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Tríos, intimidad, verdad… y música

Por Fernando J. López. ¿Hacemos un trío? ocupa el mismo teatro (Infanta Isabel), día (viernes) y horario (23 h.) que tuvo mi última función, Cuando fuimos dos. Y ahora que César y Eloy se han llevado su cama a otras ciudades, su número dos deja paso a este (disfrutable y apetecible) tres al que nos invitan Natalia MillánMarta Valverde y Alberto Vázquez.

Una función más que recomendable por la profesionalidad de sus intérpretes, por la inteligencia del director (Zenon Recalde), por la maestría de su director musical (César Belda) y, en definitiva, por la calidad -y las tablas- que hay en el espectáculo. Resulta imposible no sentirse parte de esa intimidad que sus tres protagonistas crean ante -entre- nosotros y dejarse llevar por las melodías que nos regalan en un musical que no solo recorre parte de sus propias vidas sino que, sobre todo, sirve de homenaje a ese duro oficio de la actuación. A ese trabajo plagado de altibajos, de luchas, de inseguridades, de una necesaria -y a menudo- dolorosa vulnerabilidad que los tres nos transmiten en esas pequeñas anécdotas, en esas grandes canciones.

Y, por supuesto, suena Sondheim, con una maravillosa Millán en su versión de Losing my mind. Y regresamos a Cabaret. Y a Chicago. Pero también hay tiempo para un ingenioso recorrido por los seriales telefónicos -a golpe de bolero- o para dejarse llevar por canciones que, a priori, no esperamos y que se convierten en pequeñas joyas de ese generoso conjuntos. Es el caso de Alfonsina y el mar -emotiva e intensa Marta Valverde- o de Pueblo blanco, con un Alberto Vázquez inmenso que recorre con toda la emoción posible los matices de ese gran tema de Serrat.

La propuesta resulta fresca, equilibrada, cómplice. Con hallazgos de puesta en escena como el relato de su primer trabajo conjunto –My fair lady– entre los acordes de la partitura original. Tres actores llenos de experiencia y de ganas de compartirla que ofrecen su trabajo con una honestidad -y una desnudez- de esa que no estamos acostumbrados a ver en el escenario. Por supuesto, si buscan una obra pretenciosa o llena de dobles y triples lecturas, mejor no vayan. Porque aquí no se trata de eso. Aquí el objetivo es cantar al oficio, al propio arte teatral y a todo un género: el musical. Aquí no hay más que un músico y tres intérpretes llenos de talento -y de experiencia- dispuestos a conducir al público por los vericuetos de su profesión y de sus recuerdos. Y, como en cualquier buen montaje, no se necesita nada más. Todo lo que se le añadiese sería artificio en una obra que nace desde la verdad.

Solo puedo añadir que, por supuesto, no voy a cansarme de recomendarlo entre quienes sepan valorar un buen musical. Y que, por lo que a mí respecta, ya estoy pensando en repetir.

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