Me encanta la historia de España… que me cuentan en Polonia
Por Víctor F. Correas. Servidor de ustedes mantuvo ayer un encuentro especial con estudiantes de la sección bilingüe del Liceo Adam Mickiewicz de Crakovia.Cosas de las nuevas tecnologías y del ofrecimiento de Sergio Izquierdo, al que tuve la ocasión de conocer gracias a una entrevista durante la promoción de mi segunda novela.
La excusa no era baladí: charlar sobre las dos novelas que hasta la fecha he tenido la suerte de publicar. La clase, compuesta por alumnos –y alumnas, no se me vayan a quejar luego por la no distinción de sexos– que frisaban los 18 años. Una charla sobre historia de España, en definitiva. Para jóvenes polacos que ponen sus pies todos los días –según me explicó posteriormente Sergio izquierdo- en un edificio que cumplió las funciones de lugar de detención de la Gestapo durante de la Segunda Guerra Mundial –-los que tenían la desgracia de caer allí también sabían que su destino no era otro que Auswichtz–. En pleno Kasimierz, el antiguo barrio judío de Crakovia, a escasos pasos del antiguo e infame gueto levantado por los nazis. Qué más historia pueden querer.
Mucha. Lo pude comprobar. Apasionados de nuestra historia. Chicos y chicas que, micrófono en mano, preguntaban sobre cuestiones relacionadas con las novelas escritas y la historia de España. Y en algunos casos, ante mi insistencia, con un conocimiento exquisito de las vivencias patrias; con sus filias y fobias, querencia por determinados periodos –la dominación musulmana, el Siglo de Oro, la época contemporánea…–, y unas enormes ganas de profundizar en el conocimiento de los hechos que vertebraron y vertebran esta tierra que tanta admiración e interés despierta fuera de nuestras fronteras.
Y entonces sientes tristeza. Una enorme tristeza. La que te invade al comprobar que los esfuerzos de un profesor español, con interés y ganas de enseñar, calan, y muy hondo, en jóvenes de una edad todavía aprovechable para orientarles en su formación; de enseñarles conocimientos, historias, vivencias que aquí, día sí y día también, cuestan una enormidad por falta de interés o atención, o por culpa de las continuas leyes para la educación que bajan su nivel educativo hasta límites vergonzantes; por dejarse la piel enseñando una lengua que despierta admiración, llena de genios que son respetados y admirados en cualquier parte del mundo, mientras aquí… En fin, aquí. Qué les voy a contar que ya no sepan.
Y allí los dejé, recogiendo sus mochilas, guardando cuadernos y bolígrafos, marchándose a sus casas satisfechos por haber hablado con un escritor que escribe sobre la historia de España. Unos chicos polacos. Tan felices y contentos. Como yo.