El juego de bridge de la señora López, Yuri Herrera
El juego de bridge de la señora López
Yuri Herrera
Sonó el despertador. La señora López abrió los ojos y su cuerpo se puso alerta sin modorra de por medio. Estaba acostumbrada. La reina del hogar se levanta primero que nadie. Le dio un beso en la mejilla al señor López para que empezara a desperezarse y salió de las sábanas. Despertó a los niños. Les abrió el agua de la regadera. Bajó en camisón de seda a preparar el desayuno.
Dejó a los niños en el camión escolar después de que terminaron sus hot cakes, y al señor López en su auto último modelo después de que tomó su antiácido. Que tengas un buen día, se dijeron.
La señora López levantó la cocina, tendió las camas -hoy no venía la sirvienta-, se bañó, hizo una lista de los asuntos de casa y las citas de la mañana. Comprar las croquetas del perro, ir con el marido de la señora Baisigoitia, luego al salón de belleza y después cita con el ingeniero Canet. Pero no. Primero salón y luego cita con el ingeniero Canet no. Siempre que trabajaba con el ingeniero terminaba hecha un desastre. Cómo le gustaban al ingeniero las correas y mordazas. Y, consecuentemente, los moretones. Iba con el trabajo, por supuesto, pensó la señora López, pero a veces terminaba tan cansada. Llamó al salón para posponer el maquillaje y el permanente. Miró el reloj, pero qué tarde se le ha hecho.
Ya que había ido al super por el alimento del perro decidió hacer la compra de la semana. Gelatina sabor chicle para el niño, yoghurt light para la niña, apenas tiene diez años y ya se preocupa por su figura, chuletas para el señor López, desodorante ambiental, el de aroma de gardenias ya se acabó, y algunas latitas de queso holandés para la reunión. Las galletas iba a traerlas la señora Rendón.
En la fila para pagar se encontró a la señora Márquez. El dinero ya no alcanza para nada, fíjate que quería comprarle una rasuradora de vellos nasales al señor Márquez y hasta que ya la tenía en el carrito voy viendo que cuesta el doble de lo que la semana pasada, menos mal que traigo las tarjetas, que si no_ Dímelo a mí, dijo la señora López, cogiendo de un estante una caja de preservativos, éstos ya me los subieron cuatro veces en lo que va del año, con lo que yo los necesito, Oye y no te convendrán mejor éstos, traen doce, Ay claro, si seré tonta, no me había fijado, Hazme caso, siempre hay que comparar precios, dijo la señora Márquez.
La señora López cumplió puntualmente sus citas de la mañana, acudió a que le hicieran el permanente y le dieran una manita de gato, recogió a los niños en el colegio y aun se dio tiempo de pasar a rentarles un par de videos para que se entretuvieran por la tarde. Había ocasiones en que, tras una jornada así, terminaba molida, pero tomando en cuenta que hoy el señor Canet no andaba con muchas energías y se había limitado a amarrarla en vez de pegarle, se dijo que, en efecto, había tenido un buen día.
Llamó a la fábrica para averiguar si el señor López venía a comer. Cómo anda de ocupado mi gerente preferido, Ay, mucho mi amor, creo que no llego hasta en la noche, Te guardo el guisado para cuando vengas, Gracias mi vida, y a ti cómo te fue, Tst, como siempre, Tienes más citas por la tarde, No, acuérdate que tengo el juego de bridge, Es cierto, bueno, me tengo que ir, diviértete, Te amo señor López, Y yo te amo a ti señora López.
La señora López pidió una pizza para los niños y se dedicó a arreglar la sala. Quizá no había sido tan buena idea invitar a sus amigas justo cuando no venía la sirvienta, pero ya estaba hecho y ni modo. Sacó la vajilla de porcelana, las servilletas bordadas, la cristalería fina, los cubiertos de plata. Puso música. Preparó el café.
La primera en llegar fue la señora Ludlow. Dio órdenes al chofer de regresar por ella en tres horas y lo despachó. Luego llegaron las señoras Rendón y Canet, esta última despidiéndose de alguien por su celular. Al último la señora Garrido, con su maletita llena de joyería de importación.
Se pusieron a jugar. Como de costumbre, la señora Ludlow tomó la delantera. Ni modo chicas, lo llevo en la sangre, mi papá además de abarrotero, era tahúr. Entre juego y juego la señora Garrido les mostraba collares, aretes, pulseras. Esta te la recomiendo mu-chí-si-mo, sólo se consigue en bou-tiques de lujo pasando la frontera, lo bueno es que el distribuidor es amigo del señor Garrido y me mandó una remesita especial.
No sólo la señora Garrido hacía negocio, una de las razones para reunirse tan asiduamente era que podían pasarse tips de sus respectivos trabajos pues, como corresponde a una mujer moderna, todas tenían ingresos propios.
Hoy estuviste con mi marido, verdad, dijo la señora Canet, Sí, ya quedamos que todos los jueves, respondió la señora López, Y cómo se portó, porque lo conozco, mi maridito es taaan especial, espero que no haya sido una lata, Ni te fijes, yo soy de las que creen que el cliente siempre tiene la razón, Por cierto amiga, intervino la señora Rendón, el señor Rendón tiene día libre mañana y me pidió que te preguntara si puedes ir a verlo al mediodía, Al mediodía_ al mediodía, necesito ver mi agenda pero yo creo que sí, además tu marido es cliente especial, seguro me puedo hacer un tiempito, cómo no, Ay qué linda, gracias.
Comenzó a llover. El sonido del agua cayendo afuera le dio un toque de mayor intimidad a la reunión. Se espaciaron las frases pero cuando éstas surgían eran más sentidas.
La señora Ludlow dijo: Les voy a platicar algo que me tiene muy mortificada, resulta que hace unos días mi hija fue a comer con la de la señora Pérez, y después de lo que me contó al regresar, creo que ya no le voy a dar permiso de que vaya de nuevo, Por qué, por qué, se intrigaron todas, Ay, pues me contó, no me lo van a creer, que la servidumbre se sienta a comer con ellos, Cómo, en la misma mesa, Así, increíble, no.
La señora López se consideraba a sí misma una mujer liberal, entendía darles de comer a los sirvientes, pero en la misma mesa, eso no lo concebía, Y dices que el señor Pérez lo permite, preguntó, Lo permite, dijo con firmeza y un poco de indignación la señor Ludlow.
Las señoras permanecieron calladas un rato, sin jugar, como atendiendo el ritmo de la lluvia al golpear los cristales. Si se hubieran asomado a la ventana habrían podido ver que el par de soles ya salía tras el nubarrón oscuro, a pesar de que estaban por ocultarse, simétricos, uno por el oriente, otro por el occidente. Era una vista espectacular. Pero las señoras estaban demasiado absortas en sus pensamientos sobre la señora Pérez como para darse cuenta.
Qué cosas pasan, verdad, dijo la señora Garrido, Sí, dijo la señora López, es un mundo extraño.
Relato cedido por Cuentos para el Andén.
Yuri Herrera (Actopan, Hidalgo, México, 1970) ha publicado las novelas Trabajos del reino (Premio Binacional de Novela, 2003 y premio Otras voces, otros ámbitos, 2008), Señales que precederán al fin del mundo, (finalista del premio Rómulo Gallegos, 2011) y La transmigración de los cuerpos (2013). Ha publicado cuentos, artículos, crónicas y ensayos en periódicos y revistas de Estados Unidos, Latinoamérica y España. Es editor fundador de la revista literaria el perro.