Gente en sitios (2013), de Juan Cavestany
Por Miguel Ángel Martín Maestro.
Calificar esta película es imposible atendiendo a los clichés convencionales, no parece una película y sin embargo lo es. El puzle de microhistorias va generando un engranaje que, sin llegar a formar una historia al uso, seguible y perseguible por el espectador, en sus puntos de conexión, como esas células que van creciendo en un recorrido vital para crear un ser, la película termina siendo un retrato feroz de nuestra sociedad.
Quizás ahora analicemos y veamos, o queramos ver, en toda pieza artística una crítica del mundo contemporáneo en clave de cuestionamiento moral de donde nos encontramos y porqué hemos llegado a este punto de incuestionable regresión ética, política, económica, democrática. Y quizás sobre eso no haya mejor reflejo que las historias de quien enseña a andar, a beber y a comer a adultos que han olvidado necesidades y funciones tan básicas del ser humano.
Si hemos olvidado lo básico de nuestra subsistencia, ¿podemos esperar una reacción de esos cuerpos muertos ante seres tan incompletos como los que aparecen en pantalla?. En menos de 85 minutos contemplamos soledad, aburrimiento, falta de compromiso, encabronamiento, explotación, miseria, simulación, falsedad, abuso, incomprensión, humanidad a destiempo, solidaridad en el filo de la perdición.
La faceta seria y comprometida de Juan Cavestany le lleva a rodar películas de las que debe ser consciente que su recorrido comercial es nulo pero puede que acaben siendo referentes culturales de un momento o de una época, “El señor”, “Dispongo de barcos” y ahora “Gente en sitios” conforman una trilogía peculiar, el humor del absurdo y también el absurdo de la realidad están ahí, tanto en su cine como en nuestras vidas. Llevarlo a pantalla tiene el riesgo de quedar forzado, aislado de la realidad, impostado en forma y fondo, pero con “Gente en sitios” se logra el equilibrio perfecto de la obra menor que progresa hasta alcanzar cotas de genialidad.
Gente en sitios está rodada nerviosamente, con prisas, con cámaras en movimiento y cerca de los actores (que son legión, todos ellos gratis et de amore colaborando en el proyecto), la imagen no busca bellos panoramas ni encuadres esteticistas, la mayor parte de escenarios carecen de glamour alguno, desde el suburbio residencial semidespoblado de las urbanizaciones del último pelotazo urbanístico, hasta el desguace de vehículos donde un vagabundo busca algún regalo para su novia, o el polígono industrial inactivo que aporta un ambiente fantasmagórico al sketch del amigo dispuesto a ayudar a otro a buscar trabajo y que no es capaz de decir la verdad ni el amigo de imaginarla, o el maduro que quiere que a su amante le operen los pechos aunque ella no quiera, y aunque lo reconozca a solas con la enfermera, en presencia de quien paga sea incapaz de reconocerlo.
Gente en sitios puede verse con una sonrisa y hasta una carcajada continua, pero también con la incomodidad que va suponiendo que el paso de los minutos nos presenta ante el reflejo, deformado si se quiere por el uso del surrealismo, de una sociedad enferma y podrida, que hasta en las escenas donde hay un rasgo de humanidad o de fin positivo, subyace todo un mal cotidiano que nos envilece. El falso agente inmobiliario que solo pretende molestar a la exmujer, la vecina amable que se ve asediada y acosada por haber sido educada, la vecina molesta por un felpudo grosero de un vecino que se queda desarmada cuando éste lo retira al quejarse sin entrar en la polémica y la disputa para la que estaba preparada y estaba deseando.
Gente normal en sitios normales, pero en situaciones que parecen anormales por su absurdo. Es una buena noticia que la gran acogida de la película en festivales y en su difusión boca-oreja haya conseguido encontrar distribución en cines comerciales, lo normal es que su difusión sea escasa y su vida en cartelera pequeña, pero al menos existirá la oportunidad de disfrutarla. Que nadie diga que no hay cine español de calidad.