Euforia

 

Por Luis Borrás

 

gregarios

 

Miguel Sánchez Robles. “La soledad de los gregarios”.

116 páginas. Diputación Provincial de Cáceres, 2012.

Según el diccionario de la RAE, Gregario es: adj. Dicho de un animal: Que vive en rebaño o manada. 2. Dicho de una persona: Que está en compañía de otros sin distinción, como el soldado raso. 3: Dicho de una persona: Que, junto con otras, sigue ciegamente las ideas o iniciativas ajenas. 4. Dep. Corredor encargado de ayudar al cabeza de equipo o a otro ciclista de categoría superior a la suya.

Y en estos relatos de Miguel Sánchez Robles están todos esos significados: vivir en manada; sin distinción; siguiendo las ideas ajenas sin iniciativa propia como “muñecos de repetición”; y que reconocer esa uniformidad y no querer formar parte del rebaño puede ser desolador pero necesario; sublevarse contra esa forma gregaria de vivir buscando otra (la propia) manera de hacerlo es un camino arduo y penoso; tomar conciencia de ser distinto es doloroso; rebelarse frente a todo eso es condenarse a la soledad, el extrañamiento, el exilio sin destierro.

Pero antes quiero empezar por -desde esa cuarta acepción deportiva- reivindicar a Sánchez Robles como a uno de esos corredores que marchan en el pelotón de esta larga carrera de fondo que es la literatura y no se le reconoce porque las cámaras y los locutores sólo prestan atención a los famosos. Y es que a Sánchez Robles después de esta colección de relatos no se merece que se le considere un simple gregario anónimo. No se merece el silencio; diluirse en la masa; pasar inadvertido. Otros por haber escrito un libro así son ahora catedráticos de escuela privada y tienen un club de fans que justifican cualquiera de sus pájaras. Sánchez Robles es un escritor de provincias que nadie conoce en las pagodas  y bares de copas de la capital. Sánchez Robles con este libro se ha fugado del pelotón y ha llegado en solitario a la meta, ha ganado una etapa de este tour. Ha obtenido una victoria (Premio de Cuentos Ciudad de Coria 2011) y se merece más que un titular, se merece que los espectadores de este circo le conozcan;  que los hinchas del cuento apunten su nombre en esa lista de paraísos por descubrir. Porque el primer relato de este libro: “Documentales de la 2” es uno de esos relatos que está a la altura de esos autores que –para mí- han escrito un relato inolvidable: Menéndez Salmón, Montero Glez, Sipán, Tizón, Castán, Pablo Gutiérrez o Márquez. Un relato para salvar de un incendio.

Este es un libro amargo. Sí. Un libro cruel. Un libro peligroso no recomendable para los que se hacen preguntas y llegan a conclusiones desoladoras en las que aparecen –mezcladas con vodka y hiel- palabras como tristeza, fracaso, vértigo, tedio, asco, nada o escupitajo. Un libro tabla (con clavos oxidados) para los náufragos, medicina para los que no hablan esperanto, los que se sienten incómodos, descolocados, dudan, buscan y bucean bajo el agua salada abriendo los ojos. Un libro milagro para los que sueñan con televisores rotos, desagües atascados, magnolias imposibles y un remedio para la hidrocefalia.

Un libro duro en el que hay un hueco para el humor inteligente en “La parábola de las palabras vacías”; y para la ironía y la mala leche, lo políticamente incorrecto en “Neomelancolías: el país de las cosas masticaicas”.

Un libro en el que la poesía toma el mando, se adueña de la narración y le da todo su significado: “Es tan difícil encontrar unas pocas palabras importantes que ayuden a decir cómo debe sentirse una mariposa perdida en un parking. Es tan difícil encontrar unas pocas palabras importantes que puedan explicar cómo una pegatina pierde su adherencia” Sánchez Robles no calcula el riesgo, no maneja la narración como un contable; él es un poeta infiltrado en el territorio del cuento y que lo conquista inyectándole las proteínas de sus anticuerpos.

Estos relatos de Sánchez Robles son el placer de poder leer sin pasar el antivirus por el libro; es olvidarse de la literatura como comida a la plancha y sin sal y el bromuro en el café del desayuno. Es la fortuna de dejar un libro repleto de subrayados y asombros: “la vida es una cinta transportadora que te lleva sin prisa a donde quiere”, “ese aura de tristeza alrededor que tienen los columpios vacíos”, “aquel beso duró el mismo tiempo que dura un semáforo en verde”, “esos pensamientos que tenemos lavándonos los dientes”, “lo tiene todo, pero se siente así: con la alegría sin suerte de un mendigo borracho”. Sí, es volver a sentir la euforia desmedida y arrebatada desde la tristeza y su lacerante claridad; sí, un libro en el que lo imperfecto, lo defectuoso, lo excesivo es superado por la belleza y su palabra.

 

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