Entrevista a Ramón Buenaventura por "NWTY", su última novela
Por Benito Garrido.
«Las vidas suelen acabar sin que a sus protagonistas o dueños o ejecutores se nos haya ocurrido qué título ponerles; ni siquiera un título de trabajo. A esta novela le ocurre, pues, lo mismo que a tantísimas vidas: no tiene título de trabajo. En inglés queda menos cruel, sin embargo: No Working Title Yet (todavía sin título de trabajo), NWTY (podría pronunciarse nuty).» Ramón Buenaventura (Tánger, 1940) es poeta, novelista y traductor literario. Ha trabajado en multinacionales americanas y en empresas editoriales. Ha dado clase de inglés en la Universidad durante muchos años. Ha recibido los premios Miguel Labordeta de Poesía por Eres, el Villa de Madrid por su novela El año que viene en Tánger, el Fernando Quiñones por su novela El último negro, y el Stendhal por su traducción de La sangre negra, de Louis Guilloux.
NWTY. Ramón Buenaventura. Alianza Editorial, 2013. 488 páginas. 20,00 €
Todo empieza cuando RB, el narrador, recién alistado en una red social, recibe sorprendentes «solicitudes de amistad» de algunos de sus propios personajes literarios, invitándolo a utilizar el avatar que ellos —a las órdenes de León Aulaga, el protagonista principal de sus novelas anteriores— le han creado en el territorio virtual de Tancha Alqadima 1.0 – Los juegos de la memoria. Allí le aguardan, no muy cariñosos, los demás personajes, exigiendo con ansia que vuelva a escribir, que los reviva a ellos y que cuente, como ejercicio y muestra de amor en las fronteras, la historia de Rafael y Márgaret y Araceli y Farasha y la Triple Alianza que luego fue Cuádruple.
P.- ¿Realmente son tan importantes los títulos en la vida de una persona? ¿Tanto como lo son en los libros?
Hombre, sí : nada más nacer ya te han puesto un título, Pepito, Juanito, Maricarmen ; luego, con los años, van atribuyéndote muchos más. Lo malo es, precisamente, esa abundancia, esa falta de precisión, que pocos seres humanos superan. Te pueden llamar «gran compositor», pero siempre habrá quien subtitule «el tonto ese», pongamos por caso. Y luego están los grandes títulos, los que durante siglos marcaron las diferencias sociales. Tendemos a olvidarnos de que ser duque, por ejemplo, no era solo una marca honorífica; era sobre todo la expresión de una preferencia divina, de un derecho al ejercicio del poder que solo los supertitulados, es decir los reyes, superaban; y no siempre. El título de un libro, que ni siquiera admite copyright, es una fruslería, comparado en el título humano.
P.- Si el escritor vive en los personajes de sus novelas, entonces ¿muere un poco cada vez que concluye una de ellas? ¿Revivir personajes implica dar nueva vida al autor?
No creo que el escritor viva en los personajes de sus novelas. Lo veo al revés: creando personajes uno tiene la potente sensación de crear vida. Todo narrador es un pequeño demiurgo, y todo demiurgo es inmortal mientras (viene el toque cínico) alguien conozca y recuerde su obra… De todas formas, insisto, crear está muy por encima de vivir, es una de las poquísimas cosas que justifican la vida. (Me apresuro a corregir: no me incluyo entre quienes consideran necesario justificar la vida; pero cómo van a molestarle a nadie unos buenos ratitos de placer.)
P.- ¿Se convierte NWTY en la novela de todas tus novelas, la que asimila todos los personajes sobre los que has ido escribiendo?
Es el cierre de las novelas anteriores, sí, una cerrojazo. En realidad, cada novela del ciclo tiene su propia conclusión. Sería exagerado afirmar que todos mis personajes anteriores quedan asimilados en NWTY, porque son una pandilla numerosa y muchos de ellos se me pierden en los recovecos de la memoria. Sue la Yanqui, por ejemplo, la chica que vuelve a España a cancelarse la virginidad con su primer novio, español y casto, lleva su parte en El corazón antiguo, pero ahora mismo no tengo la menor idea de qué puede haber sido de ella. Así, de pronto, la imagino instalada en Fargo, Dakota del Norte, madre de varios hijos, abuela de varios nietos, divorciada tres o cuatro veces, mártir sentimentalona de un amor turístico fermentado en los mesones del Madrid de los Austrias hace ya medio siglo. Pero nada de esto aparece ni aparecerá nunca en ningún relato mío, tras NWTY.
P.- Con independencia de que un papel se repita en otras novelas, usted es creador de personajes que tienen un arco de transformación y un final, ¿por qué entonces se le rebelan?
