El honor es una mortaja
El honor es una mortaja, Carlos Bassas, Editorial Almuzara, 218 páginas, 15 €.
Por Juan Laborda Barceló
La novela negra, cuando es contundente como un gancho a las costillas y tan austera como un Haiku, tiene todos los ingredientes para disfrutar de ella como del mejor Hardboiled. Si aliñamos lo anterior con unas gotas de realismo social, estaremos ante una novela de raza. Este es el caso de El honor es una mortaja, de Carlos Bassas, pues a pesar de estar ambientada en la irreal Ofidia, sus páginas rezuman conocimiento del sentir patrio (y, por extensión, de la cruda naturaleza humana).
La novela arranca con una introducción sobre los 47 ronin, una conocida leyenda del Japón del siglo XVIII. Unos samuráis sin señor vengan la muerte de éste un tiempo después y, cumplida su honorable misión, se suicidan ceremonialmente con el seppuku. El sentido oriental queda añadido como una nota de color muy acertada entre las páginas, ajenas al esteticismo vacuo muy del gusto actual. Todos los capítulos se inician con el nombre de una serie de movimientos del Iaido, arte marcial dedicado al desenvainado y uso de la espada japonesa. No en vano, los personajes se mueven como en un ballet macabro, cuya precisión es igual a la crueldad que tiende los hilos del destino.
La línea central se estructura en torno a la venganza de un tipo desmemoriado que ha perdido a su familia en un atraco frustrado a un banco, y que está dispuesto a cobrarse todos los intereses de aquel pleito a pesar de no recordarlo.
Dos policías excepcionales serán los encargados de investigar el reguero de sangre, esencialmente rumana, que va dejando la particular vendetta de Samuel Álvarez. En especial uno de ellos, Herodoto Corominas (nombre este que nos quiere recordar por su sonoridad y calado al muy interesante Epaminondas Gonzalves de La guerra del fin del mundo) estará marcado por unos complejos conflictos parentales. Fórmulas de investigación varias, actitudes diferenciadas entre rangos y disputas internas de los diversos cuerpos de seguridad del Estado jalonan una intensa búsqueda en la que tendrá un papel fundamental la mafia rumana. Eso sí, lo realmente fundamental aquí no son las maneras, sino las actitudes ante la vida, el peligro y el dolor.
La crudeza con la que se presenta la violencia y el conflicto tiene algo de poético en una prosa cuidada hasta el extremo; sencilla y, por ello mismo, muy potente. Las reflexiones sobre las circunstancias de cada cual y sus motivos están cargadas de una certeza corrosiva.
Un narrador omnisciente explica, como si fuera un dios exterior, todo este teatro, pero sin intervenir en sus no tan azarosas casualidades. Al final de la partida sólo cuenta el que ha tenido mayor determinación, aunque no prevalezca en la batalla. No se lo pierdan.