El lado oscuro de la danza
Por Violeta Nicolás.
Cisne esdrújulo
Antonio Enrique
Colección Genil de literatura
Diputación de Granada
2013
La danza clásica puede ser perversa, esto es un mensaje que podemos extraer del poemario «Cisne esdrújulo» de Antonio Enrique, ilustrado por del pintor Miguel Rodríguez-Acosta, con imágenes que esbozan la figura de una bailarina de danza clásica, con una serie de movimientos que forman parte de nuestro imaginario. Está inspirado en una bailarina real Trinidad Sevillano, la cual conoce bien el escritor y en su admiración y amor hacia ella, ha escrito este poemario, donde se proyecta a veces ficcionalmente o autobiográficamente la misma, desde una escritura en verso, una poética que se alza en elogio a la galardonada bailarina, ya retirada. Podemos leer en la contraportada del libro: Por esdrújulo, el autor se refiere al salto, al movimiento extremo, a la ingravidez. Por cisne, al arquetipo universal de bailarina clásica. En ‘Cisne esdrújulo’, la metáfora del cisne se eleva a dimensiones cósmicas, dentro del humano sufrimiento y la pasión que conduce al éxtasis.
Me ha sorprendido, a mi que tampoco sé mucho de danza clásica, percibir el lado oscuro de dicha disciplina a través de este libro, ya que nos cuenta, entre otras cosas y de manera lírica, el sufrimiento de la bailarina en ese mundo lleno de rigor y de sacrificio, los cuales se manifiestan en enfermedad, y malestar. De tal manera que me he llegado a preguntar si a alguna de sus compañeras también le afectó la danza, a lo cual me contesta Antonio Enrique: «ella nunca me mencionó ningún caso. Esto sin embargo, y como tu pregunta se dirige hacia si la danza puede desencadenar dolencias psíquicas diversas, el sentido común determina que semejante vida de disciplina y la tensión derivada del esfuerzo desproporcionado, amén de la responsabilidad profesional, la vida fuera de tu país y de los tuyos, y siempre en el mismo círculo de la danza, todo ello, amable Violeta, es previsible que salte por algún lado, con tal de que se tenga una predisposición genética, como es el caso. Si revisamos, no obstante, la vida de algunas bailarinas que nos han dejado testimonio escrito (Isadora Duncan, por ejemplo), vemos que ninguna de ellas fue feliz (en el sentido vulgar del término)».
Se plantea un tipo de violencia en esta disciplina de rigor extremo de la danza clásica, a lo cual nos dice Antonio Enrique: «en cuanto a si recibió mal trato por parte de sus maestros, ella declara que no, fuera de, como es lógico, las conminaciones habituales sobre la disciplina sin duda ascética y a la prudencia sobre el sobrepeso, esa esclavitud». Además, podríamos añadir, de la rivalidad, competencia, estrés, e intereses económicos.
En el último poema que figura como Coda, se habla incluso de hematomas lo que me hace interesarme por el tema de las lesiones lo cual parece ser que es común debido al sobre esfuerzo (a causa también de la repetición a lo largo del tiempo), dificultades relativas a la técnica o accidentes, si además consideramos que se trata de movimientos, posiciones de los pies, etc., artificiales o extraños para el cuerpo humano. «Negros hematomas irrumpen/ en su carne de primor./Por eso llevan medias blancas»
Por último, uno de los poemas que me ha llamado la atención en su sencillez y belleza -sus poemas a veces recuerdan a un cuento o suponen cierta idealización- quizás porque me encanta la nieve, y el verso de: «Éramos niños siempre que nevaba», es el siguiente:
XXXI
Qué frío y qué tristeza,
acaba de romper a nevar.
Éramos niños siempre que nevaba.
Nevar es un verbo que dice
jugar, cantar correr, esconderse.
Cuando nevaba aquellos años
siempre había uno que tallaba
una bailarina.
Y otro que le colocaba
la sombrilla.
La bailarina toda la noche
estaba ahí. Y a la mañana
siguiente el que faltaba
decía que se movía,
se había movido, ¡ se estaba moviendo!
Ésa eres tú, tan fría
cuando despiertas.
Tan de nieve.
Jugando siempre a levantarte.
Trinidad Sevillano (Soria, 1968) está formada en la escuela de María de Ávila. Inició su carrera a los quince años en el Ballet Lírico Nacional, y fue nombrada un año más tarde primera bailarina del London Festival Ballet. A partir de entonces es invitada estelar en numerosas compañías internacionales, y son memorables sus interpretaciones de Giselle, El Corsario, Shereshade y Romeo y Julieta. En 1988 recibió el premio Time Out, y en 1993 el Nacional de Danza. En Granada es conocida por sus actuaciones en el Generalife en 1984 y 2000, dentro de los festivales de Música y Danza. Vive actualmente retirada del mundo del espectáculo.
Antonio Enrique (Granada, 1953), ha publicado ya numerosos libros, entre los que destacan El galeón atormentado, La Quibla, Beth Haim o El reloj del infierno. En 1986 apareció su novela La Armónica Montaña, a la que siguieron siete más, siendo la última Rey Tiniebla (2012). Crítico en ejercicio, y académico de las Buenas Letras de Granada, es autor de los libros de ensayo Tratado de la Alhambra hermética, Canon heterodoxo y Erótica celeste, entre otros.
Miguel Rodríguez-Acosta (Granada, 1927). Galardonado con distintas medallas en exposiciones nacionales, e internacionalmente reconocido con premios como el de Grabado de Venecia en 1986, es académico de Bellas Artes de San Fernando desde 1980, al tiempo que desempeña la presidencia de la Fundación y Museo Rodríguez-Acosta en su ciudad natal desde 1953. Caballero de honor de la Orden de San Juan de Dios, fue nombrado Hijo Predilecto de la provincia de Granada en 2010 y ha recibido este año la Medalla de Andalucía.
Violeta Nicolás