Los personajes que se rebelan son precisamente los que no han llegado a ser, los que pudieron participar en novelas que no llegué a escribir: Adalberto Benrabiza, el detective tangerino que libera el planeta de la invasión de los insectos, Polixena de Troya, Hipacia de Alejandría. En algún momento cuentan con el apoyo de otros personajes sí publicados, pero es porque todos están en contra de mi decisión de no escribir más, tomada en 2005 y traicionada en el verano de 2012, para bien o para mal, aún no estoy seguro.
P.- ¿Se vale del sexo entre sus personajes como elemento de comunicación, de conocimiento, de vida?
Todo el mundo se vale del sexo como elemento de comunicación, de conocimiento, de vida. Todo el que puede, al menos, o todo el que no incurre en la repugnante utilización del sexo como aplicación del poder. El sexo podría ser una eficacísima herramienta de comunicación entre seres humanos si no lo ofuscasen, hasta hacerlo a veces completamente inútil y peligroso, los condicionamientos educativos de la sociedad en que hemos pactado vivir y que muchos considera(ba)n inamovible. Quiero decir: el sexo podría ser fuente de energía, creatividad, afecto, potencia humana, pero a tal efecto habría que modificar antes la sociedad en que vivimos. No va a ocurrir en los próximos quince días, me temo.
P.- ¿Siempre se tiene nostalgia de la vida pasada? Si es así, ¿podríamos entonces decir que cualquier tiempo pasado fue mejor?
En modo alguno. Cualquier tiempo pasado fue peor, mucho peor. Lo que pasa es que ahora mismo hay un pequeño porcentaje de personas, de armados desalmados, de ricos revigorizados por el capitalismo triunfante, que están intentando abolir todas las mejoras humanas de los últimos siglos y devolvernos, en efecto, a un tiempo que era maravilloso para cuatro señoritos y hórrido para todos los demás.
Luego viene el tiempo propio, el personal, que solo tiene que ver con nosotros mismos. Claro está que todos tendemos a paradisificar (acabo de inventarme el verbo: convertir algo en paraíso) nuestros años mozos, y nos da igual mentirnos o no: lo que importa es disfrutar un poco de la memoria, que con la vejez va siendo lo único que nos queda en vigor.
P.- Escrito en otro momento histórico, ¿tu libro tendría más fuerza como alegato por la libertad individual? ¿La literatura, como la poesía, sigue siendo un arma cargada de futuro?
No hay método científico que permita averiguar lo que una persona habría sido en otro momento histórico, pero está claro que nuestro modo de ser, pensar, vivir, depende de lo que hemos aprendido, del entorno, de la coyuntura. No somos almas hechas al nacer, sino potencial moldeable.
La noción de libertad individual difícilmente podría habérsele pasado por la cabeza a nadie antes de nuestra época, o fuera de nuestra cultura. Las sociedades eran homogéneas, compactas, ordenadas (injustamente ordenadas, pero ordenadas; con sanción divina, además), sin disidencia posible. Nunca existió el derecho a ser diferente… Ahora, nuestro modelo de sociedad se ha descompuesto. Y aún no hemos encontrado el modo de asimilar que gente tan heterogénea (moros, cristianos, ateos, blancos, oscuros, amarillos, dogmáticos, librepensadores) comparta nacionalidad. Ante esta entropía, el poder está reaccionando salvajemente, es decir robusteciendo sus métodos de represión, para evitar el siempre temidísimo desorden. Y, precisamente porque no hay unidad, porque ya no existe siquiera el «pueblo», las víctimas no conseguimos reaccionar.
Y, por favor, no vayamos a confundirnos: no estoy predicando el regreso a esas sociedades monolíticas, inquisitoriales, dogmáticas, crueles, en que vivieron los hombres hasta hace muy poco tiempo; estoy enunciando mi sospecha de que esa situación es la que quiere reinstaurar el poder capitalista.
En cuanto a la cultura… El poder, en realidad, nunca ha aceptado más cultura que la glosa del dogma oficial, como la teología que analiza a Dios sin dudar ni por un segundo de su existencia. Todo lo demás es rebelión, disidencia punible.
P.- Vuelves a incidir en juegos tipográficos que ponen en jaque al lector tradicional. ¿Te gusta provocar la inteligencia y la observación del lector?
No es que me guste, es que lo único que me interesa de la escritura es esta posibilidad de entrar en contacto con la inteligencia y la perspicacia del lector, del gran lector. Los lectores grandes son tan buenos artistas como los escritores grandes. Unos y otros rechazan la tiranía de la uniformidad mediocre, con todas las sorpresas eliminadas.
