The Grandmaster (2013), de Wong Kar Wai
Por Miguel Ángel Martín Maestro.
Así estamos, exhibida en la sección oficial de Berlín 2013 se estrena ahora en Españ,a cuando está a punto de empezar el Berlín 2014, y cuando el que no la ha visto ya es porque no ha tenido interés o curiosidad por buscarla, no hay más que buscar en internet las críticas escritas en España sobre una película “no estrenada”. Luego dirán que la gente no va al cine, o que cuando se exhibe una obra de un director de culto ni los cinéfilos responden, pero me recuerda a cuando mi familia emigrante traía cosas de Alemania que nunca se habían visto en España en los años 70-80, mientras que ahora a nadie se le ocurre porque la apertura de mercados hace que se pueda comprar lo mismo aquí que allí, salvo en esto del cine, donde los tiempos y ritmos no se alcanzan a comprender.
Soy entusiasta seguidor de Wong Kar Wai, la conmoción que me produjo ver, y volver a ver, y seguir viendo “In the mood for love” perdura, es de esas películas imperecederas, clásica en el concepto amplio de la palabra, un cóctel de sentimientos magistralmente combinado, con fórmula repetida en “2046”, un escalón por debajo, pero siguiendo esa historia y esa estética, y desde entonces el director parece haber entrado en una atonía, en un mero disfrute estético no acompañado de la profundidad de su obra culminante ni de sus interesantes historias precedentes.
Olvidando su historia americana “My blueberry nights”, para mi plenamente fallida en concepción y en selección de historia e intérpretes, el retorno a su casa de Kar Wai me produce efectos encontrados, fondo y forma, ética y estética, resistencia o resignación. Temo profundamente, apreciación muy subjetiva, que desaparecida la libertad colonial de Hong Kong, los cineastas de la ciudad-estado tengan que congraciarse con el régimen, y sería preocupante que “desaparecidos” Chen Kaige o Zhang Yimou, máximos exponentes de la llamada quinta generación, Wong Kar Wai optara en su cine por una reivindicación histórica del país vía superproducción de artes marciales o batallas épicas siguiendo la estela de los tigres y dragones, las dagas voladoras y los acantilados rojos para no incomodar a los dirigentes, en vez de resistir como todavía lo hacen algunos de la sexta generación como Jia Zhang-ke o Wang Bing.
Hay mucho de superproducción en la última película de Wai, aunque también hay muchas otras cosas favorables, lo que me ocurre es que el balance me produce desaliento, me interesa mucho más lo que no me cuenta o lo que queda pincelado que el eterno combate por el poder de las familias en el mundo de las artes marciales. Hay tres, al menos, corrientes que van circulando dentro de la película, la más evidente, la de la lucha por el poder de las familias, la segunda la más cercana al universo del director, la historia amorosa imposible entre la hija del viejo gran maestro (la recuperada Zhang Ziyi) y el candidato a suceder en el trono y posterior nuevo gran maestro Ip Man (Tony Leung) con la historia de traición del discípulo del viejo maestro y una tercera tímidamente bosquejada como es la inserción de la historia en el devenir histórico de la China del s. XX, bosquejo mucho más ligero e intrascendente cuando el partido comunista se hace con el poder.
Paradójicamente se obvian en la película los problemas que tuvo el personaje hacia 1947-48 con el régimen, que le obligaron a irse a Hong Kong y crear una escuela de artes marciales, lugar de entrenamiento del legendario Bruce Lee. El personaje ya ha sido objeto de numerosas películas de artes marciales, hasta cuatro aparecen en los buscadores cinematográficos, y además recientes, inmediatamente anteriores a esta obra de Kar Wai, pero no sería justo decir que nos encontramos ante la enésima película de artes marciales donde el “bueno” siempre termina venciendo, aunque al final es el lastre que inclina la balanza de la memoria al hablar sobre la película.
No voy a hablar del argumento, no me parece trascendente el mismo ni hay porqué reventarlo, y aunque puede ser confuso seguir tanto nombre desconocido, tanta escuela de artes marciales, tanta técnica sólo retenible para los que estén en la jerga, ello no impide seguir la acción, lo que resulta atractivo es la forma que tiene Kar Wai de coreografiar las escenas de combates. Dejando de lado el sentimiento personal que me provoca desconexión con lo que veo cuando una sola persona es capaz de acabar con más de 20 a patadas y puñetazos, y nunca consigo entender porqué no atacan los 20 al unísono en vez de ir de uno en uno o de dos en dos, o cuando veo a personas que vuelan, se sostienen de puntillas sobre una barandilla o se suspenden del aire durante interminables segundos rompiendo las leyes de la física, la belleza de las imágenes es incuestionable. De nuevo, y no deja de ser una constante en el cine asiático de artes marciales, los elementos naturales juegan junto con los actores un papel estético de primer orden en las imágenes de combates, el agua, la nieve, los charcos, los contraluces, las sombras…se unen como unos intérpretes más que bailan al son del director.
Pero, tanto combate en una película de alrededor de dos horas, ¿me aporta algo a la historia? A mi no, me termina cansando y alejando de lo que a mí me interesa, claro que lo que a mí me interesa no tiene porqué ser lo importante de la película. Cada combate me termina resultando como los interludios musicales de las películas de los hermanos Marx, o prescindibles o aburridos, o las dos cosas, uno gusta, dos pase, tres empieza a aburrir y media docena ni lo cuento. Ya sé que Ip Man es una leyenda y el mejor luchador de artes marciales del momento, y ya se que va a ganar siempre, así que el conjunto de remolinos, patadas voladoras, toyinas y mangutás (lenguaje de Muchachada Nui) me termina resultando reincidente y soporífero, y solo despierto cuando se retoma la historia de amor imposible, que incluso sirve para salvar una escena de combate entre Tony Leung y Zhang Ziyi que no es sino una declaración de amor a golpes, una seducción erótica de primer orden entre los dos, un combate sexual en toda regla. Interrupto, insatisfactorio e irresoluble de por vida.
Es esta maldición de Ip Man y Gong Er el torrente desatado de pasión amorosa desbordante pero reprimido que tan bien sabe contar Kar Wai, pero que en esta ocasión se ve encorsetado por la necesidad de hacer primar la acción sobre la sutileza, pues siendo sutiles y elegantes las escenas de peleas, echo en falta el desarrollo de esa historia de amor imposible, como si a Kar Wai le hubiera dado pereza desarrollar la historia con un sólido guión y hubiera decidido vivir de las rentas, sabedor de que alcanzaba altas cotas técnicas con el rodaje, con la coreografía, con los escenarios y la escenografía, con la iluminación, con la música, parecería que la historia pasara a segundo plano, que con la vibrante escena de apertura o la escena en la estación de tren bajo la nieve podía suplir el rigor mortis de la verdadera historia.
Esta película es bella, pero como lo es un envase de perfume rellenado con colonia a granel, es delicada como lo es una pluma de ganso, pero tan liviana como la misma pluma. Contiene grandes dramas en su interior, pero no me siento partícipe de los mismos ni con ganas de protagonizarlos en mi imaginación, no estamos ante el Sr. Chow y la Sra. Chang, y van dos pinchazos seguidos de Mr. Kar Wai.