Zorrilla en el camposanto
Por Silvia Pato
No todo el mundo conoce cómo se produjeron los curiosos inicios de la carrera literaria de uno de los grandes autores clásicos de la Literatura española: José Zorrilla (1817-1893).
La conjunción de infortunios y casualidades de la vida del afamado autor de Don Juan Tenorio es narrada por el propio Zorrilla en los artículos biográficos que, a partir de octubre de 1879, aparecieron en Los Lunes del Imparcial, y que luego se publicarían en tres volúmenes con el título de Recuerdos del Tiempo Viejo.
Nuestra historia comienza con un muchacho de dieciséis años que, cumpliendo el deseo de su padre, que deseaba por encima de todo que su hijo fuera abogado, parte a estudiar Leyes a la Real Universidad de Toledo en 1833. La ciudad subyugó de tal forma al adolescente Zorrilla que pasaba su tiempo dibujando, callejeando y leyendo a los románticos. Como no podía ser de otro modo, perdió el curso; mas su progenitor, empeñado en que estudiara Derecho, al año siguiente, lo envió a Valladolid, bajo la supervisión de un procurador de la Chancillería y del rector de la Universidad. La historia se repitió. El procurador, escandalizado de la vida del estudiante, se puso en contacto con su padre para informarle de que su hijo era un holgazán que se paseaba cada noche por los cementerios como un vampiro; paseos a los que contribuía el sonambulismo de nuestro protagonista.
Ante esta situación, y con el máximo anhelo de ser escritor, Zorrilla se fugó a Madrid. Allí, para sobrevivir, publicaba ilustraciones en El Museo de las Familias de París y colaboraba en el periódico El Burro. Sin embargo, un acontecimiento inesperado iba a propiciar que el joven pudiera ver cumplidas sus aspiraciones literarias poco tiempo después.
El 14 de febrero de 1837, cuando estaba con su amigo Miguel de los Santos Álvarez en la Biblioteca Nacional, apareció el italiano Joaquín Massard, quien les informó de que el periodista y escritor Mariano José de Larra se había suicidado aquella misma noche. Sorprendidos ambos por la noticia, aceptaron el ofrecimiento de Massard de acompañarle a visitar el cadáver en la bóveda de Santiago.
Al día siguiente, Zorrilla se presentó en aquel cementerio repleto de artistas y literatos vestidos de riguroso luto, y con evidente nerviosismo y congoja en la voz, comenzó a leer la elegía en honor de Larra, sorprendiendo y emocionando a todos los asistentes, que no dejaban de preguntarse quién era aquel muchacho de veinte años.
Después de su celebrada intervención, Zorrilla trabó amistad con Espronceda, el periódico El Porvenir lo contrató por un sueldo de seiscientos reales y El Español le ofreció el puesto que hasta entonces había ocupado Larra.
Cuando Zorrilla dejó atrás aquel camposanto, había comenzado su leyenda.
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