La novela de tu vida: Juan Jacinto Muñoz Rengel
Por Juan Jacinto Muñez Regel *
Me preguntan cuál es la novela de mi vida y no sé por dónde empezar. Podría viajar al final de mi infancia y rescatar las fabulosas historias de Julio Verne, o las de Stevenson ―me fascinaba La isla del tesoro, pero confieso que siempre he sido más de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde―, o la inquietante aventura de Otra vuelta de tuerca, de Henry James. O podría concentrarme en mi adolescencia y hablar de cómo cambiaron mi vida El viejo y el mar de Hemingway, o El guardián entre el centeno de Salinger, o aquella iniciática, alegórica y filosófica novela de Herman Hesse, Siddhartha; o contar los efectos que provocó en mí la lectura de mis primeras novelas distópicas, Un mundo feliz de Huxley, 1984 de Orwell, Fahrenheit 451 de Bradbury, o incluso El señor de las moscas de Golding, con su demoledora respuesta a la teoría del buen salvaje; o tratar de explicar la conmoción que supuso encontrarme de repente con La metamorfosis o con El castillo de Kafka. Todas ellas, todas estas obras, merecerían sin duda figurar en el primer puesto, en ese lugar privilegiado y luminoso, distinguidas como la novela de mi vida; junto a los cuentos de Poe, Borges o Cortázar. Y, sin embargo, no voy a hablar de ninguna de ellas, sino que me voy a acercar hasta una lectura de hace apenas unos años: mi elegida va a ser Solaris, de Stanisław Lem.
Y es que, aunque es más que probable ―si no seguro― que todas las primeras marcasen más mi carácter, dejasen en mí una huella imborrable y me provocasen otros tantos cataclismos interiores, a menudo pienso que lo tuvieron un poco ―un poquito, al menos una pizca― más fácil que sus sucesoras. Parece que hay una edad para todo, y que por desgracia siempre llega un momento en la vida del hombre en el que se dejan de sentir ciertas cosas, o se sienten con menor intensidad. Es así de triste y me tomo como uno de los retos de mi vida conservar encendida la llama de esa intensidad. Sin embargo, una vez que pasa la candidez inicial, el estado de pureza, una vez que queda atrás el asombro y la perplejidad, y se va mermando o adormeciendo la capacidad de ser impresionado, todo se vuelve diferente. Por eso a partir de entonces las nuevas lecturas no consiguen conmoverte en un grado semejante. Te puedes encontrar con libros estupendos, puedes sorprenderte de cierta manera y disfrutar de ellos intelectualmente también de cierto modo. Pero rara vez será de nuevo lo mismo que aquella primera vez.
Y un buen día, no hace muchos años, me topé con Solaris, de Stanisław Lem. Y me demostró que estaba equivocado. No mucho, pero al menos lo suficiente y esperanzadoramente equivocado. Podía volver a sentir algo parecido con algunos libros; aquella lectura inflamada, aquel pasar las páginas viviendo el libro por dentro, aquel ser vivido por el libro muchos y muchos días después. Así que tengo que pensar que, si pudiéramos dejar aparte las ventajas y desventajas de partida, toda la carga del devenir personal, el mérito de Solaris fue aún mayor.
Desde luego, Solaris es una novela sobrecogedora. Lem no tiene reparos en llevarnos hasta un planeta distinto, radicalmente distinto a todo lo que conocemos, y desplegar allí todo un prodigio de imágenes espectaculares y turbadoras. Y lo hace además dotándolas siempre de un cariz metafísico, de una trascendencia y de un alcance último como solo sabría hacer otro de los maestros, Borges, de quien tanto bebió. Pero, si bien por un lado nos conduce a la exploración planetaria, por otro nos arroja de lleno a los abismos de nuestro interior. Solaris es también una novela de terror psicológico, como pocas. Cuando uno se interna en sus páginas tiene la sensación de estar leyendo al mismo tiempo un thriller existencial y una aventura de ciencia-ficción espacial perdida entre las más refinadas arquitecturas, si es que eso es posible. Porque Stanisław Lem, al igual que los autores que más me han interesado siempre ―desde Cortázar a Vonnegut―, sabía fundir deliciosamente los géneros y estaba por encima de todas las etiquetas.
Ahora, en ocasiones, cuando pienso sobre estas cosas, me pregunto qué habría ocurrido si hubiera leído Solaris, de Stanisław Lem, a mis quince años, cuál habría sido la explosión. Aunque, en realidad, la verdadera pregunta que planea detrás de esto es si todo depende de los libros o si también son determinantes el azar de nuestra vida y nuestra disposición.
He intentado, pues, que mi elección no estuviera hecha desde la mera afectividad; no sé si habré conseguido justo lo contrario. Solaris es la novela que me cambió la vida por cuanto me devolvió la esperanza. Y desde entonces sé que en los años que me quedan, entre mis muchas futuras lecturas, quizá me esperen todavía cinco, quizá diez libros capaces de volver a arrebatarme. Y no puedo descansar hasta lograr encontrarlos.
* Juan Jacinto Muñoz Regel (Málaga, 1974) es escritor. Su último libro publicado es El libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013)