Economía de las ideas modernas: el Think-coin
Por Ana March. «Se echa a perder un joven cuando se le enseña a apreciar más a los que piensan como él que a los que piensan lo contrario» Nietzsche, Aurora.
Al igual que las monedas las ideas son hoy un bien de intercambio. Como todo género de uso, las ideas se expanden, proliferan, corren, pasan de uno a otro, pero en tanto y en cuanto el valor de cambio, su cotización, esté en alza. Cuando las modas cambian y la idea cotiza a la baja entonces, rápidamente, su portador debe poder polarizarla, transformarla y renunciar a ella. Velocidad y transformación son las características que distinguen a las nuevas ideas-monedas: se acuñan, se fraccionan, se acumulan y como el dinero, las ideas además deben ser ligeras y fáciles de llevar.
Como el sistema económico las ideas también tienen su sistema de finanzas: internet es hoy ese gran mercado de operaciones y transacciones bursátiles de ideas, y dentro de este, la bolsa de valores, la compra, venta y la inversión sobre las grandes ideas se realizan en las redes sociales. Nada mejor para saber si una idea cotiza al alza o a la baja que comprobar, por ejemplo, la cantidad de “me gusta” -ese nuevo combustible de la máquina pensante-, que acumula en su haber, dotando así a la persona que la expresa, o sea, a su entidad financiera, de mayor o menor solidez.
Es fácil descubrir la causa de esta proliferación de la idea-moneda, del Think-coin, ya que el lenguaje y el dinero son los dos grandes sistemas simbólicos que el hombre ha creado para efectuar el intercambio, ya sea de conocimiento o de cosas. El dinero y la palabra, inscriptos dentro del orden simbólico, son significantes, y deben ser reconocidos por la sociedad que los usa permitiendo su valoración e identificación de una forma clara. Antes que la bomba del pensamiento estallara y la ignorancia valiera tanto como la mejor de las doctrinas, los indoctos eran mantenidos fuera del círculo de pensamiento, pocos eran los hombres que eran elegidos para pensar.
Hoy día es raro encontrar a alguien que no tenga alguna idea sobre todo. Pero el intercambio de ideas, a diferencia de antaño, se ha desmarcado de la dialéctica: esa invención filosófica que ha servido en ocasiones como medio para justificar grandes ideas pero también abyectos oportunismos, dado que la conversación y la argumentación no son ya parte esencial del intercambio. La conversación se ha vuelto una ridícula afirmación de opiniones, no un medio para su confrontación. El mercado de la comunicación hoy no necesita del lenguaje sino su arabesco que nace y muere en el giro de pocos instantes, lo que requiere es lo que se escucha, se toca y se ve fugazmente y luego se desvanece y es sustituido por otra excitación análoga.
Con la casi total desaparición de la conversación y el uso efímero que se le otorga al lenguaje, el intercambio de ideas se ha convertido en un género particular de espectáculo. Podemos comprobarlo en torno a esas mesas redondas donde dos, tres o cuatro personas que han sido consideradas cualificadas y habilitadas para expresar ideas hablan, mientras un público aburrido, casi catatónico, asiste a su coloquio. Entretanto los hombres de negocios, los administradores de la vida pública, los políticos, incapaces de reconocer su falta de idea, llenan los medios de comunicación con sus opiniones, con sus ideas generales, que no son más que una ventisca soplando en el desierto, un verborrágico derroche de falsas ideas-monedas.
¿Y qué pasa con aquellas personas que tienen el defecto de no ser lo bastante polivanlentes y tienen firmes principios o buscan una cierta verdad duradera? No escapa hoy del ridículo quien sostenga hoy pocas y claras ideas, quien ostente una opinión propia. El balbuciente vehículo de las opiniones generales y sus provisionales y miméticos pasajeros, siempre dispuestos a estar en la cresta, nuevos y actuales, pasan a toda velocidad, echando polvareda de ruido sobre quien se permita tal anacronismo.
Pero el prodigio, que es en sí mismo el fin de todos los hombres, no abandona el espíritu del ser humano, y con todo avanzamos, conscientes o no de nuestra ignorancia. El mecanismo universal no se perturba y la máquina sigue en funcionamiento, con menos fricciones, más facilidades y evasiones. Rebeldes todavía ante la idea del advenimiento de un hombre diverso, huimos del tiempo, de la historia y de las responsabilidades, para ir a jugarnos al casino de la vida unas cuantas monedas de las grandes.