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Almas grises

Por Miguel Ángel Montanaro. La primera vez que tuve en mis manos esta novela, Almas grises (Ed. La factoría de ideas) estuve a punto de extraviarla.
Había asistido a la presentación de la obra y el autor, Juan Luis Marín, en un descuido tras una borrachera al alimón –siempre he pensado que los escritores abstemios no son gente de fiar–, se llevó consigo mi ejemplar en un taxi en el que se perdió en la madrugada madrileña.
Una señal para que me pensara dos veces si debía leerla.
Días más tarde, cuando Juan Luis me envió la novela, la lancé lejos con la misma rapidez con la que acometí su lectura.
De niño, me hicieron las tripas con una cucharadita de brandy peleón y me creía dispuesto para empujarme esta obra entre pecho y espalda de un tirón.
Estaba equivocado.
Nadie espera que la lectura suponga una lucha a brazo partido contra si mismo.
Y eso, y no otra cosa, es lo que les aguarda a ustedes si deciden leer Almas grises.
Esta novela es una bronca entre el bien y el mal. El infierno sublevado contra el cielo y ambos, peleando en el corazón del lector a la vuelta de cada página; con el sutil matiz de no saber qué contendiente supera al otro en maldad.
En la Capital, espacio ficticio donde sucede la acción en esta obra, los que van a morir quieren vivir, como en el mundo real; y los que van a vivir, parecen querer estar muertos. Y los asesinos, exhiben un lejano brillo de humanidad, tan peligroso para ellos, como el del acero con el que se cobran el último aliento de sus víctimas; mientras los policías, vadean un oscuro río de preguntas sin respuestas que parece arrastrarles al fondo de ellos mismos.
No hay tregua en el ritmo de Almas grises. Ni piedad en ningún bando.
Les adelanto que el autor les atrapará una y otra vez. Siempre que quiera. Porque la historia que palpita en esta novela, se desarrolla en una ordenada anarquía donde todo encaja. Digo esto, porque Juan Luis Marín consigue trasvasar la información con un goteo enervante y adictivo. Asimismo, nos presentará a Toledano y a Castro, a Ángela, a Doni y a Samuel, y a los demás personajes, con una voz poderosa pero sin ejercer de narrador.
Eso se llama, oficio. Pocos escritores lo consiguen en una opera prima.
Y durante toda la obra, el autor se revelará como un alquimista de la palabra, que de la ruindad moral de sus personajes –y hablo de todos ellos–, sacará un oro literario de muchos quilates.
Hoy, cuando la narrativa se repite demasiado con un regusto mecánico en las librerías y mientras los negros a sueldo pillan su cifra por garabatear con tinta rosa las edulcoradas memorias de todas las muñecas chochonas de España, Juan Luis Marín nos vuelca en Almas grises una prosa dura y honesta; para recordarnos, que la vida es dura y deshonesta, y que tendremos que espabilar si queremos averiguar quien es quien en este rebaño unisex de lobos y ovejas en el que matamos o morimos.
¿Y en el fondo, qué? Si no hay moralina, ni lección ejemplarizante ¿qué nos espera al final de la obra? ¿un fugaz desasosiego…? ¿Tensión y muerte y ansia…?
No. Al fin, lo que nos descubre el autor, es una profunda preocupación por la vida. Un deseo de dinamitar esa frontera entre la lucidez y el dolor que supone estar vivo. Una frontera que cuando se cruza, se cruza para siempre.
Juan Luis Marín nos propone una esperanza de redención. Y nos llama uno a uno con un grito desesperado para que el final, cambie todos los principios; porque les recuerdo, que la dedicatoria de esta novela, es decir, el verdadero inicio de la obra, reza así: «A ti, ODIO, inagotable fuente de inspiración…»
Y ahora, vayan y compren esta novela.
Y si tienen lo que hay que tener, léanla.
Les aseguro, que en sus almas, grises o no, también habrá un antes y un después.

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