No estrenos: Love Exposure (2008), de Sono Sion
Por Miguel Ángel Martín Maestro.
Cuando una cultura, como la japonesa, y en general la asiática, es conocida en Occidente a través de clichés y lugares comunes uno tiende a la superficialidad y a lo banal en los comentarios, es difícil comprender la mente y la forma de vida de un tokyota, pero uno puede hacerse cargo de lo duro que tiene que ser la uniformidad, el respeto y la obediencia por sistema, el no traspasar la raya que marca tu camino en estaciones y en las aceras para no entorpecer el paso de los demás.
También hay que preguntarse si es casual que, no sólo en las películas, sino en la narrativa, ahí están los ejemplos de Murakami y Banana Yoshimoto, el tema de las sectas religiosas, su peligrosidad y su violencia, esté tan presente en las obras de los últimos años, pero no conviene perder de vista el atentado del año 1995 con gas sarin en el metro de Tokio, atribuido a la secta de la verdad suprema “om shinri kyo”. El lider de la secta, Shoko Asahara logró a 10.000 fieles en Japón, 20.000 en Rusia y otros tantos en Nueva York, Bonn, y en Sri Lanka. El nombre de la secta, Ôm Shinri Kyo, deriva del término hindú Om, que representa el universo, y sigue con los Kanji (ideogramas) Shin (verdad), Ri (razón, justicia), y Kyo (fe, doctrina). Esta secta toma influencias del hinduismo y del budismo por la rama Theravada, Mahayana y Vajrayana. Nació a partir de la celebración de varios seminarios sobre Yoga que eran el pretexto para hablar sobre la espiritualidad. En 1987 el grupo de Asahara obtuvo el estatus oficial de religión de manos del gobierno japonés. A partir de entonces fue creciendo el número de fieles, en su mayoría estudiantes, que eran captados a la salida de las estaciones de metro mediante preguntas sobre la existencia. La evolución para decidir convertirse en un movimiento violento para los no creyentes, pronosticar el fin del mundo para 1997, acabar con la vida de una docena de personas en 1995 y atribuírsele la muerte con gas Sharin en 1994 de siete personas en Matsumoto se desconoce. Su líder fue condenado a morir en la horca en 2004.
Hay por tanto una base de realidad desde la que Sono Sion “vende” su película “Love exposure”, el peligro de las sectas, o de las religiones, o de ambas si es que pueden diferenciarse en sus elementos más dogmáticos, existe en la sociedad nipona, otra cosa es que el reflejo fílmico pretenda demostrar esa infiltración en la vida cotidiana y la pasividad, cuando no connivencia, del poder político. Sono Sion es un ejemplo de “otaku” en el mundo cultural japonés, un friki, un tío que va por libre, que pasa de todo convencionalismo, de todo rigor narrativo y estético para crear sus propias aventuras cinematográficas inclasificables. Su primer gran éxito fue “Suicide club”, acumulando una serie de películas sobre protagonistas juveniles que dieron paso a sus últimas obras con protagonistas maduros pero en el mismo plano de exceso y atipicidad de este “Love exposure”.
Cualquiera que lea alguna reseña o crítica profunda sobre esta película comprobará que es reiterado el uso de la expresión “obra maestra”, “mejor película del año”, o similar. Pienso que, como todo exceso, está alejada de la perfección, de la maestría, del toque necesario para perdurar y convertirse en un icono fílmico, y a pesar de ello algo tiene esta película cuando cuatro horas de historias no cansan, cuando uno se queda con ganas de seguir viendo las andanzas de Yu y Yoko una vez reconocidos como mutuamente enamorados. Si, cuatro horas es la duración de esta película, drama y comedia, crítica religiosa, intriga, amor fou, adolescencia e inmadurez, retrato del Japón moderno y sus parafilias como las fotografías robadas de ropa interior de mujer, chicas en minifalda y sectas destructivas, dominación y poder, el camino a la perdición provocado por falta de amor paterno, drama familiar, crisis de fe, locura… en cuatro horas el guion da para mucho.
Por momentos uno piensa que se encuentra ante la traslación a Japón de un culebrón venezolano, en otros los mismos actores resultan convincentes y emocionantes, el drama y la comedia se mezclan logrando momentos surreales, en ocasiones parece que Beat Takeshi se ha reencarnado en humor amarillo y se regodea con perfidias varias con su protagonista, a continuación la película se transforma en un “chambara” alocado de tribus urbanas, o en un thriller psicológico con ambientación religiosa donde se masca la tragedia.
