Javier Gomá y la Ejemplaridad Pública en la era post-mítica
Por Anna María Iglesia
@AnnaMIglesia
El título puede llevar a engaño: la ejemplaridad y lo público, dos conceptos tan denostados en los últimos tiempos, pueden hacer pensar al lector que se encuentra frente al enésimo libro acerca de la contemporánea y crítica situación, un nuevo libro que intenta suscitar una reflexión entorno al modelo social y, a la vez, promover un cambio de actitud y de conducta de los ciudadanos. Las noticias con las que desde hace día abren los periódicos, la degradación ética de la clase gubernativa, independientemente de la institución a la que se pertenezca, justifican, sin lugar a dudas, la necesidad de replantear la conducta, y su ejemplaridad, en el contexto social; sin embargo, para un replanteamiento de este tipo no basta solamente con una serie de buenos consejos, es necesario una relectura crítica de la sociedad moderna y, en especial, del sistema democrático tal y como se ha consolidado a partir del siglo XIX en conjunción al sistema liberal-capitalista, cuyo origen radica en el proceso de industrialización y en la nueva conformación de clases sociales. Como demostró en su día Machiavelli con El príncipe, ensayar una formación dirigida a quienes deberán gobernar y gestionar el estado requiere, ante todo, la formulación y definición, nunca fácil, del modelo de estado y de sociedad que se pretende conformar, obliga a cuestionar el papel que juega, no sólo quien gobierna, sino la sociedad en su conjunto, pues, independientemente del sistema político que se instaure, el Estado es el resultado de la dialéctica -del pacto social reclamado por Rousseau– entre los individuos que lo conforman y las instituciones que lo representan. Precisamente por este motivo, la ejemplaridad deja de ser un elemento exclusivo de unos pocos, por el contrario, implica toda conducta, desde la intimidad de la propia casa hasta los visibles espacios públicos. Siempre se es ejemplar con respecto a otro, pues toda acción tiene inevitablemente una respuesta y, por tanto, un reflejo en el otro y el la realidad externa.
Este es el punto de partida de Ejemplaridad Pública (editorial Taurus) de Javier Gomá, un ensayo con el cual su autor prosigue el recorrido filosófico-crítico, siempre impregnado de una evidente conciencia histórica, iniciado con Imitación y experiencia y continuado con Aquiles en el gineceo, o aprender a ser mortales. Los presupuestos iniciales de este ensayo, elucidados en los dos anteriores, constituyen unos fait accompli; Gomá estructura, desde el inicio, este tercer ensayo entorno al concepto de ciudadano, entendido, independientemente de las distintas connotaciones significativas que permeabilizan el concepto, como aquel que ha aprendido a ser mortal, es decir, que es consciente de su propia finitud y, por tanto, de su inevitable condición caduca en cuanto ser-en-el-mundo. Entendida la mortalidad como uno de los principales ejes a partir del cual, juntamente con la tradición, las costumbres y los hábitos, se consolida el yo dentro de los principios éticos-políticos propios del ciudadano, el autor insiste en la interferencia ejercida por «el orden igualitario en expansión» que altera y modifica inevitablemente los valores anteriormente mencionados, así como el yo en su totalidad. La consciencia de ciudadano y la inevitable naturaleza social del individuo, naturaleza que, sin embargo, no niega la individualidad, recorren la disquisición realizada por Gomá a partir de la problemática dialéctica entre estas dos disposiciones del individuo en esta era post-mítica, es decir, cuando el nihilismo postmoderno, siguiendo los pasos de Nietzsche, ha decretado la definitiva e irreversible muerte de los grandes relatos.
