No has venido al lugar correcto
Por Nil Rubió
Mark Lanegan, XV Banc Sabadell Festival Mil·leni 25/11/2013
– ¡Toca algo de tu propia mierda!
– Has venido al lugar equivocado, tío. Si piensas que lo que canto no es heavy… no tienes ni puta idea de lo difícil que es hacerlo. Sube y házlo tú si puedes.
Desde el torticoide palco del BARTS, con movimiento constante de gente inquieta, no acostumbrada a la formalidad estática de los asientos, la jugada se vio clara. Entrada a destiempo a la altura del tobillo, driblada con suficiencia por el veterano, conocido por su limitada o inexistente proliferación en este tipo de intercambios, que sin embargo emergió como un poco fino estilista, pero con un cambio de ritmo que dejó al demandante en fuera de juego y al respetable aplaudiendo. En otras ocasiones, arrancarle una palabra resultaría tarea titánica (ni falta que le hace), en ésta conocimos al Lanegan más comunicador, en su propio y singular significado del término. Además de poner en su sitio al imbécil de turno, respondió primero insolente «Ain’t nobody’s fucking birthday» a un par de felicitaciones femeninas por su casual cumpleaños, para luego, en el nacimiento de la siguiente melodía, soltar un tímido y cálido «thank you». Poco más dijo el público más que aplaudir con efusividad y vitorear de vez en cuando los esfuerzos vocales de tan rotundo músico, con una de las voces del rock más llenas de humo, whisky y profundidad melódica. El silencio respetuoso imperaba durante las canciones, a diferencia de la clase de energúmeno que se cuela en su espacio habitual, en el circuito de salas. El asiento amedrenta las fieras socializadoras, capaces de no mediar palabra en todo el día, a excepción del dichoso whatsapp, hasta llegar en un local oscuro extraño, en el que Lanegan se deja las cuerdas vocales en medio del murmullo constante e irrespetuoso. En esta ocasión, no encontró obstáculo ante el respeto generalizado, con el que ocupó cada rincón del edificio. Incluso en el interior lavabo del primer piso, del que entraban y salían vejigas incontinentes, con estruendo de puerta ineludible, llegaban los graves de la voz del anfitrión, retumbando a través del frío gres de las paredes.
Venía el hombre con Duke Garwood, su compañero de aventuras reciente, que dispuso de media hora para domar a las fieras con su hipnótica guitarra, que tocaba como si hubieran tres o cuatro al unísono, y su voz en una tesitura opuesta a la robustez tormentosa pero a la vez maleable de Lanegan. Jugaba con los agudos y un punto más nasal, que lo emparentaban más con la canción de autor, el country alternativo del país de su compañero de reyertas artísticas, que con su procedencia británica. Cuando Lanegan entró, vestido con americana gris y gafas de abuela moderna, se dejó implícitamente claro que su gira actual se corresponde más al clasicismo formal y reverencial como evolucionado crooner, que las vertientes más preponderadamente oscuras de su personalidad (que sin embargo también hicieron acto de presencia). Acompañado por bajo, guitarras (una de las cuales Duke Garwood, intercambiando con los vientos), violín y chelo, recorrió con sinfónica sensibilidad todas las aristas de composiciones como You Only Live Twice (Nancy Sinatra), Satellite of Love (Lou Reed), Mack The Knife (Bertol Brecht) y unas desoladoramente bellas Solitaire (Neil Sedaka) y Pretty Colors (Frank Sinatra) que, al carajo con las herejías, sonaron millas, leguas, quilómetros y años luz más carnales y «propias» que en sus primeros intérpretes. La personalidad de Lanegan puede absorber la más edulcorada de las letras para convertirla en algo trascendente, y en estas dos, su recorrido encontró el pleno sentido, y el público su admiración más correspondida. Antes, hubo también excursiones por un pequeño puñado de piezas clásicas de su repertorio como One Way Street, When Your Number Isn’t Up, Phantasmagoria Blues o una reconvertida Gravedigger’s Song, de su último disco de la Mark Lanegan Band, que sonó tan caótica como arrolladora, cabalgando en sinuosas combinaciones a las cuerdas. Piezas del reciente disco con Garwood también fueron repasadas (Mescalito, Pentacostal…) así como un bis a dúo con el guitarra Jeff Fielder (otro cómplice habitual) en el que recuperó una pieza de sus Screaming Trees, Halo of Ashes.
El grado de libertad al que Mark Lanegan ha llegado para hacer lo que le venga en gana es digno de admirar. Su voz, en apariencia monolítica, es de una ductilidad pasmosa que le sirve para salir airoso de los embrollos en los que se mete. Si bien en sus recientes trabajos no se percibe la brillantez compositiva de principios de la década pasada, su directo, en definitiva, su habilidad a las cuerdas vocales, es cada vez más apabullante. Conocedor en cada momento de lo que puede hacer, controla los tiempos, la intensidad, sonando metronómico, mientras se mueve con mejor soltura en escaleras melódicas cada vez más complejas. Justo las que el último cargamento de versiones le ha facilitado para, como el tópico manda, hacérselas suyas. No tardará mucho en volver con más mercadería.
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