La novela de tu vida: Jenn Díaz
Por Jenn Díaz
Uno de mis secretos mejor guardados es que nunca acabé la novela de mi vida. Cuando me quedaban pocas páginas de Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite, dejé el libro en la estantería y nunca más volví a cogerlo —sólo para volver a tocarlo. A partir de aquel momento, seguí leyendo su obra, entera, a excepción de esas pocas, esas nada de nada, ese final de la novela epistolar, mi primer libro serio, por así decirlo.
Aunque después he leído otros libros, de la misma Martín Gaite o no, mucho mejores, no habría llegado a ellos sin antes pasar por Sofía y Mariana; probablemente Nubosidad variable sea el libro responsable no solo de que lea, sino también de que escriba. Aquel verano me sumergí de lleno en las novelas, los cuentos y los artículos y ensayos de Carmiña, y después me fui a por Natalia Ginzburg porque la había traducido, y después a Ana María Matute porque siempre las comparaban, y después a Josefina Aldecoa, Soledad Puértolas, Clarice Lispector, Virginia Woolf… y seguí así, y después recuperé a Juan Marsé y Gabriel García Márquez del instituto, y de este modo empecé a tejer una red de lecturas que tenían como centro a la escritora salmantina. De aquella red nació lo que se llama todavía, aunque esté guardado en un cajón, Bergai, un pueblo imaginario que construyó Carmen Martín Gaite con una amiga suya, y que yo adopté como propio, un refugio, del mismo modo que Nubosidad variable me había parecido, mientras lo leía en el tren de camino a la universidad, un espejo. Bergai fue mi primera novela, como un ensayo de lo que después fue mi primera publicación, Belfondo.
Crecer es empezar a separarse de los demás, reconocer esa distancia y aceptarla. Y eso era lo que yo hacía, separarme de los demás, reconocer la distancia y aceptarla, pero como sola no tenía la manera de hacerlo, fue este libro el que me ayudó. Jeanette Winterson dijo, en su autobiografía «¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?», que cuando leyó a T.S.Eliot, se curó, empezó a vivir acompañada, de ese modo en que acompañan los libros, un acompañamiento extraño y sano… y para mí Nubosidad variable fue esa salvación.
Quizá si ahora volviera a leerlo, sentiría que es demasiado ingenuo, o que yo era demasiado ingenua, o que me faltaban todavía lecturas, o que no lo valoré justamente, o cualquier cosa… y por eso ni me he molestado en acabar aquellas páginas que dejé sin leer para que no se terminara nunca el libro, porque a lo mejor ahora me resultaría un libro ridículo sobre dos mujeres que se escriben con un psicoanálisis facilón e infantil: entonces no era en absoluto un libro fácil, era un descubrimiento, casi un manual, y de esa lectura vinieron después los años más productivos y útiles, en los que empecé lo que no se ha acabado: una formación intuitiva.
Sigue y seguirá siendo la novela de mi vida, pero por el valor sentimental y por ser la primera piedra del camino, no por su calidad, que creo inferior —aunque en esto las gaitescas nunca coincidimos— a otros, como por ejemplo Retahílas o Fragmentos de interior. Pero eso qué importa. Lo que importa es que yo ni siquiera había cumplido los veinte y que Martín Gaite hacía un poco más dulce mi vida de entonces, y sobre todo, me abrió la puerta a la literatura, de la que tanto he aprendido y con la que he crecido muchísimo.
Jenn Díaz (Barcelona, 1988) es autora de Belfondo (2011) y El duelo y la fiesta (2012), ambos publicados por Principal de los Libros.
La mia fue «la reina de las nieves» pero coincidiendo en el mismo camino hacia ese crecer y distanciaese del resto.
Me conmueve leerte,Jenn 😉