Almirante en tierra firme
Almirante en tierra firme, José Vicente Pascual, Ediciones Altera, 257 páginas, 17,50 €.
Por Juan Laborda Barceló.
Hay personajes de nuestro pasado que merecen estar en el Olimpo del recuerdo, pues ese y no otro es el ilustre homenaje al que sus actos obligan. Este es el caso de Blas de Lezo y Olavarrieta. La memoria colectiva le ha ninguneado injustamente y únicamente el esforzado mérito de ciertas letras particulares nos lo devuelven en la correcta dimensión que merece.
Este es el marco en el que se inscribe la reciente novela de José Vicente Pascual. Almirante en tierra firme viene a sumarse a una corriente de necesaria recuperación historiográfica del denostado marino. Los hechos son los hechos y, aunque el filósofo quiera confundir a los amantes de Clío, este es un principio incontrovertible. Don Blas de Lezo era el Comandante al mando de Cartagena de Indias durante el desigual y estratégico ataque que sufrieron aquellas tierras en 1741, dentro de las acciones de la llamada Guerra del Asiento o de la Oreja de Jenkins. No se puede negar que bajo su mando, con tan sólo seis navíos, se evitó la invasión de una sensacional armada inglesa dirigida por el Almirante Vernon. Treinta mil hombres, ciento ochenta naves, una potencia cañonera desmedida y una gran cantidad de recursos se enfrentaban con la determinación de una ciudad que se sabía llave del estratégico Caribe, puerta de las Américas e inicio del comercio oceánico.
La historia de esta novela es sencilla, pero potente. Un joven, Miguel Santillana, cuya vida ha transcurrido entre El Matute (agrupación de contrabandistas), el trampeo y la obligada lucha contra el inglés, entra al servicio de Blas de Lezo. A través de él, de lo que nos cuenta del marino “pata de palo” y de las cartas e informaciones que éste le va dando a otros personajes, construimos una imagen del Almirante español. De hecho, hay un juego literario muy curioso, pues Lezo se dedica en aquellos últimos días de su vida a tratar de limpiar su imagen de las humillantes difamaciones que sobre él lanza el Virrey Eslava (además de mantenerle en las más apuradas dificultades económicas, puesto que el Almirante no cobraba lo que la corona le debía). Esta actividad no deja de ser pareja a la que la propia obra de Pascual, y de algún otro, viene justamente haciendo. Se desata en la ficción, y parece ser que tal contienda fue real, una verdadera guerra de propaganda. El Virrey y Lezo se enzarzan en una disputa donde hasta los ingleses opinan abiertamente sobre los grandes aciertos y arrojo del tullido Almirante vasco.
Por tanto, la obra describe con una prosa dieciochesca, dinámica y bella, la situación de Cartagena de Indias y del propio militar para, a través de textos, memoriales y comentarios de Miguel, mostrar como fue el asedio de la ciudad. Él mismo fue parte de la empresa, alistándose en los cuerpos de indultados, pues una de la medidas de Lezo consistió en obligar a los hombres de mala vida a reclutarse en fuerzas irregulares, es decir, verdaderas guerrillas que hicieron mucho daño al inglés. Los ardides de la guerra, el espionaje, el terreno, las tácticas de engaños y desinformación, las jugadas maestras y las crudezas varias de ambos bandos son expuestas en el libro con gran amenidad. Se explica así que la figura de Blas de Lezo logró una notable victoria frente a una fuerza muy superior en número. Si desean saber cómo se produjo tal enfrentamiento, cuyo resultado aún sorprende, deberán hincarle el diente a este jugoso libro.
Destaca en la obra el tratamiento que se hace del mundillo de los sirvientes, pequeños delincuentes y pícaros (tan de nuestra literatura) frente al de los militares, supuestamente más honorables. Los personajes al servicio de Lezo, como el propio Miguel Santillana o la dulce mulata Jacinta, entran en juego y se mezclan, con las dificultades y peligros que eso conlleva, con otros grupos sociales. Viene a ser un trasunto de la guerra, donde oficiales de rancio abolengo y soldadesca menor se combinan entre pólvora y sufrimientos. Son matices enriquecedores que no dejan de adornar estas letras.