‘1941. Bodas de Sangre’, de García Lorca, según Jorge Eines
Por Horacio Otheguy Riveira
Ensayo general en la posguerra de 1941 de la primera obra costumbrista del genial autor granadino asesinado por los franquistas. Un experimento irritante con poco Lorca y demasiada recreación inútil.
De entrada, el que avisa no es traidor: un espectáculo que despierta pasiones, aunque a mí me ha gustado entre nada y bastante. Al final, hay quien bosteza, quien se despereza agradeciendo que termine y quien ovaciona entusiasmado.
Una hora y pico de juego arbitrario y unos veinte minutos de gran teatro lorquiano gracias a dos actores: Jesús Noguero y Danai Querol que en la recta final reubican el espíritu del primer drama costumbrista de un creador muy joven, muy culto, embebido de una gran cultura internacional y española, admirado por colegas de diversas corrientes (Pablo Neruda entre ellos, quien le dedicó un poema de extraordinaria fuerza y belleza; “Si pudiera llorar de miedo en una casa sola, si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, lo haría por tu voz de naranjo enlutado y por tu poesía que sale dando gritos”).
Pero antes de llegar al meollo hay que soportar la pesadez cargante de una compañía que canta e interpreta fuera de contexto, que cree recrear un tiempo y un lenguaje con agua invisible y navajas ausentes: un disparate del que, sin embargo, Lorca consigue salir indemne.
Un vendaval de pasiones
Federico García Lorca (1898-1936) es un poeta y dramaturgo que abarca todos los ismos, con un ansia fiera de amar, aprender y aprehender. Tiene una tendencia surrealista, abierta a renovadas expresiones, pero se estrena la Segunda República y se incorpora a los movimientos artísticos que recorren pueblos y aldeas llevando consigo la fuerza irrebatible del amor a la palabra, el drama y la comedia.
Y es uno más en un mundo de analfabetos con gran sensibilidad: la España virgen que en los primeros años treinta aspira a pasar a la vanguardia en todos los aspectos: el amor libre, la libertad de enseñanza, la cultura popular bien enfrentada a la burguesa que la ha excluido, el teatro como forma palpitante de un modo de vida…
En ese peregrinaje el escritor se topa con un suceso real: unas Bodas de sangre que carcomen la naturaleza humana, la necesidad social de aunar solidaridad, deseo sexual y pasiones femeninas descartadas, prohibidas, ferozmente reprimidas.
El hecho se produjo en realidad, una escritora le dio forma novelística (Carmen de Burgos, Puñal de claveles) y Federico lo teatralizó uniendo verso y prosa. Venía de un teatro más mágico que realista, pero aquí empezó una tetralogía con la mujer de protagonista, víctima histórica de una sociedad represiva, castradora.
Bodas de sangre la firmó en 1933, apogeo de la República, después llegarán Yerma, Doña Rosita la soltera y La casa de Bernarda Alba, firmada en 1936: una tetralogía en la que rinde tributo a la mujer y su lucha por ser ella misma, al margen y por encima de los prejuicios sociales y de los valores machistas de las propias mujeres: con su cuerpo por bandera, su deseo vertiginoso, su capacidad de raciocinio y sus besos capaces de reafirmar la condición humana:
“Amante sin habla. Novio carmesí. Por la orilla muda tendidos los vi”.
Todas obras que a muchos directores les han brindado la oportunidad de hacer y deshacer según criterios muy caprichosos (“No hay mejor autor que el autor muerto”), más allá de las acotaciones del autor y del contexto histórico. En este caso, a un director y maestro de actores como Jorge Eines, con un comprobado talento cuando se puso al frente de grandes textos con actores profesionales (por ejemplo, la maravilla de El precio, de Arthur Miller con Juan Echanove-Juan José Otegui-Rosa Manteiga-Helio Pedregal), sólo puedo decir que aquí comanda un Tejido Abierto Teatro que ya fue paupérrimo con una penosa antología de Samuel Beckett y peor aún con Ricardo III, una de las obras maestras de Shakespeare, abocado a una acrobacia actoral donde no hacía falta frente a texto de tan sobresaliente riqueza.
Creo que son experimentos que no deberían salir de la intimidad de las Escuelas de teatro. En este caso concreto de Bodas de sangre, la dramaturgia del director es lamentable, garabatos sobre un texto redondo con un desarrollo muy pobre musical y escénicamente, hasta que estalla Lorca en el tramo final, en el encuentro desenfrenado de Leonardo que escapa con la novia destinada a otro: una escena formidable que Jesús Noguero y Danai Querol bordan con gran domino y extrema sutileza, pasión desbordada y contención total, a tal punto que podemos abordar como espectadores la ansiedad de dos amantes por tenerse en cuerpo y alma, cuando él ha de morir tras una lucha implacable con el candidato a esposo de la desdichada que queda viva, y ella monta la ansiedad de ser poseída en un quiero y no puedo, fantástica proeza del poeta encaramado en la pasión imposible de una mujer que no se atreve a emtregarse:
“¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta! Que si matarte pudiera, te pondría una mortaja. ¡Ay qué lamento, qué fuego me sube por la cabeza!”.
En síntesis, una versión que margina una verdad incuestionable: el texto de un autor que se acerca al drama popular, hecho de pasiones ciegas, de celos y resentimientos, para ser oscurecido por los designios de un director que ejerce de pobre dramaturgo a costa de un autor insuperable.
Cuando Jesús Noguero (el grandísimo actor de Los persas y Kafka enamorado, por dar dos ejemplos solamente) y la joven Danai Querol enciman sus cuerpos, se adoran y repelen, se trepan sobre sus emociones, Lorca vuelve desde su secreto lugar de ultratumba y el espectador respira. Se acabó el juego, se acabaron las veleidades de actores que componen sin vuelo, y un director que ha querido ser autor sin el menor talento: comienza el drama de verdad, y uno sale del teatro conmovido y quejoso de que se hubiera perdido tanto tiempo y el teatro verdadero no hubiera aflorado antes.
1941. Bodas de sangre
Autor: Federico García Lorca.
Dramaturgia y dirección: Jorge Eines.
Intérpretes: Carlos Enri, Inma González, Luis Miguel Lucas, Beatriz Melgares, Daniel Méndez, Jesús Noguero, Danai Querol, Carmen Vals, Mariano Venancio.
Escenografía: Carlos Higenio Esteban.
Vestuario: Kristina G.
Iluminación: Rubén Martín y Sergui Guivernau.
Lugar: Teatro Valle Inclán. Sala Francisco Nieva.
Fechas: Del 5 de diciembre 2013 al 12 de enero de 2014.
No me terminó de convencer, el contexto de 1941 sobraba. Que unos actores en el “ensayo general” estén recitando el texto mientras el resto, espera sentado, tiritando, o vistiéndose o haciendo lo que les da la gana mientras esperan su turno de actuar lo único que hace el alejar al espectador de la escena principal y diluye el contenido mientras te hace pensar que les pasa a los del fondo… Ese ensayo general donde sufres por ver como pesa el barreño ese que no contiene agua, o como se enjuagan haciendo casi gárgaras donde no hay nada, o sin embargo, cuando mueren los protagonistas si hay luces que simulan e indican sangre-muerte… Todas estas cosas raras te alejan del texto narrado. Repito: sobra el contexto 1941 de los actores.