De tal padre, tal hijo (2013), de Hirokazu Kore-eda
Por Raquel Alonso.
De tal padre, tal hijo tiene como carta de presentación haber ganado el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y el Premio del Público en el Festival de San Sebastián. Pero, además, es conocida públicamente la negociación que mantiene el director de la película, Hirokazu Kore-eda, con Steven Spielberg, que está interesado en la compra de los derechos del filme. Con estos precedentes, el realizador japonés recupera el drama familiar ya consumido en su filmografía, como en Kiseki (2011) y Still Walking (2008), sin llegar a superar su obra más aclamada: Nadie sabe (2004), cuya trama también es encabezada por niños.
Ryoata (Masaharu Fukuyama) es un egocéntrico arquitecto que dedica su tiempo al trabajo descuidando, inconscientemente, a su familia. Su perfectamente estructurada vida se derrumba cuando recibe la llamada de los responsables del hospital donde nació su hijo: el bebé fue cambiado por otro. Esta noticia cae como un jarro de agua fría y cambia drásticamente el sentido de la existencia del protagonista.
Kore-eda pone sobre la mesa el debate de la paternidad: ¿es la sangre la que determina la relación familiar o es el afecto el que define el vínculo paternofilial? Esas son las cuestiones que crean controversia en las familias de los niños intercambiados. A priori, el egoísmo de Ryoata muestra la solución: ellos educarán a los dos niños, puesto que la economía es el apoyo fundamental de la estructura familiar y el principal punto del que carecen los otros padres. Sin embargo, esta alternativa se diluye antes de llegar a ser efectuada y, finalmente, la familia encabezada por Lily Franky y Yôko Maki se ve arrastrada por el poder de Ryoata aceptando que la genética gane la partida. Un nuevo intercambio que no es aceptado por los principales protagonistas del asunto pese a que su opinión no sea tomada en cuenta.
El director japonés sitúa en el punto de mira a dos familias separadas por estilos de vida enfrentados: mientras que unos viven de forma acomodada y cuidan a su hijo con una educación estricta y adecuada a sus propios intereses, los otros carecen de una economía holgada pero permiten que cada uno decida sobre sí mismo. Kore-eda deja que los acontecimientos pongan a cada uno en su lugar y la familia que tiene la opinión propia de mantener una estructura firme, acaba siendo la que más flaquea en la adversidad dejando en evidencia que, una vez más, el poder no lo da el dinero, sino el amor. Un arquitecto infranqueable sentimentalmente que acaba humanizándose gracias al bofetón del destino que convierte su paraíso en desdicha.
Hirokazu Kore-eda acierta dirigiendo este drama con sensibilidad y sin exceso de sentimentalismo lacrimógeno. Además, tiene la suerte de contar con un reparto de actores impecable que hacen que el largometraje brille con sus interpretaciones. Sin embargo, la película peca de hacer pinceladas en temas que podrían profundizarse con éxito. El director se centra demasiado en el personaje de Ryoata y no explota otras cuestiones de interés como el conflicto de clases entre las dos familias o la educación de los niños. Narra una historia sin involucrarse en la trama, al igual que la cámara consume planos generales poniendo distancia entre el espectador y la secuencia.
De tal padre, tal hijo parece que se ha convertido en el largometraje más comercial del realizador japonés. No obstante, nadie pone en duda la capacidad de Kore-eda de explorar temas consanguíneos y narrarlos con sutileza y sin pecar de convencionalismo. Es el nuevo maestro de los enigmas familiares.