Al comienzo de la película parecería que vamos a presenciar una película de episodios marcados y diferenciados, pero esto no deja de ser una broma pesada, no hay capítulos porque lo diga el director, la película fluye en una cantidad tal de tramas y subtramas que no hay capítulo que las diferencie, sino que el capítulo se utiliza para presentar personajes, única y exclusivamente, pero sólo a los personajes juveniles, no a los adultos, o pretendidamente adultos , ya que el motor del mundo gira alrededor de Yu y Yoko, y el personaje demiúrgico de Aya (de lo peor interpretado de la película).
Resumir la historia es harto complicado, y no haría justicia al interés e intensidad de la película, discutible en cuanto a grandeza, pero interesante en su exposición y desarrollo por el retrato ácido que contiene de una sociedad ultramoderna pero llena de defectos y soledades. A la muerte de la madre de Yu, que le pide que le presente a su “María cuando la encuentre, como símbolo de un amor puro en un ambiente de una familia católica, el padre se convierte en sacerdote. La tardía vocación paterna desemboca en un énfasis enfermizo por el pecado, de tal manera que Yu se ve obligado a diario a inventarse pecados para que su padre pueda perdonarle y demostrar que es un hijo pecador. A tanto llega el concepto de pecado en esta película que Yu decide que “María” será la primera chica que le provoque una erección, por eso se convierte en un experto “panty shot”, o vulgarmente “fotógrafo de bragas” y en un referente juvenil ( esta filia por la ropa interior femenina en uso es “muy japonesa”, consúltese en internet si se tiene curiosidad). Por perder una apuesta, Yu tiene que salir a la calle vestido de mujer y besar a la primera chica que le guste, amén de la trama lésbica que surge con ocasión de este suceso, aparece Yoko, la “María” que le provoca esa erección deseada al levantar su minifalda una ráfaga de aire y poder ver su ropa interior…y la película sigue y sigue, una secta se fija en Yu como posible objeto de captación, para eso se infiltrarán en la familia, Aya se hará pasar por la misteriosa que besó a Yoko y con quien ésta tiene sueños eróticos desde entonces, Yu será expulsado de la familia, del colegio, su padre dejará de ser sacerdote, se casará con la madre de Yoko, Yoko y Yu pasan a ser hermanos, la secta se lleva a todos menos a Yu, hay muertes, explosiones, locura, huida y amor…. Y el que haya sido capaz de seguir este breve relato de la trama tiene mi aplauso, pero tan agotador es resumir el argumento a vuela pluma como tentador es ver la película.
“Love exposure” juega con el tema de la variación musical, de manera constante suenan las mismas melodías durante minutos y minutos, la música permanece pero varían las escenas, es como un juego de variaciones musicales por los sentidos, usar el Bolero de Ravel en la progresiva decadencia moral de Yu al convertirse en el mejor pecador de su zona, o el reiterado uso del allegreto de la séptima sinfonía de Beethoven en el eje del desarrollo del sentimiento amoroso de Yu hacia Yoko y el conflicto familiar latente de manera permanente.
Estamos ante un cine bizarro y al mismo tiempo sugerente, un cine que parecería ambientando en el Disney Channel pero mezclado con un Gandía Shore cualquiera, un cine que juega con la identidad sexual de sus personajes, que pronto se sienten lesbianas o tienen que travestirse para acercarse a su amada como sienten temor y rechazo hacia el sexo como pecado, un cine que en ocasiones parece una realización televisiva y en otras un profundo relato psicológico y trascendente sobre la inmortalidad o sobre la influencia de las religiones en nuestras vidas. Uno de los mejores momentos es cuando el personaje de Yoko repite de memoria un pasaje bíblico, lo que nos remonta al personaje de Pulp Fiction declamando la Biblia antes de ejecutar a un grupo de ladrones camellos, o si nos remontamos a grandes clásicos como La noche del cazador o El fuego y la palabra, películas con charlatanes que utilizan la religión para ocultar sus carencias personales, y sobre todo es una película donde resplandecen dos actores, uno probablemente desatado por el director, Yu, interpretado por Takahiro Nishijima, y la deslumbrante belleza de Yoko, contenida y explosiva cuando corresponde a una personalidad inestable como la suya, interpretada por Hikari Mitsushima, la esposa del samurái suicida de Hara-Kiri de Takashi Miike, un director con el que guarda muchas referencias estéticas y de contenido esta película de Sono Sion.
Película para excesos, para una tarde larga de celuloide o de kilobytes, según se vea, terminar diciendo que ganó el premio FIPRESCI en Berlín y el festival de cine asiático de Barcelona en el año 2009, algo tendrá el agua cuando la bendicen, aunque prefiero el vino, pero como experimento contiene cine verdadero, junto con mucho artificio innecesario.