De paseo por Hervás
Por Víctor F. Correas. Oigo la voz como un susurro. Me detengo. Nadie. Pero la voz está ahí. Cierro los ojos. Está.
“Malato está el hijo del rey
Malato que non salvaba,
siete doctores lo miran,
los mejores de Granada.
Malato está el hijo del rey
Malato que non salvaba,
siete doctores lo miran,
los mejores de Granada”.
La voz, dulce, suave y melodiosa, pertenece a una mujer que acompaña el camino. Las aguas del Ambroz discurren tranquilas a la vera de Hervás. Otras aguas, igual de tranquilas, surcan sus regueras de piedra y funden su canto con esa voz que clama volver a lo que fue suyo. No lo hará; nunca volverá, pero su doliente recuerdo recorre las estrechas calles y callejuelas de la villa. Su cuerpo se separó de ella hace siglos. Mora enterrado en tierra extraña; extraña porque no es la suya. Su alma, en cambio, está ahí, en esas calles que quedaron impregnadas de su luz, dolor y calor. Por toda la eternidad.
La tonadilla acompaña en cualquier paseo por Hervás, allá en la Alta Extremadura, entre bosques de robles melojos y castaños, bajo la imponente vigilancia del pico Pinajarro. Raro paradigma de la difícil convivencia entre cristianos y judíos. En Hervás, sin ir más lejos, el Duque de Béjar supo ser generoso, y tras las persecuciones que tuvieron lugar contra los segundos en diferentes en 1391 los acogió al tiempo que permitió que mantuvieran sus propiedades. Más de lo que pudieron soñar siendo los tiempos que corrían. Vendrían peores.
En Hervás levantas la vista y contemplas un trozo de cielo azul, limpio. Un trozo apenas. Lo que dejan ver los voladizos que sobresalen de las casas. La luz se filtra por ese exiguo espacio e impregna las sombrías calles de la Judería de una tenue claridad; quizás la Judería mejor conservada de toda Europa. Aquí se dice todavía aquello de ‘en Hervás, judíos los más’. Tenga o razón el dicho, de inmediato se llega a la plaza, lugar que era de encuentro entre unos y otros, cristianos y judíos. Desde allí, que cada cual trace su camino según le plazca. El judío, hasta los confines de la villa que marcan el río Ambroz y su Puente de la Fuente Chiquita. En dicho camino, el adobe y el granito se mezclan en una suerte de arquitectura especial, propia, con la madera de castaño, que hay mucha y por todas partes. Los balcones asoman a la calle orgullosos y vigilan los anónimos pasos que se internan por las calles como quien busca lo que desea encontrar: paz, quietud y sosiego. Si quiere algo más, ya tendrá tiempo de encontrarlo cuando abandone la Judería.
Rabilero, Cofradía… Los nombres de las calles tienen sabor propio. Cruzar por delante del número 19 de la calle Rabilero, por ejemplo, tiene su sorpresa. La tradición oral dice que aquí estaba situada la sinagoga. Se paladean los silencios sólo rotos, si se aguza bien el oído, por los gritos de los hombres, los sollozos de las mujeres y los llantos de los niños antes de abandonar estas tierras en 1492, tras el edicto de expulsión de los Reyes Católicos. Portugal fue el destino para los cuerpos de muchos; su alma, desgarrada, no marchó con ellos, se quedó en Hervas. Otros, sin embargo, hicieron votos a lo más divino y permanecieron en estas tierras, en su tierra. Formaron la Cofradía de Conversos, nuevos cristianos de apariencia, judíos de sentimiento y corazón. Gente apegada a su tierra. Tan judíos los unos como los otros.
Al abandonar la judería, al frente, surge el Puente de la Fuente Chiquita, la antigua entrada a la villa desde la Vía de la Plata romana. Desciendes y mojas las manos en la corriente del Ambroz. El sol ilumina la cara. El agua trae de nuevo cantos, sonidos y melodías que devuelven al pasado, a esa judería por la que pena el alma de la muchacha que nunca quiso marcharse. Pasea su pena tranquila, sin prisa. Tiene toda la eternidad por delante.
Te das la vuelta y suena su voz clara y limpia. La escuchas, con las manos dentro del agua y los ojos cerrados. Relajado. La escuchas:
“Malato está el hijo del rey
Malato que non salvaba,
siete doctores lo miran,
los mejores de Granada.
Malato está el hijo del rey
Malato que non salvaba,
siete doctores lo miran,
los mejores de Granada”.