La gira interminable de Mark Lanegan
Por Nil Rubió
El mundo gira. El Sol ilumina perenemente los días. El gobierno se carga, tijeretazo ahí, insulto a la inteligencia allá, todo lo poco que teníamos. Millones de personas no salen de su cama sin consultar en sus ventanas a la idiotez comunicativa si han recibido algún mensaje, o Twitter les prepara algún comentario tan jocoso como irelevante. Los días transcurren en un perpetuo día de la marmota, como si todos fuésemos réplicas del Bill Murray que aún no ha aceptado de forma resignada pero liberatoria, la irrelevancia de nuestros actos. Hay máximas que se repiten. Pozos de tedio, pero otros también de una extraña seguridad nada mediocre.
Mark Lanegan vuelve, si es que el hombre se ha ido nunca. Lo suyo es mínimo anual, pero en una inagotable inquietud artística que sus maneras medio ausentes y desdeñadas no inspiran, cada vez que lo hace, que se presenta maleta en mano en Barcelona, lo hace con un proyecto distinto. Desde que entró momentáneamente, ahora reducido a mero cameo, en Queens of The Stone Age, donde prestó créditos artísticos y voz a algunos de los mejores temas de la banda, que el señor Lanegan ha ido incrementando su actividad a lo largo de los años. Continuó su proyecto en solitario, antes contrapunto acústico a los más eléctricos Screaming Trees (banda con la que aquí lo conocen cuatro), evolucionándolo hacia sonidos más duros, incluso abrazándose a elementos electrónicos en su última demostración del año pasado. Esto no supondría un dispendio energético demasiado importante (dos discos en ocho años) si no fuera porque donde no ha parado ni un momento es en prestar su voz a los proyectos de otros músicos. Tres trabajos con la dulce (pero con férreo carácter) Isobel Campbell, explorando sonidos clásicos, regándolo con blues, soul, country y las posibilidades de la combinación de dos voces diametralmente opuestas. La bella y la bestia. Dos gloriosos discos con Soulsavers, que los arrancó del trip-hop para elevar las canciones más lúgubres y depresivas a cotas mayestáticas. Colaborando con Twilight Singers e iniciando un breve proyecto con su líder y amigo Greg Dulli en The Gutter Twins. Versionó a Dylan para I’m not There, a The XX con Massive Attack y Warpaint. Solo citando lo más llamativo.
En 2013, lejos de pararse tras un año con disco nuevo propio y gira inacabable, ha publicado dos discos más para la colección. Por un lado una nueva antología de versiones (la segunda desde el enorme I’ll Take Care of You de 1999), de nombre Imitations y motivo principal de su visita, en la que saca a relucir, junto con las habilidades que ya se le conocían, su vertiente más crooner, o en la manera Lanegan del término, vaya. Incluso cae un incunable como Mack The Knife. Por otro, viene acompañado de las cuerdas punzantes del londinense Duke Garwood, el que se ha subido al autobús de gira en los últimos tiempos. Un artesanal músico británico que propone un trasfondo musical muy conocido por los seguidores del vocalista y compositor estadounidense, con el que ha grabado otro disco recientemente, Black Pudding. A dúo, en el que Lanegan pone voz a la guitarra cruda. Un disco mayormente despojado de todo elemento que no se centre en las cuerdas sonando a ratos como destellos chispeantes de rocas chocando entre sí, abrazado por el lodo de la voz omnipresente, en otros sometidas hacia una lejanía acuosa dominada por un intermitente bajo. De los que da calor en invierno con un fuego contenido pero duradero. Que acompaña, por mímesis, las noches oscuras. Un combo que apetece escuchar en el amparo de un recinto distinto, en otro contexto. Esta vez no será una velada de Rock con su banda, ni un acústico de pub, ni una explosión de soul oscuro, ni una delicada sinfonía de la americana rebelde y profunda, todo acontecido en distintas salas. Mark, esta vez, se va al teatro.
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Teatro BARTS
Lunes, 25 de noviembre