No, sin mi pandereta
Por Miguel Ángel Montanaro. La noticia es que un concejal de IU en Torremolinos ha pedido en una sesión plenaria de su ayuntamiento, que dejen de sonar los villancicos en el Belén municipal, por tres motivos: molestan a los trabajadores, se vulnera la aconfesionalidad de «el Estado español» –definición franquista donde las haya–, y por último, porque la reiteración de esas populares canciones, a su juicio, son comparables a las torturas que sufren los presos de la cárcel de Guantánamo.
Grave preocupación la que tiene el hombre.
Con la que está cayendo.
Ignoro si este individuo habrá contabilizado la pertinente dieta por asistencia al Pleno, pero si la ha cobrado, hay que reconocerle al menda, que él sí que es un figura y no el caganet de los belenes; que si por el concejal fuera, ya estarían prohibidos junto a las castañeras y el algodón de azucar.
Y el turrón.
Sería muy extenso tratar aquí, de una manera docta, sobre la inconmensurable imbecilidad de nuestros gobernantes, épica, por otra parte; y lo fácil sería caricaturizar al personaje, pero a mí, este tipo de tipos me produce tristeza.
Y pereza.
Siempre he dicho que no hay persona más pobre que aquella que solo tiene ideología; aquella, que ha tomado la opción de renunciar a su libre criterio, para asumir a pies juntillas una doctrina –sea cual sea, incluida la Doctrina Social de la Iglesia–, o un catecismo político.
Podría tirar de refranero y adjudicarle a este atareado adalid de los derechos sociales, el chascarrillo ese de: «no hay nada más peligroso que un tonto con iniciativa» pero creo que la cosa no es medir la estulticia de nadie.
Para tontos, algunos de nosotros, los ciudadanos, que votamos una y otra vez a estos aprendices de Lenin, que pretenden que solo puedan ejercerse las libertades que ellos ven con buenos ojos; dictadorcitos a los que además, les suministramos micrófonos.
A ver si aprendemos y conseguimos la instauración de listas abiertas en las elecciones, para saber de qué va cada candidato y cuales son sus propuestas.
Decía, que el asunto trasciende más allá de la capacidad intelectiva de quien ha hecho esa insólita propuesta en la soleada Torremolinos; la historia viene de lejos. Esta petición del concejal, es a todas luces, un sarpullido del más rancio y casposo anticlericalismo.
Me apena. Tengo grandes amigos en IU a los que me une una idea común de la humanidad y una visión compartida sobre algunas políticas concretas, en particular, las que atañen a temas de medio ambiente, control de la banca y otras; y sigo sin entender, como ciertas gentes de la izquierda insisten en permanecer ancladas en el rechazo al fenómeno religioso. Perdón, en el rechazo a la Iglesia Catolica; porque nunca les he escuchado, por ejemplo, pedir explicaciones a los fundamentalistas islámicos asentados en España que predican el odio al infiel, la preponderancia de la sharía, la prevalencia del varón sobre la mujer o la justificación de la violencia física contra las esposas.
Por no hablar de la Umma y la Dimma, formas de relación con los otros pueblos que los árabes creyentes asumen a rajatabla y sobre las que nadie habla para no enfadarles.
Eso sí, que a los críos o mayores no se les ocurra acompañar el Belén con unos villancicos, porque esa intolerable agresión a la sociedad laica, es tan grave, parece ser, como las torturas que están sufriendo los presos de Guantánamo; torturas, tan indecentes, todo hay que decirlo, como las intenciones asesinas que pudieran albergar en sus adocrinadas cabezas los muyahidines encarcelados.
Ahora entenderán lo de la pereza, por lo que me tomaré la petición de este concejal, como la más pura y barata –si se me permite esta paradójica asociación adjetiva–, reflexión filosófica de cervecería.
También es posible que el hombre no se halle. Que todavía se esté buscando. Si es así, le recomiendo que lea el final de la primera parte del magnífico ensayo de Pascal Bruckner, titulado: La tentación de la inocencia. Creo que encontrará su hueco en el acápite titulado: Retrato del idiota como militante. Aunque también es posible, que se sienta de nuevo en casa, en el comienzo de la segunda parte de esta fantástica obra sociológica, en el punto llamado:Unos adultos pequeñitos, muy pequeñitos.
Si no se viera reflejado, solo me queda recomendarle que se aplique un poco de Clearasil en las entendederas, a ver si se le borra esa contumaz pubertad no superada con las canas.
Al final va a ser verdad que somos un país de pandereta, fotografía muy usada por esta izquierda de anticuario, a la que le gusta satirizar lo español con la manida imaginería del guardia civil bigotudo, el cura con sotana, la folclórica llorona y a la que desde hoy, podemos añadir, el concejal de Izquierda Unida.
Por mi parte, reconociendo mi escaso sentido del ritmo y mi desafección por la música religiosa, me dispondré a ensayar unos villancicos, que la Nochebuena está cerca; porque si algo me parece sospechoso, es que alguien insista en decirme lo que debo y lo que no debo hacer. Así que pasaré unas Felices Fiestas, –como espero que hagan ustedes–, y las amenizaré con un solo magistral de nuestro más señero instrumento musical: la pandereta.