El Leviatán
El Leviatán. Joseph Roth. Acantilado, Barcelona, 2013, 80 pp. 11.00 €
Por Ricardo Martínez
He aquí un texto que equivale, mutatis mutandi, a la exposición de una vieja fábula para hacer un llamamiento didáctico en favor de la honradez o, más en extenso, a la preservación de la identidad propia libre de cualquier tentación derivada de la codicia.
Es así que Roth nos narra, en su acuñada lección literaria: lenguaje expresivo, sentido casi poético de la realidad, fino análisis psicológico de los personajes…, la historia del judío Nissen Piczenik, conocido en su ciudad Progrody, como uno de los más fiables comerciantes de perlas de la región.
Es por ello que muchos de los campesinos de los alrededores, luego de obtener el buen dinero que les proporciona la cosecha, se acercan cada año por su casa a adquirir alguno de sus collares. Él les atiende con solicitud, dotando a muchos de esos clientes, además de con un agasajo según sea su compra, con su disponibilidad personal y su bonhomía.
¿Por qué negocia con collares de coral? Porque toda su vida, de un modo entregado y soñador, ha valorado el hermoso color rojo de esos corales. Por eso un día no duda en acompañar al puerto de Odesa a su vecino Komrover, que sirve en un barco, sólo por conocer el mar, esto es, la fuente de sus riquezas.
En el viaje se ve impelido a defender su mercancía frente a la de un comerciante de perlas y le dice: “Salomón, nuestro rey judío, tenía un rojo muy especial para su manto real (El color lo proporcionaba el orín de un gusano que le habían regalado los fenicios, y cuya especie murió cuando lo hizo el rey) Ahora, sólo en los corales totalmente rojos aparece ya ese tinte” Sus corales, claro está, tenían ese mágico color.
Un Leviatán simbólico, no obstante, el ser mitológico que cuida los fondos del mar, había de venir a tentarle bajo el nombre de Lakatus, un comerciante en corales procedente de Budapest. Los corales que él tiene, más bonitos y lustrosos, los vende más baratos, si bien el secreto es que son artificiales; su material es el plástico.
Piczenik, un día, mezcla éstos —la avaricia le puede— con los suyos, pero el negocio quiebra, así que, viudo, decide abandonar su pueblo, pues su prestigio ha decaído —sus collares, dice la gente, ya no son curativos— y decide tomar un barco en Hamburgo para alejarse, para ir al Canadá. El destino, no obstante, vendrá en ayuda de su conciencia atribulada: el barco zozobra y él no intenta salvarse, se lanza por la borda para reunirse, de nuevo, con sus corales naturales de un rojo deslumbrante, casi divino.
Eso quería en realidad: volver a su sueño sin engañar ni engañarse; hacer compañía a lo que había sido su felicidad, los corales. Tal vez el Leviatán necesite un destinatario más frágil, tal vez se diga el lector una vez aprendida la lección; o bien entregarse de lleno a la codicia, quien sabe.