La cultura está en los monasterios y en los palacios, el pueblo no la necesita para nada. El comercio es mínimo, porque la mayoría de la población es autosuficiente (no tiene más remedio: no tienen ningún poder adquisitivo, no pueden comprar nada), la economía básica es una economía de subsistencia. Ya nadie viaja. Ya nadie mantiene la red viaria. Antes lo hacía el estado, pero el estado ya no existe y cada noble cuida, como mucho, de su parcela. Además, a los nobles no les gusta que la gente viaje, salvo si encuentran algún beneficio en ello: cobrando peajes por pasar un puente, por entrar en una ciudad, etc, pero sobre todo con el control de los lugares de interés religioso, que son los que más beneficios reportan. Si un campesino quiere cambiar de señor lo tendrá muy difícil. Y si llegan nuevas ideas del exterior (las reformas de Cluny o del Cister, las nuevas escuelas de filosofía) estás ideas jamás llegarán al pueblo más que de un modo muy indirecto, y siempre bajo un férreo control ideológico.

Y el feudalismo funciona. Porque para los que están arriba es un chollo. De hecho, mejor ser un señor feudal que un funcionario del Imperio Romano. Ahora su poder es prácticamente ilimitado, y su riqueza también puede llegar a serlo. El señor hace de todo, de cobrador de impuestos, de policía y de ejército, de juez y de senador, de emperador y de empresario, da trabajo, distribuye la tierra, dice quien vive y quien muere. Sólo la iglesia le puede frenar. Pero lo que peligra es su alma, no su posición económica. Y su alma siempre encuentra maneras de redimirse…

¿Y ahora, en estos momentos, en la España, la Europa, el mundo del 2014, hacia dónde vamos?

Gran parte del mundo nunca ha dejado atrás el feudalismo. Aquí podíamos hablar de la definición marxista de feudalismo pero creo que no será necesario. Nos la han contado muchas veces y curiosamente es cierta. Muchos antropólogos han estudiado las relaciones sociales y económicas de toda clase de pueblos indígenas y han llegado a la misma conclusión, es muy difícil encontrar una sociedad con una verdadera y radical igualdad. Las sociedades igualitarias son muy pocas, algo casi anecdótico. En todos los continentes, estén más o menos evolucionadas, lo primero que se pierde en una sociedad o tribu es la igualdad. Los libros de Marvin Harris son un clásico inevitable, pero en este caso su lectura resulta muy amena e interesante.

El tercer Mundo, el llamado tercer mundo, muchas veces esconde unos modelos de sociedad arcaicos camuflados por una fachada de modernidad y desarrollo. ¿Y nosotros, los que realmente estamos viviendo en una sociedad moderna y desarrollada, ¿avanzamos, retrocedemos, andamos en círculos? Nosotros cada vez vamos hacia modelos arcaicos, sin perder la fachada de modernidad y desarrollo. Experimentos sociales, muy insignificantes aún, apuntan en esa dirección. Se pretende volver al trueque, a la economía redistributiva de tipo comunal, su fortalece la sociedad patriarcal. No es que las familias quieran volver a vivir juntas, es que no tienen más remedio. No es que la gente ya no quiera ir de compras, es que no tiene dinero para comprar nada. A poco que se escarbe, se ven comportamientos sociales que nos retrotraen a cientos de años y que parecían estar ya completamente extintos. Pero no, están más vigentes que nunca. Y si los pobres toman posiciones sólo es porque los ricos ya las han tomado antes. El estado de bienestar no lo desmantelan los pobres sino los ricos. El estado a secas también lo desmantelan los ricos.

En la Antigua Grecia se votaban la leyes. Los ciudadanos gobernaban. La Antigua Grecia no era toda igual, los espartanos no tenían el mismo sistema que los atenienses, pero había unas líneas generales, un mismo sustrato cultural, social y económico. Ahora, por encima de todas las fronteras y divisiones territoriales, después de una etapa de dispersión y variedad, se está volviendo a la concentración y a la uniformidad. Los sistemas políticos se van a unificar del mismo modo que las culturas o las sociedades se homogenizan. La globalización consiste en que el poder de los que lo tienen se extiende más lejos de lo que antes podía extenderse. Antes un país sólo podía colonizar ciertos territorios teóricamente libres. Y les llamaba colonias. Ahora las colonias las crean las multinacionales y los fondos de inversión. Y no les basta con colonizar otras regiones. Su avidez es tan grande que también colonizan a sus propios vecinos, que también se colonizan a sí mismos. Ya todos somos colonos, siervos, vasallos, esclavos. Ya sólo valemos por nuestra capacidad para trabajar y por nuestra capacidad para someternos. ¿Cuál es el buen vasallo, el que le reclama la obligación que le debe su señor, o el que nunca osa molestar a su señor? Los señores tienen muy pocas obligaciones realmente. Pero aun cuando no las cumplen, ¿qué castigo tienen? El vasallo puede cambiar de señor, sí, pero quien le garantiza que el nuevo señor no será peor que el anterior. Y si vamos bajando la cosa se pone peor… Por debajo del vasallo los buenos modales y las excusas educadas ya no son necesarias.

¿Qué somos nosotros, en qué escala de la degradación social y personal nos encontramos? Pues depende, depende de los problemas que les creemos y de los que excedentes que puedan obtener de nosotros. ¿Pagamos impuestos, gastamos con regularidad parte de nuestro sueldo en cosas superfluas? Entonces aún contamos algo. Tenemos derecho a exponer nuestras quejas en la planta noble. No podemos esperar mucho más que buenas palabras pero al menos le veremos la cara al señor. Y los demás…  Los demás ni eso. Tendrán suerte si el mayordomo no les suelta una patada…

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *