La Filosofía española en el Barroco: "Oráculo manual y arte de prudencia", de Baltasar Gracián (I)
Por Ignacio G. Barbero.
¿De qué sirve el saber si no es práctico?- Baltasar Gracián
La literatura y la filosofía españolas del período Barroco se caracterizaron, principalmente, por la puesta en crisis de los valores éticos y ontológicos vigentes en el Renacimiento. El hecho de haber sido desarrolladas bajo un sistema político absolutista y un ambiente religioso estrictamente católico (marcado por la Contrarreforma) fomentó, en oposición a los ideales renacentistas, una concepción pesimista y escéptica de los seres humanos y su comportamiento en sociedad. Así, los fenómenos terrenales son transitorios, fugaces, huidizos; correlativamente, la existencia es entendida como pura ficción, engaño, sueño y vanidad, pero es lo único que tenemos, ya que la muerte anda siempre presente en todos y cada uno de esos momentos: nos acecha sin cesar. En consecuencia, el aprecio por la vida, que no es nada en sí misma y, al mismo tiempo, todo lo que nos queda, resulta muy intenso. Paradoja que nutre las obras de los autores barrocos españoles, las cuales abarcan desde la apologética religiosa a la sátira escatológica, del alegre amor por lo natural y la vida a la macabra desesperación por la fugacidad de la misma. Compleja y dinámica cosmovisión que refulge exclusiva en el campo general de la reflexión humana.
Uno de los mayores exponentes de esta singular tendencia de pensamiento fue Baltasar Gracián, hondo e influyente filósofo en lengua castellana, cuya obra, caracterizada por un tratamiento formal e ideológico sumamente complejo y original, ha sido admirada por numerosos pensadores de probada grandeza, tales como Schopenhauer (que tradujo alguna de sus obras al alemán) o Nietzsche. El “Oráculo manual y arte de prudencia”, texto que aquí nos ocupa, se publicó en 1647. Está compuesto por trescientos aforismos breves, pero intensos, de enorme concentración expresiva y formulación rotunda, que no dejan lugar a la duda y persuaden desde la primera frase. La temática presente en este conjunto de textos no es sintetizable en pocas palabras, mas sí hay una línea de fuerza que los vertebra: el mundo es hostil y hay que saber adaptarse a las múltiples circunstancias que nos impone, entender su variabilidad, para no salir escaldado del contacto con él. De cara a conseguir este objetivo, es necesario conocer nuestros resortes más íntimos y los de los demás, añadiendo a este conocimiento el de las complejas relaciones que establecemos con el resto de seres humanos. Gracián nos hace ver, por un lado, la importancia de las formas (de los »modos») a la hora de hablar, escribir, comportarnos o crear vínculos útiles, y, por otro, la relevancia de la reflexión para no ser títeres enajenados por nuestro entorno.
La sabiduría, encarnada aquí en su máxima pureza por “el discreto”, ha de ser eminentemente práctica, esto es, dirigida por y para la acción concreta, el instante, la «ocasión». Esta obra así lo considera y así lo expone, lo cual dota a su contenido de una presencia y una vigencia más allá de su siglo y contexto cultural. Si leemos con detención y cuidado, no podemos negar que estos consejos entran en diálogo, por pura intensidad existencial, con nosotros mismos; nos aluden y nos sirven.
Seleccionar aforismos del “Oráculo manual y arte de prudencia” ha sido una tarea a la vez ardua y placentera, pues a la dificultad de seleccionar los más representativos se une el disfrute de estudiarlos y comprenderlos en toda su fluida complejidad. Ahora bien, la antología que presentamos, dividida en dos partes, no debe sustituir una lectura íntegra de la obra, tarea que nuestra inteligencia acabará agradeciendo. Sin más preámbulos, pasen y disfruten:
3. Llevar sus cosas con suspensión [con expectación]: La admiración de la novedad es estimación de los aciertos. El jugar a juego descubierto ni es de utilidad ni es de gusto. El no declararse luego [inmediatamente] suspende y más donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación; amaga misterio en todo y con su misma arcanidad provoca la veneración. Aun en el darse a entender se ha de huir la llaneza, así como ni en el trato se ha de permitir el interior a todos. Es el recatado silencio sagrado [refugio] de la cordura. La resolución declarada nunca fue estimada; antes se permite a la censura y, si saliere azar [si fuese contraria], será dos veces infeliz. Imítese, pues, el proceder divino para hacer estar a la mira y al desvelo [atentos y vigilantes].