Retomando el título del conocido ensayo que Pardo Bazán escribió como respuesta a Zola, la cuestión palpitante a la que se enfrenta Ejemplaridad Pública es la carencia de emancipación moral a pesar de «la lucha por la liberación individual reñida por el hombre occidental durante los últimos tres siglos», pues, como indica el propio Gomá al inicio del ensayo, «abusamos, con sobrado énfasis, del lenguaje de la liberación cuando lo que urge es preparar las condiciones culturales y éticas para la emancipación personal». Es precisamente la emancipación personal, dentro del modelo igualitario promovido y, teóricamente garantizado por el sistema democrático, aquella que puede garantizar o, como mínimo, favorecer, un uso cívico de la libertad, un uso que ya no esté definido y regido por los valores y los principios impuestos por una élite intelectual o de poder, sino que tenga sus bases en la general y ampliada apreciación de la libertad dentro de la plural y no jerarquizada esfera social. Gomá entrelaza su ensayo socio-político, aunque con una más que patente textura filosófica-literaria, con un recorrido histórico a través de los siglos XVIII y XIX: el autor analiza de forma atenta la consolidación del sistema democrático tal y como hoy lo entendemos, la conformación del sistema liberal-capitalista, cuyos orígenes se hallan en la revolución industrial y, más específicamente, en la formación de las grandes ciudades industriales, el protagonismo adquirido como la burguesía urbana, en detrimento de la clase aristocrática, y de la naciente clase trabajadora, así como de la conformación de la subjetividad moderna a lo largo del romanticismo. Las reflexiones que derivan de la revisión histórica de los últimos tres siglos permiten afirmar que Ejemplaridad Pública contesta a la «minoría selecta» de Ortgea Gasset -y, en consecuencia, a la idea de «gobierno de los mejores» que desde Platón a Karl Schmidt, pasando por Machiavelli, ha impregnado el ensayismo político occidental- así como al desprecio por el mundo social tildado, por el autor de La rebelión de las masas, como un «compuesto de ‘gente‘ alterada y de ‘usos‘ irracionales, impersonales y rutinizados, desprovistos de función educativa». Como respuesta a los planteamientos orteguianos, Gomá propone el concepto de vulgaridad, definida como «la libre manifestación de la espontaneidad estético-instintiva del yo»; la vulgaridad y, en consecuencia, la libre manifestación de la espontaneidad del yo es una característica propia de la democracia moderna, es decir, del sistema democrático igualitario que se ha implantado en los últimos siglos. » La alta cultura, el puritanismo y la beatería desprecian la vulgaridad, mientras que este ensayo pide seriamente para ella un respeto», afirma el autor en un momento de su ensayo y es precisamente este posicionamiento ético y filosófico el elemento más interesante de Ejemplaridad Pública: el respeto reclamado por Gomá por y para la vulgaridad es, ante todo, la exhortación hacia una reforma de la subjetividad moderna, una reforma de la vulgaridad, es decir, de la libre espontaneidad para superar el subjetivismo individualizante que, desde el romanticismo ha impregnado al individuo, a la vez que contrarrestar la masificación e igualación «vulgar» promovida por la sociedad contemporánea, en especial por la sociedad urbana. El protagonista de Las ilusiones Perdidas, Lucién de Rubempré, sirve a Gomá para mostrar la dualidad a la que todavía hoy se enfrenta el individuo: Lucién refleja la ambivalencia de la época democrática que «de un lado, exalta la subjetividad poética y sentimental del yo y, de otro, aplana ese yo en la nivelación implacable del colectivismo urbano, y ambos estados pertenecen con igual legitimidad al espíritu de los tiempos modernos».
La superación de dicha ambivalencia requiere un ejercicio crítico que no niegue la vulgaridad y, por tanto, que no encuentre en la ejemplaridad aristocrática y elitista la posible solución; asimismo, es necesario una conciencia histórica que huya de todo negacionismo, una consciencia histórica que no se acomode acríticamente al nihilismo que, en palabras de Ricoeur, impuesto por la escuela de la sospecha y sus posmodernos secuaces así como que no considere el nihilismo de la era post-mítica como un mal que impide el regreso a los valores éticos, políticos y sociales que antes regían la sociedad. Gomá plantea esta superación a través de una ejemplaridad que implique a todos los sectores de la sociedad, de ahí la interesante reflexión acerca del arte, acerca de la necesidad de un «arte que hable con renovado encantamiento de los temas comunes a los hombres, que cuente la novela de educación que es la vida de cada yo, que componga himnos al vivir y envejecer de la moralidad humana, a su enigma y su dramatismo, que aliente la reforma de su vulgaridad de vida, que eleve un monumento patente y público a la ejemplaridad de las personas normales».
Ejemplaridad pública es una reflexión histórico-filosófica que busca redefinir la democracia actual, que busca replantear la dualidad sujeto-masa que ha impregnado la sociedad moderna y, lejos de caer en la añoranza o en el relativismo, reclama una conciencia igualitaria que se sustente en el valor y naturaleza social de cada uno. Solamente la conciencia de pertenecer a una sociedad y, por tanto, solamente el abandono del solipsismo romántico y el falaz encierro de la intimidad puede despertar en cada ciudadano la importancia de la ejemplaridad, es decir, «el sentimiento de lo que es debido a la dignidad propia y ajena», porque solamente con este sentimiento, tan necesario como frecuentemente ausente en estos días, es posible «constituirse en ciudadano evolucionado y corresponsable en solidaridad con los demás hombres de lo que es común y compartido con ellos». Con Ejemplaridad Pública, Javier Gomá se dirige a la sociedad en su conjunto, no podemos abstenernos de nuestro rol en la sociedad, pues la emancipación moral, el «piensa por tu mismo» kantiano es el más claro síntoma de una salud democrática, donde las élites desaparecen en nombre de una masa igualitaria, conciente de su indispensable y determinante rol en la constitución y reafirmación de una democracia, hoy en día gravemente herida.