Los juegos tipográficos están ahí para llamar la atención y proceden menos de la tradición literaria que de las técnicas de reforzamiento de la comunicación elaboradas por la publicidad y el periodismo modernos. No fue un poeta quien inventó los TITULARES DE PRENSA, claro; pero estos son un hallazgo eficacísimo para atraer la atención del lector… Y, ojo, los poetas, cuando mandaron en las sociedades, también inventaron recursos para ocupar la memoria de sus seguidores: el ritmo, la rima, la aliteración, las formulaciones repetitivas. No conviene olvidarse de que la literatura es un arte, por supuesto, pero, como todas las artes, también depende de la técnica. Y cómo sostener que la técnica no es modificable.
P.- Retornas a Tánger. ¿Te sientes cómodo en ese escenario? ¿Es el paisaje que más te evoca a la hora de escribir?
No tenía más remedio que retornar a Tánger porque desde la primera novela de este ciclo que cierra en NWTY me impuse la condición de que todos mis protagonistas fueran tangerinos nacidos el mismo año que yo, en 1940. Reconozco que es una regla caprichosa, pero me ha divertido respetarla, como se divierte el poeta respetando las normas, no menos caprichosas, del soneto. El León Aulaga de El año que viene en Tánger, el Pablo Huarte de El corazón antiguo, el Rodrigo Díez del Canchal de El último negro, el Rafael Pérez y Perez de NWTY, todos tienen en común sus años mozos en la Ciudad Internacional de Tánger, en una sociedad irrepetible, que creíamos nuestra para siempre y que perdimos también para siempre.
Pero no, no me encuentro cómodo en ese escenario, la verdad, porque soy demasiado consciente de estar manipulando una realidad. El Tánger de ahora, el que verdaderamente existe, ya no guarda relación alguna con nosotros. Por eso la parte tangerina de NWTY transcurre en Tancha Alqadima 1.0, Tánger la Vieja, una realidad virtual creada por procedimientos informáticos.
P.- Si buceamos en la literatura actual, encontramos sobre todo personajes más cercanos a la idea de antihéroe. ¿Vivimos quizá un momento histórico carente de héroes?
Sí, es una situación curiosa. La literatura menos sometida a los dictados del gran público lleva decenios describiéndonos protagonistas «normalitos», sin rasgo heroico alguno, ni grande ni pequeño. En la literatura más sometida a los dictados del gran público, en cambio, hay todo un sector que repite los planteamientos de los libros de caballería y solo utiliza superhéroes. Al cine le ocurre lo mismo, conste. (Recuérdese que ya Cervantes intentó cargarse a los superhéroes, con mucho éxito a corto plazo, pero ninguno a largo plazo, porque han vuelto.)
De todas formas, lo más característico de la moderna Gran Literatura no me parece que sea el antihéroe, sino el perdedor, el que ahora denominamos «loser», en la cada vez más pujante jerga internacional tomada del inglés. Loser con happy end, en la narrativa mayoritaria, loser con shitty end, en la narrativa minoritaria…
En cuanto a la falta de héroes en un momento histórico determinado… No sé. El héroe es un invento narrativo, y supongo que todo el mundo es consciente de ello. Todos sabemos que Aquiles en realidad era un chulo impresentable, sin un barrunto de empatía.
P.- ¿Cuáles han sido los autores que han marcado tu escritura?
Casi todos los escritores dependen, positiva o negativamente, del canon literario que prevaleciera durante su periodo de formación. Hay periodos en que los nuevos creadores aceptan el canon y periodos en que lo rechazan para implantarse otro. Yo he vivido en un periodo del segundo tipo en lo referente a la literatura española y del primer tipo en lo referente a la francesa e inglesa. Cuando empecé a leer en serio ya tenía acceso a tres lenguas y desde el principio preferí lo que hacían los franceses, los americanos, los ingleses, a lo que hacían los españoles. Mi rechazo de lo español fue, incluso, exagerado. En sexto de bachillerato, a mis dieciséis años, una profesora de Literatura quiso suspenderme por insultar a Lope de Vega. Bueno. Ahora sé que Lope de Vega es un poeta inmenso, pero no puedo negar mis inicios radicales. Mi abuelo me dio a leer El Jarama en cuanto se publicó, y todavía no se me ha olvidado la indignación que me produjo su lectura, que alterné con Les chemins de la liberté, de Jean-Paul Sartre…
Pero también quiero señalar que siempre me he resistido al análisis comparativo de mi propia escritura. O, dicho de otro modo, nunca he querido conocer mis «referentes literarios». Tampoco me gustaría saber si tengo algún gen del alzhéimer, pongamos por caso.
P.- ¿Tienes ya nuevos proyectos a corto plazo de los que puedas hablar? ¿Tendrán título?
Pues no, no tengo ningún proyecto. Prefiero no contar mis penas literarias, pero resumámoslas. Tras la publicación de El último negro, en 2005, tomé la decisión de no volver a escribir. Llegó el verano de 2012 y me traicioné. Pero, tras la publicación de NWTY, he vuelto a tomar la misma decisión: no volveré a escribir. Es una lucha que agota.