La novela de tu vida: Víctor Álamo de la Rosa
La respuesta a la pregunta cuál es la novela de mi vida la tengo tan clara que mi memoria, a pesar de tener que remontarse 25 años atrás, no duda lo más mínimo en pescar título y autor de ese mar inmenso de lecturas que me han convencido de que lo que más me gusta en este mundo es leer y escribir, verbos mucho más sinónimos de lo que a menudo creemos: se trata de La montaña mágica, la monumental novela de Thomas Mann. La lectura de este novelón, en todos los sentidos, por su cantidad de páginas y por su extrema calidad, se trenza con dos recuerdos principales del veinteañero que fui: el hecho de haberme roto una pierna que tuvo que estar un mes escayolada, y el hecho de que el título de esa novela del enorme escritor alemán palpitara en mis sienes porque en absolutamente todas mis muchas conversaciones con el escritor Rafael Arozarena, Premio Canarias de Literatura, siempre mencionaba la necesidad de leer La montaña mágica si un día se pretendía escribir novela. Como pueden concluir, la ocasión se me presentó pintiparada: pierna rota, obligado reposo en cama, y toda esa curiosidad por descubrir de una santa vez las aventuras, soledades, desventuras e intimidades de Hans Castorp repiqueteando en mi sensibilidad de escritor en ciernes.
Había adquirido la novela en Tenifer, una librería de compra-venta de libros de segunda mano que aún existe en La Laguna, en una edición de bolsillo de Plaza y Janés que todavía conservo, con el año estampado en las primeras páginas con mi letra de 1984 (ahora descubro que, con el paso de los años, hasta la letra cambia). Es una edición que hoy en día no podría releer, papel blanco y menuda letra pequeña durante apretados capítulos que se alargan hasta acercarse a las mil páginas. Casi un suplicio y, sin embargo, la lectura más, ¿cómo decirlo?, emblemática, sí, emblemática, de toda mi vida. Der Zauberberg, título original alemán de la célebre obra publicada en 1924, es una novela lenta y sinuosa, plagada de meandros y digresiones de carácter filosófico y hasta botánico, porque Thomas Mann es capaz de describirnos hasta las plantas que su protagonista amorosamente cultiva en sus macetas, dispuestas en el balcón de su habitación del sanatorio Berghof, enclavado en los Alpes suizos. Allí acude un veinteañero Hans Castorp, en principio solo para visitar a un primo suyo aquejado de tuberculosis, e irá relacionándose con personajes como Naphta y Settembrini y la enigmática rusa Clawdia Chauchat, su amorosa perdición. Leemos y vamos descubriendo que, a nivel simbólico, Castorp se adentra en una especie de burbuja de tiempo donde ir sanando unas heridas que son morales y que son psicológicas y que, a la postre, resultarán las mismas heridas de todo un siglo y las mismas del lector, las de todo ser humano, porque, precisamente ahí, reside la magia del título: Mann logra que nosotros también hagamos ese tratamiento médico, y que sanemos, acompañando a Castorp en su curación durante el tiempo de lectura, para que solo al final de la obra sospechemos por qué la novela es verdaderamente mágica. Dejamos a Castorp al cerrar el libro a las puertas de ese nuevo fin del mundo que se avecina, sabiendo nosotros lo que va a pasar, desconociendo Castorp el nuevo trauma que va a estallar y que se llama Segunda Guerra Mundial. Así retrata Mann el caos que fue el siglo XX y los destrozos que causó al individuo. Lectura, en fin, inolvidable.
*Víctor Álamo de la Rosa es autor de las novelas Isla nada, Mareas y marmullos y El año de la seca, editadas por Tropo Editores.