10. Fortuna y fama. Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra. La primera para vivir, la segunda para después; aquélla contra la envidia, ésta contra el olvido. La fortuna se desea y alguna vez se ayuda, la fama se diligencia; deseo de reputación nace de la virtud. Fue y es hermana de gigantes la fama: anda siempre por extremos, o monstruos o prodigios, de abominación, de aplauso.
14. La realidad y el modo [el fondo y la forma]. No basta la sustancia, requiérese también la circunstancia. Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y razón. El bueno todo lo suple: dora el no, endulza la verdad y afeita la misma vejez. Tiene gran parte en las cosas el ‘cómo’ y es tahúr de los gustos el modillo. Un bel portarse es la gala del vivir, desempeña singularmente todo buen término.
16. Saber con recta intención. Aseguran fecundidad de aciertos. Monstruosa violencia fue siempre un buen entendimiento casado con una mala voluntad. La intención malévola es un veneno de las perfecciones y, ayudada del saber, malea con mayor sutileza. ¡Infeliz eminencia la que se emplea en la ruindad! Ciencia sin seso, locura doble.
19. No entrar con sobrada expectación. Ordinario desaire de todo lo muy celebrado antes, no llegar después al exceso de lo concebido. Nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado, porque el fingirse la perfecciones es fácil y muy dificultoso el conseguirlas. Cásase la imaginación con el deseo y concibe siempre mucho más de lo que que las cosas son. Por grandes que sean las excelencias no bastan a satisfacer el concepto y, como le hallan engañado con la exorbitante expectación, más presto le desengañan que le admiran. La esperanza es gran falsificadora de la verdad: corríjala la cordura, procurando que sea superior la fruición al deseo. Unos principios de crédito sirven de despertar la curiosidad, no de empeñar el objeto. Mejor sale cuando la realidad excede al concepto y es más de lo que se creyó. Faltará [no servirá] esta regla en lo malo, pues le ayuda la misma exageración; desmiéntela con aplauso y aun llega a parecer tolerable lo que se temió extremo de ruin.
22. Hombre de plausibles [interesante] noticias. Es munición de discretos la cortesana gustosa erudición, un práctico saber de todo lo corriente, más a lo noticioso, menos a lo vulgar. Tener una sazonada copia de sales en dichos, de galantería en hechos, y saberlos emplear en su ocasión, que salió a veces mejor el aviso [consejo] en un chiste que en el más grave magisterio. Sabiduría conversable valióles más a algunos que todas las siete, con ser tan liberales.
26. Hallarle su torcedor a cada uno [su punto débil]. Es el arte de mover voluntades; más consiste en destreza que en resolución: un saber por dónde se le ha de de entrar a cada uno. No hay voluntad sin especial afición y diferentes según la variedad de los gustos. Todos son idólatras: unos de la estimación, otros del interés y los más del deleite. La mañana está en conocer estos ídolos para el motivar, conociéndoles a cada uno su eficaz impulso: es como tener la llave del querer ajeno. Hase de ir al primer móvil, que no siempre es el supremo, las más veces es el ínfimo, porque son más en el mundo los desordenados que los subordinados. Hásele de prevenir el genio primero, tocarle el verbo después, cargar con la afición, que infaliblemente dará mate al albedrío.
27. Pagarse más de intensiones que de extensiones. No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro; es descrédito lo mucho. Aun entre los hombres, los gigantes suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros por la corpulencia, como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los ingenios. La extensión sola nunca pudo exceder de medianía y es plaga de hombres universales por querer estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia y heroica si en materia sublime.
31. Conocer los afortunados, para la elección, y los desdichados, para la fuga. La infelicidad es de ordinario crimen de necedad y de participantes no hay contagión tan apegadiza [vicio pegadizo]. Nunca se le ha de abrir la puerta al menor mal, que siempre vendrán tras él otros muchos, y mayores, en celada. La mejor treta del juego es saberse descartar: más importa la menor carta del triunfo que corre que la mayor del que pasó. En duda, acierto es llegarse a los sabios y prudentes, que, tarde o temprano, topan con la ventura.
