Virtual Gallery, el arte contemporáneo desde la ventana del ordenador
Por Anna María Iglesia
@AnnaMIglesia
Recuerdo todavía hoy aquella sala llena de viejos y destartalados cochecitos; un cartel pegado en la pared externa indicaba el título y el autor de aquella instalación artística. Me encontraba en el museo de arte contemporáneo de París, frente a mi una sala repleta de desvencijados cochecitos infantiles que observaba con la incredulidad y el desconcierto de quien no entiende en absoluto lo que está contemplando. Un sentimiento de frustración, por mi indudable ignorancia, y de engaño me invadían; recorrí las otras salas de la exposición, el desconcierto me acompañó a lo largo de la visita. Ha transcurrido casi una década desde entonces y, si bien los años universitarios y algunas lecturas han matizado la incomprensión de entonces, todavía sonrío al recordar mi rostro desconcertado frente esa «obra de arte», definida grandilocuentemente por el guía del museo.
Pienso en aquella anécdota y me viene a la memoria el extraordinario film de Alberto Sordi y Anna Longhi, Vacanze intelligenti, donde una pareja de fruteros era enviada por sus hijos, en plena efervescencia intelectualoide, a la Bienal de Venecia de 1978. A través de los comentarios de esta pareja frente a las inauditas obras de arte -un grupo de ovejas con una mancha azul en el lomo, entre otras-, Sordi realiza una irónica crítica a aquellos discursos que, con referencias eruditas y tono elitista, consagran el no siempre comprendido arte contemporáneo. Sin duda, sería erróneo definir como simple pose intelectual el arte contemporáneo; sin duda, una afirmación de este tipo sería la simple expresión de la ignorancia, una ignorancia que, dicho sea de paso, no niego poseer, pues reconozco que, a pesar de las posteriores lecturas y de los intercambios de opiniones con amigos y conocidos especializados en arte contemporáneo, persiste en mí una cierto escepticismo ante determinadas obras. Mi escepticismo, que, afortunadamente, no limita mi curiosidad artística, es compartido por más uno que, interesado como espectador aficionado al arte, considera que hay determinadas expresiones artísticas fuera del alcance de los entendidos. El arte contemporáneo, lejos de aquella idea de divulgación presente en el Pop Art y, en especial, en la concepción artística de Andy Warhol o Roy Lichenstain, se ha alejado paulatinamente de la esfera pública, encerrándose en un cubículo frecuentado por una pequeña élite y siendo ignorado por un gran número de potenciales espectadores. La crisis económica, que sin reparo y con crueldad inaudita ha golpeado los distintos ámbitos de la cultura, y las políticas dirigidas a restringir el acceso a la cultura, convirtiendo toda expresión cultural en un objeto de lujo, no ayudan, al menos en apariencia, a la divulgación del arte contemporáneo, acercando las creaciones y los nuevos artistas a un público más amplio. Por el contrario, dichas políticas favorecen a la elitización, ya no cultural, sino principalmente económica; olvidando el valor artístico, las obras se convierten en objetos de valor sobre los que invertir, independientemente del interés estético del posible comprador. Si bien, como mencionado, estas políticas y la situación económica no son, a priori, favorecedoras por el cambio, los obstáculos que éstas representan obligan a repensar el sistema cultural, favoreciendo iniciativas privadas que nacen independientemente de las pretensiones y las constricciones estatales y con la libertad que sólo puede ofrecer la independencia y la confianza plena en lo que se hace, en el propio proyecto.
Hace algunos días, en El Asombrario, Rafa Ruiz recorría el barrio Chueca/Las Salelas dando visibilidad a las innumerables propuestas artísticas que, en forma de salas de exposición, tiendas y laboratorios artísticos, han proliferado en los últimos tiempo. Mad is Mad, Travesía Cuatro, Galería Ardavin o Pelayo 47 son sólo algunos de los nombres mencionados por Rafa Ruiz en su más que recomendable reportaje. Paralelamente a estos «laboratorios de arte» que tienen como sede la ciudad, desde hace un año un portal dedicado al arte ha abierto su ventana en la red de internet: se trata de Virtual Gallery, un escaparate artístico en el que se congregan artistas y amantes del arte. En Virtual Gallery los artistas pueden exponer sus obras al mismo tiempo que los amantes del arte contemporáneo puede recorrer, a punta de ratón, las distintas obras expuestas y adquirirlas. Los precios gravitan desde los 20€ hasta superar los 5000€, una oscilación que permite abrazar un gran abanico de público, de intereses distintos y, evidentemente, de capacidad adquisitiva diferente. Virtual Gallery se presenta como un punto de encuentro, un lugar donde artistas como Darío Villalba – Premio Nacional de Artes Plásticas 1983-, Manuel Villariño -Premio Nacional de Fotografía 2007-, el prestigioso fotógrafo francés Bernard Plossu, o conocidos emergentes como Alfredo Tobía,Sean Mackaoui o Mónica Dixon, exponen sus obras a un público variado que no debe forzosamente acudir las clásicas exposiciones o a los tradicionales museos para conocer y admirar la creatividad artística actual. De la misma manera que los laboratorios artísticos del distrito 004 invitan a recorrer las calles de Madrid, Virtual Gallery invita, más allá de la posible adquisición de obras, a navegar por las distintas galerías virtuales, dedicadas a los diferentes autores que allí exponen y entre las que podríamos destacar la de Rubén Belloso, Eliso, Johan Sebastian Art, Miguel Ruiz, Ana Sánchez Marín o Paul Tilyard.
Los espacios artísticos, así como las editoriales con el nacimiento de pequeñas y exquisitas editoriales o las pequeñas salas alternativas de teatro, se reinventan, tratando de vencer los obstáculos impuestos no sólo por cuestiones económicas -indudablemente presentes-, sino por políticas dirigidas a divulgar la ignorancia y el desconocimiento, políticas anti-culturales que ven en la cultura y en la expresión artística un enemigo a combatir, pues el arte, la creación y la inventiva y, más en general, el pensamiento siempre han sido, y son, las armas más pacíficas, y más radicales, contra la tiranía del pensamiento único y del control ideológico. Virtual Gallery es la demostración de que, pese a los obstáculos impuestos día tras día, y desde esas oscuras esferas ya descritas por Charles Dickens, la rendición no es la respuesta. Es necesario abrir el arte al público, abrir la creación artística y la cultura a las calles y a la red, permitiendo que el diálogo entre creadores, expositores y público continúe en una conversación infinita.
«Sin duda, sería erróneo definir como simple pose intelectual el arte contemporáneo» No estoy tan seguro de que sea erróneo, al menos en una gran parte de ese Arte Contemporáneo. Gran artículo, como siempre, Anna María, en un tema donde tantos caen en el papanatismo y tú pones el dedo en la llaga con lucidez crítica. Acuerdáte de la obra «Arte», una joya de ironía y claridad. Ese lienzo en blanco que era objeto de alabanzas – y burlas, claro – como la máxima expresión del arte moderno. Y es que la idiotez no tiene límites. No es algo nuevo: ya Hans Christian Andersen nos dejó una enseñanza demoledora en su cuento «El traje nuevo del emperador».
No sé como agradecer todos tus comentarios tan positivos. Muchas gracias, Un abrazo