Crónicas ligerasEscena

La luz y el olvido

 

Por Mariano Velasco

Una vida robada trasciende el drama de los niños robados para hablarnos de la verdad y la mentira como formas de vida.

El tan en boga drama de aquellos nuestros niños robados, que tanto juego anda dando en series y programas de televisión últimamente, tiene ahora su contrapunto sobre las tablas de nuestros escenarios gracias al esmerado trabajo de Julián Fuentes y Antonio Muñoz de Mesa en la dirección y creación de Una vida robada, que se representa en el Teatro Fernán Gómez de Madrid.

A diferencia de las versiones televisivas sobre tan oscuro asunto de nuestra reciente historia, se percibe en esta recreación teatral del drama una perspectiva de mayor alejamiento, algo que pudiera llegar a interpretarse como cierta falta de profundidad pero que, sin embargo, más parece responder a un deseo premeditado de alcanzar un mayor nivel de abstracción y plantear sobre el escenario un dilema humanamente universal: el enfrentamiento entre la verdad y la mentira como verdadera forma de vida.

Una vida robada

Independientemente del tema que trata y de su mayor o menor profundidad, uno de los alicientes a priori de Una vida robada consiste en ver a la veteranísima y entrañable Asunción Balaguer compartiendo escenario con su nieto Liberto Rabal, y constatar que aunque comience algo débil de voz (las dimensiones del Teatro Fernán Gómez tampoco la favorecen), la actriz se mantiene en plena forma haciendo muy suyo el papel de una Olvido que, frente a su aparente fragilidad y condición de víctima, encierra bajo ese contradictorio nombre los secretos más dramáticos y mejor guardados de la familia. Y que en la comparación abuela-nieto queda subrayado lo que le sobra a la primera y aún le falta al segundo: experiencia sobre el escenario.

El juego del significado de los nombres alcanza también a Luz, personaje interpretado por Ruth Gabriel, una actriz que va pisando cada más firme sobre las tablas y a la que sigue costando, sin embargo, dejar de recordar por su papel cinematográfico en Días Contados. Se trata de una mujer sin pasado que camina  –o mejor, cojea– en busca de la luz de su propia identidad, y que acabará por descubrir más de una verdad entre la hojarasca de olvidos, enfermedades y mentiras en la que los personajes se ven envueltos.

La historia se nos cuenta estructurada en pequeñas escenas en cada una de las cuales se van ofreciendo datos o acontecimientos que hacen que el espectador vaya caminando pasito a pasito junto con los personajes por el sendero hacia la verdad. No obstante, los continuos “oscuros” entre unas y otras escenas acaban por ralentizar demasiado el devenir de los acontecimientos, sacrificando el ritmo que debería fluir desbocado, y no acaba de hacerlo, hacia la revelación final.

Una vida robada

El peso de la obra lo sobrelleva con admirable aplomo un sobresaliente y omnipresente –cuando no está él, está su inquietante retrato– Carlos Álvarez-Novoa, que nos regala una generosa interpretación de un personaje complejo: un médico enfermo de alzheimer que convierte su presunta debilidad en pura violencia verbal. Nos revela a un anciano con aires de personaje de tragedia clásica que sabe cómo utilizar la enfermedad a su capricho y jugar con ella tal y como le viene en gana para su conveniencia. Un tipo siniestro que sólo podrá ser derrotado y humillado finalmente por ese otro gran  protagonista de la obra al que los unos buscan imperiosamente y del que los otros rehúyen con idéntica necesidad vital: la verdad con mayúsculas.

 

Una vida robada (La mala memoria)

Dirección: Julián Fuentes Reta y Antonio Muñoz de Mesa.

Reparto: Asunción Balaguer, Carlos Álvarez-Nóvoa, Ruth Gabriel, Liberto Rabal.

Lugar: Teatro Fernán Gómez, Madrid.

Fechas: Del 11 de enero al 2 de marzo de 2014.

 

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