33. Saber abstraer [saber apartarse]; que, si es gran lección del vivir el saber negar, mayor será saberse negar a sí mismo, a los negocios, a los personajes. Hay ocupaciones extrañas, polillas del precioso tiempo, y peor es ocuparse de lo impertinente que hacer nada. No basta para atento no ser entremetido, mas es menester procurar que no le entremetan. No ha de ser tan de todos que no sea de sí mismo. Aun de los amigos no se ha de abusar, ni quiera más de llos de lo que le concedieren. Todo lo demasiado es vicioso y mucho más en el trato. Con esta cuerda templanza se conserva mejor el agrado de todos y la estimación, porque no se roza la preciosísima decencia. Tenga, pues, libertad de genio, apasionado de lo selecto, y nunca peque contra la fe de su buen gusto.
35. Hacer concepto [sopesar las cosas], y más de lo que importa más. No pensando se pierden todos los necios: nunca conciben en las cosas la mitad y, como no perciben el daño o la conveniencia, tampoco aplican la diligencia. Hacen algunos mucho caso de lo que importa poco y poco de lo que mucho, ponderando siempre al revés. Muchos, por faltos de sentido, no lo pierden. Cosas hay que deberían observar con todo el conato y conservar en la profundidad de la mente. Hace concepto el sabio de todo, aunque con distinción cava donde hay fondo y reparo; y piensa tal vez que hay más de lo que piensa, de suerte que llega la reflexión donde no llegó la aprehensión.
41. Nunca exagerar. Gran asunto de la atención, no hablar por superlativos, ya por no exponerse a ofender la verdad, ya por no desdorar su cordura. Son las exageraciones prodigalidades de la estimación y dan indicio de la cortedad del conocimiento y del gusto. Despierta vivamente a la curiosidad la alabanza, pica el deseo, y después, si no corresponde el valor al aprecio (como de ordinario acontece), revuelve la expectación contra el engaño y despícase en el menosprecio de lo celebrado y del que celebró. Anda, pues, el cuerdo muy detenido y quiere más pecar de corto que de largo. Son raras las eminencias: témplese la estimación. El encarecer es ramo de mentir y piérdese en ello el crédito de buen gusto, que es grande, y el de entendido, que es mayor.
48.Hombre con fondos tanto tiene de persona. Siempre ha de ser otro tanto más lo interior que lo exterior en todo. Hay sujetos de sola fachata [sólo fachada], como casas por acabar, porque faltó el caudal: tienen la entrada de palacio y de choza la habitación. No hay en éstos dónde parar, o todo para, porque, acabada la primera salutación, acabó la conversación. Entran por las primeras cortesías como caballos sicilianos y luego paran en silenciarlos, que se agotan las palabras donde no hay perennidad de concepto. Engañan éstos fácilmente a otros, que tienen también la vista superficial, pero no a la astucia, que, como mira por dentro, los halla vaciados para ser fábula de discretos.
50. Nunca perderse el respeto a sí mismo, ni se roce [tome libertades] consigo a solas. Sea su misma entereza norma propia de su rectitud y deba más a la severidad de su dictamen que a todos los extrínsecos preceptos. Deje de hacer lo indecente, más por el temor de su cordura que por el rigor de la ajena autoridad. Llegue a temerse y no necesitará del ayo imaginario de Séneca.
53.Diligente e inteligente. La diligencia ejecuta presto lo que la inteligencia prolijamente piensa. Es pasión de necios la prisa, que, como no descubren el tope, obran sin reparo. Al contrario, los sabios suelen pecar de detenidos, que del advertir nace el reparar. Malogra tal vez la ineficacia de la remisión lo acertado del dictamen. La presteza es la madre de la dicha. Obró mucho el que nada dejó para mañana. Augusta empresa, correr a espacio [despacio].
70. Saber negar. No todo se ha de conceder, ni a todos. Tanto importa como el saber conceder y en los que mandan es atención urgente. Aquí entra el modo: más se estima el no de algunos que el sí de otros, porque un no dorado satisface más que un sí a secas. Hay muchos que tienen en la boca el no, con que todo lo desazonan. El no es siempre primero en ellos y, aunque después todo lo vienen a conceder, no se les estima, porque precedió aquella primera desazón. No se han de negar de rondón las cosas: vaya a tragos el desengaño; ni se ha de negar del todo, que sería desahuciar la dependencia. Queden siempre algunas reliquias de esperanza para que templen lo amargo del negar. Llene la cortesía el vacío del favor y suplan las buenas palabras la falta de las obras. El no y el sí son breves de decir y piden mucho pensar.
80. Atención al informarse. Vívese lo más de información; es lo menos lo que vemos: vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras veces llega en su elemento puro y menos cuando viene de lejos: siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió. Sea la refleja [la cautela] contraste de lo falto y de lo falso.