Latinoamérica

Crónica de las Buenas Intenciones

 

Crónica de las Buenas Intenciones 

Por: Ana Cecilia Güth Gutiérrez

ceciguth99@hotmail.com 

Cuando miró a su lado, tenía su maleta entre sus piernas,  una pareja se besuqueaba, y en tiempos alternos, la mujer se picaba el ombligo con uñas largas y mugrosas, se quitaba y ponía los zapatos, una mano la tenía sobre su panza, mientras que  el esposo se rascaba la cabeza y con la otra mano, comía frituras con salsa roja. Aquél señor de aspecto robusto y un tanto maloliente  (ya que estaba a escasos metros) le tocaba bruscamente su vestido verde limón. Todo aquello olía a hediondez… 

Caminaba rápidamente con maletas negras para pagar el pasaje, cuando la señorita que vende los boletos gritó desde lejos: ¿A dónde va? Por fin dejó de caminar, se paró y respondió: -a León-.

 -Pero si estamos en León- respondió la mujer gorda y china de cabellos.

 –A Guanajuato- ¿Cuánto va a ser?- Preguntó con las manos apachurradas por las petacas.

 Ella respondió: – Son $28 pesos y una sonrisa-  No se correspondió el comentario. 

Formaba fila para emprender el camino a aquella ciudad tan bella y… ¡Pásele señorita, pásele a Guanajuato! Se escuchaba un estruendoso griterío de un hombre con camisa de rayas cafés y cuello mugriento. 

Era moreno y con dientes realmente separados unos de otros, resaltando su nariz ancha al sonreír, así como sus ojos pelones, figurando  dos bocas a punto de salir violentamente de sus córneas… mostrando así, una cara estúpida pero a la vez serena. Traía consigo una guitarra en su espalda y  aunque no era el chofer… gritaba otra vez:   ¡A Guanajuato, pásele señorita, pásele! con un tono de pito que molestaba al oído. 

Ahí  parado y con sus valijas junto a la pared, miró el talón que llevaba en su mano, aquello reflejó con el sol y casi se queda ciego, por lo que volvió a mirar de otro modo y ahora pudo distinguir aquél pinchurriento pedazo de papel, lo reconoció de inmediato por lo que sin quererlo ya veía lo que ocurriría en el camino. Ya sabía el significado de aquél pase. 

Pasivamente estaba a punto de prender un cigarrillo, cuando de pronto se dio cuenta de que era el cuarto de la fila para ingresar a la nueva orbe, no hubo angustia ni preocupación alguna por alcanzar lugar… 

La muchedumbre estaba a punto de subir al camión (ya que éste se encontraba parado y cerrado, el letrero respondía a: “Guanajuato” con letras anchas, grandes y naranjas; el chofer probablemente estaría en el baño…); miraba su reloj constantemente dejando en el suelo sus bártulos; estaba a tres personas del camión, ansiaba sentarse para emprender la observación de aquellas “buenas intenciones” de los vendedores de comida o productos. Cuando de pronto, llegó otro autobús velozmente a parcar junto con el de nosotros y  de pronto se  baja corriendo un hombrecillo de aproximadamente 1.60 cm. de estatura  y grita: 

 ¡Aquí suben para Guanajuato! ¡A Guanajuato directo, a Guanajuato  Directo! Y obviamente todo aquél gentío corrió velozmente hacia ése autobús (no subieron en forma civilizada) por lo que hubo  impacto y desconcierto para los que se encontraban mero  adelante de la ristra. De esta manera les tomó por sorpresa esta circunstancia y fueron los últimos en subir. 

Observa que se suben  chicos vendedores, uno de ellos  grita con entusiasmo:  ¡Nieves, nieves!, ¡lleve sus nieves! , se supuso que vendía nieves, ya que traía consigo una charola con vasos llenos de verde y sabor vainilla. Este chico necesita vender para poder ayudar a sus padres. Esto lo hace en las tardes y estudia en las mañanas. 

Las caras de los pasajeros se veían un tanto angustiosas, preocupadas, temerosas…y al mismo tiempo, el sol vertiginoso y sofocante penetraba en el interior. 

Se observa  un bicho sobre la ventana, éste volaba hasta que se perdió entre la sombra del asiento delantero…en eso, unos ojos grandes y una sonrisa encantadora dijo: 

“ Vi un hipopótamo  mamá con su hijito muy lindo, también vi un tigre, éste quería su comida y se lo trago así: Grawn!!  ( hizo muecas chistosas). También vi un cocodrilo que tenía un diente afuera muy filoso y unos changos marangos” se preguntó – ¿Porqué marangos?- Porque me gustaron, dijo Javier Arturo, un niño de cuatro años muy simpático que había ido al zoológico de la ciudad de León. Se sentó a mi lado en la ventana. Finalmente aquél párvulo contó que venía de una fiesta de Spiderman      (traía consigo dulces, una máscara y un pedazo de piñata del héroe mencionado). 

El chofer manejaba prudentemente mientras veía que todos los asientos tenían funda blanca, algunos con ciertas manchas de mugre, uno en específico llamó la atención ya que tenía escrito con tinta negra un mensaje sin sentido que decía: Albas 1000 %. 

Se puede percibir un olor a sudor en todo el ambiente – ¡todo aquello era tremendamente bochornoso y desagradable! 

La miraba se deslizaba de atrás a delante a lo largo del camión, por lo que se podía apreciar en la parte superior once pares de ojos al estilo robotina[1]*, si, aquellos parecían intentos de esferas robóticas,  eran  los pequeños focos que hay en  cada ventana; polvorientos y uno que otro roto o despintado. 

Cuando miró a su lado, tenía su maleta entre sus piernas,  una pareja se besuqueaba, y en tiempos alternos, la mujer se picaba el ombligo con uñas largas y mugrosas, se quitaba y ponía los zapatos, una mano la tenía sobre su panza, mientras que  el esposo se rascaba la cabeza y con la otra mano, comía frituras con salsa roja. 

 Aquél señor de aspecto robusto y un tanto maloliente  (ya que estaba a escasos metros) le tocaba bruscamente su vestido verde limón. Todo aquello olía a hediondez y a la vez, Jever Arturo estaba despertándose, se había quedado dormido. 

Por fin se llega a la ciudad tan esperada por todos, así como se mira el reloj y  son las tres en punto de la tarde. 

Por otro lado, las esforzadas manos sudadas  jalaban a las maletas caprichosas, por fin se levantaron aquellas piernas cansadas, y se pudo parar equilibradamente sobre el pasillo, toda la gente estaba tan amontonada que parecería que no se supiese que saldrían de aquél espacio. 

Casi baja del camión con cierto cansancio,  cuando voltea atrás y ve a Arturo, éste, cada vez  desaparece entre la masa, luego, se topa con  el chofer y diciendo con más fuerzas que ganas “gracias”, éste le contesta, de nada. 

Se siente un viento frío y agradable, ahí, en la sombra, caminando llega a la salida de la central, observa autos verdes: taxis, además de hombres fachosos gritando “taxi?” y siguiendo de esta manera las costumbres de  las buenas Intenciones.


[1] .- Robotina es un personaje de caricaturas de “Los Supersónicos” en dónde ésta hace las veces de una empleada doméstica dentro de una casa; es un robot con supuestos ojos sónicos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *