OpiniónPensamiento

Thomas Jefferson y el indio Jefe Joseph: "De la emancipación y libertad de los pueblos"

Por Ignacio G. Barbero.

Los hombres han de luchar por su ley, al igual que lo hacen por su muralla”- Heráclito

La emancipación de todo pueblo de la nación que lo reprime y/o pretende ocupar su “lugar” natural, llevada a cabo habitualmente a través de la guerra, es un proceso que ha sido repetido de forma constante y uniforme a lo largo de la historia, pues difícil es hallar una comunidad de seres humanos que no haya entrado en contacto y conflicto con otras.

Así, los países europeos (o “civilizados”) se dedicaron a partir del siglo XVI, en los albores de la Modernidad, a expandirse a lo largo y ancho de varios continentes, siendo sus actos especialmente virulentos en América y África. Las heridas infligidas por el colonialismo blanco en el continente negro y las correspondientes reacciones de carácter ideológico y filosófico en esa tierra han sido analizadas previamente en un artículo de esta revista (aquí se puede leer). Es momento de meditar sobre los grupos humanos de las tierras americanas del norte, descendientes de las conquistas británicas, que se constituyeron en nación independiente a finales del s.XVIII, y las consecuencias que este hecho desató sobre los habitantes precoloniales de la región: los indios. Para ello, vamos a centrar nuestra atención en dos textos: la Declaración de Independencia de los EEUU, redactada principalmente por Thomas Jefferson en 1776, y el discurso dado por el Jefe indio Joseph en 1879 ante varios congresistas estadounidenses.

La ligazón existente entre ambos escritos es profunda, y no sólo se remite al hecho de que fueran concebidos en el mismo territorio; hablamos de un íntimo diálogo político, ontológico y ético no explícito ni intencionado, pero sí de necesaria aplicación en cualquier reflexión a realizar sobre los conceptos universales de igualdad y libertad -de raigambre Ilustrada-, los cuales son expuestos con claridad filosófica en la Declaración de Independencia de los EEUU. Esos conceptos, articulados formalmente en derechos, fueron la base de la revolución americana, de la emancipación de las Trece Colonias británicas y de la constitución de éstas en un nuevo país; sin embargo, cuando entraron en contacto con las regiones pobladas por los indígenas americanos se convirtieron en palabras vacías, sin valor, pues la “civilizada” voluntad de conquista denegó la igualdad, la libertad y el justo trato a los “salvajes”.

 

1. Declaración de Independencia de los EEUU (1776)

thomas jeffersonLa relación del Reino de Gran Bretaña con sus colonias norteamericanas fue buena y próspera durante muchos años. Había cierto grado de libertad y bienestar en ellas. No obstante, la llegada al poder de Jorge III cambió de manera radical este estado de cosas, pues el monarca decidió aumentar varios impuestos enorme y repentinamente, sin consultar a los gobiernos de los territorios americanos, y pretendió mantener por la fuerza la vigencia de estas arbitrarias medidas. Uno de esos incrementos fue aplicado al importante impuesto del té, lo que desencadenó el saqueo por parte de varios colonos disfrazados de pieles rojas de un barco que había importado este producto desde Inglaterra. Se formaron, de manera inmediata, gabinetes en la sombra en cada una de las colonias y una suerte de Congreso Continental clandestino que administraba la resistencia. Varios panfletos circularon apuntando la necesidad de una independencia conjunta y total. Sólo fue cuestión de tiempo, y de varias reuniones en el Congreso, que se proyectara una declaración unívoca de las Trece Colonias. Se encargó la redacción del primer borrador a Thomas Jefferson, representante de la región de Virginia, de educación Ilustrada y vasto saber, y se organizó un Comité de los Cinco (con Jefferson, John Adams, Benjamin Franklin, Robert Livingston y Roger Sherman) que daría el visto bueno definitivo al texto. El 28 de junio de 1776 se envía la versión revisada al Congreso y el 4 de julio se aprueba por unanimidad. Los EEUU rompen, así, todo vínculo político con la Gran Bretaña, y lo hacen en nombre de la igualdad, la libertad, la vida y la búsqueda de la felicidad, derechos naturales e inalienables de todo ser humano (expresados en esta declaración de manera casi idéntica a la usada en el “Segundo Ensayo sobre el Gobierno Civil” por el pensador inglés John Locke). Un nuevo país está naciendo:

Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios,el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que los gobiernos establecidos hace mucho tiempo no se cambien por motivos leves y transitorios; y, de acuerdo con esto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia mediante la abolición de las formas a las que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad. (…)

Ha abdicado el derecho que tenía para gobernarnos, declarándonos la guerra y poniéndonos fuera de su protección: haciendo el pillaje en nuestros mares; asolando nuestras costas; quitando la vida a nuestros conciudadanos y poniéndonos a merced de numerosos ejércitos extranjeros para completar la obra de muerte, desolación y tiranía comenzada y continuada con circunstancias de crueldad y perfidia totalmente indignas del jefe de una nación civilizada. (…)

Por tanto, nosotros, los Representantes de los Estados Unidos, reunidos en Congreso General, apelando al Juez supremo del Universo, por la rectitud de nuestras intenciones, y en el nombre y con la autoridad del pueblo de estas colonias, publicamos y declaramos lo presente: que estas colonias son, y por derecho deben ser, estados libres e independientes; que están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona británica: que toda conexión política entre ellas y el estado de la Gran Bretaña, es y debe ser totalmente disuelta, y que como estados libres e independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concluir la paz, contraer alianzas, establecer comercio y hacer todos los otros actos que los estados independientes pueden por derecho efectuar. Así que, para sostener esta declaración con una firme confianza en la protección divina, nosotros empeñamos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor.

 

2. Discurso de Jefe Joseph ante congresistas y dignatarios en el Lincoln Hall de Washington (1879)

dp1798896Hinmatóowyalahtq̓it (“trueno que retumba en las montañas”) era el nombre original de Jefe Joseph, que fue rebautizado por un misionero británico. Su padre dirigió durante mucho tiempo el destino del grupo de indios “nez percé” del Valle del Wallowa, una vasta zona fértil, rica en pastos para los caballos y con un clima templado en la que había vivido esta comunidad de seres humanos durante un gran número de siglos. Los primeros contactos con los “blancos” fueron amables, pues consideraban que la religión que éstos trataban de difundir era muy compatible con su tradicional concepción cosmológica y ética. Sin embargo, la relación se enturbió muy rápidamente, porque las provechosas tierras en las que vivían comenzaron a ser deseadas por los EEUU. El padre de nuestro protagonista sospechaba de la trampa a la que iban a ser sometidos y se negó a negociar la emigración o la reclusión de su pueblo en una reserva. Murió poco después y le sucedió Jefe Joseph; se mantuvo firme y pacífico, sin avivar el conflicto, pero sin ceder un solo paso. Esto no amedrentó a los “blancos”, que consiguieron llevar hasta la extenuación la resistencia del pueblo “nez percé” y forzarles a emigrar de su tierra con amenazas y episodios esporádicos de violencia. Sin embargo, varios grupos de la tribu y el clan del Jefe Joseph se declararon en rebeldía y plantaron cara a los estadounidenses, lo que originó un sangriento conflicto, acontecido en los últimos meses de 1877, del que sólo sobrevivieron 418 “nez percé”.

Se rindieron y fueron engañados otra vez, ya que se convirtieron en prisioneros de tierras secas y estériles, ni siquiera cercanas a la reserva que les fue prometida años atrás. Jefe Joseph, desesperado, habló en Washington en 1879 para pedir un trato justo a su pueblo, un lugar donde vivir en paz y “libertad”, una tierra que no mate a su gente de hambre y sed. Se trata de una alocución resignada en la que expresa sus dudas sobre la autoridad de los blancos para decir a los indios qué es lo que tienen que hacer y dónde tienen que vivir, en la que reclama una igualdad ante la ley inexistente para los no nacidos con la piel blanca. En definitiva, está afirmando la necesidad de aplicar universalmente los derechos expuestos en la Declaración de la Independencia, y, con ello, luchando por aquellos que son desprovistos de esos derechos sin justificación racional alguna.

No entiendo por qué no se hace nada por mi pueblo.He oído hablar y hablar, pero no veo que se haga nada. Las buenas palabras no duran mucho, a menos que se concreten en hechos.

Las palabras no pagan por los muertos de mi pueblo. No pagan por mi territorio, dominado ahora por los blancos. No protegen la tumba de mi padre. No pagan todo mi ganado y mis caballos.

Las buenas palabras no me devolverán a mis hijos. Las buenas palabras no cumplen la promesa de vuestro jefe guerrero, el general Miles. Las buenas palabras no dan salud a mi pueblo ni impiden que los míos siguen muriéndose. Las buenas palabras no dan a mi pueblo un lugar en el que pueda vivir en paz y cuidar de sí mismo. Estoy cansado de las palabras que se quedan en nada.

Me entristece recordar todas las buenas palabras y todas las promesas rotas. (…)

Los blancos pueden vivir en paz con los indios si quieren hacerlo. No tiene por qué haber problemas. Tratad a todos los hombres igual. Dadles la misma ley. Dadles a todos la oportunidad de vivir y desarrollarse. Todos los hombres han sido creados por el mismo Jefe Gran Espíritu. Son todos hermanos. La tierra es la madre de todos los hombres y todos los hombres deberían tener lo mismos derechos sobre ella.

Esperar que un hombre que ha nacido libre esté contento cuando se le confina y se le niega la libertad de ir a donde le plazca sería como esperar que los ríos fluyan corriente arriba.

¿Esperáis que un caballo engorde si le atáis a una estaca? Si encerráis a un indio en un rincón y le obligáis a quedarse allí sin moverse, no estará contento, no podrá crecer y prosperar. He preguntado a algunos grandes jefes blancos de dónde sacan ellos su autoridad para decir a los indios que tienen que quedarse en un sitio mientras ven a los blancos ir a donde les place. No han sabido contestarme.

Sólo pido al gobierno que me trate como a todos los demás hombres.

Si no puedo volver a mi hogar, permitidme tener un hogar en algún territorio en el que mi gente no muera tan deprisa. Me gustaría ir al valle del Bitterroot. Allí mi pueblo estaría bien; donde están ahora se están muriendo. Han muerto tres desde que salí del campamento para venir a Washington.

Me embarga una gran tristeza al pensar en nuestro situación. Veo a los hombres de mi raza tratados como forajidos, conducidos de un territorio a otro, o derribados de un tiro como animales.

Sé que mi raza tiene que cambiar. No podemos competir con los blancos tal como somos. Sólo pedimos las mismas oportunidades de vivir como los demás hombres.

Pedimos que se reconozca que somos seres humanos. Pedimos que la misma ley se aplique a todos los hombres. Si el indio infringe la ley, que se le castigue conforme a la ley. Si el blanco infringe la ley, que se le castigue también.

Permitidme ser un hombre libre: libre para viajar, libre para pararme, libre para trabajar, libre para comerciar donde yo quiera, libre para elegir a mis propios maestros, libre para seguir la religión de mis padres, libre para pensar y hablar y actuar por mí mismo. Y obedeceré las leyes o aceptaré el castigo.

Cuando el blanco trate al indio como a los demás blancos se acabarán las guerras. Seremos todos iguales: hermanos del mismo padre y de la misma madre, con un cielo sobre nosotros y un mismo gobierno para todos.

Entonces el Jefe Gran Espíritu que rige en lo alto sonreirá a esta tierra y enviará lluvia que la ve del rostro de la tierra las manchas de la sangre derramada por las manos de los hermanos.

El pueblo indio espera que llegue ese momento y reza por ello. Espero que los gritos de los hombres y mujeres heridos heridos no vuelvan a llegar a los oídos del Gran Espíritu y que todos los pueblos sean uno. Inmatuyakalet ha hablado por su pueblo.

 

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