La homosexualidad sin aspavientos
Por Rubén Romero Sánchez.
La semana pasada, en la presentación del poemario La infancia suicida de Verónica Qué, de Andrea Aguirre, publicado en la editorial Ártese quien pueda, de la cual formo parte, una chica del público se me acercó y me felicitó por la crítica que publiqué en Culturamas de la película Laurence Anyways (Xavier Dolan-Tadros, 2005). Me dijo que tras leerla buscó la película y le encantó, y que se la recomendó a sus amigos y que a estos también les gustó mucho. En ese momento pensé en la cantidad (mayor o menor) de gente a la que algo que hubiera escrito yo le haya dado a conocer alguna obra que no conocía, igual que yo he descubierto autores u obras gracias a los escritos de otra gente.
Entonces concluí que, ya que Dios me ha dado la posibilidad de comunicarme con mis semejantes a través de revistas como Culturamas, debía hacer algo al respecto, y hoy hablaré de una película, también canadiense, que me vuelve constantemente a la cabeza: C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005).
En C.R.A.Z.Y., al igual que en Laurence Anyways, ni la asunción de la homosexualidad, ni la problemática en sí de la orientación sexual o del género, es el conflicto a partir del cual se desarrolla la evolución psicosocial del protagonista. Muy al contrario, los personajes principales son tratados en ambas películas como seres humanos absolutos, no como seres humanos homosexuales o transexuales, por lo que lo relativo a la sexualidad es sólo una parte de ellos.
En C.R.A.Z.Y., el protagonista adolescente ni esconde ni expone su homosexualidad a su familia. La problemática relación con el padre, que al principio no asume la circunstancia, se podía haber tratado como casi siempre en el cine: padre que no acepta que su hijo sea gay- hijo que trata de seguir con su vida alejado del padre- padre que acepta al hijo como es y se da cuenta del tiempo que ha perdido y de lo injusto que ha sido. Pero esta película es cine de verdad, y desde el primer momento sabemos que el padre siente debilidad por ese hijo y que, se ponga como se ponga, jamás dejaría que se alejara de él por causa de su orientación sexual. Así, asistimos a un drama familiar no provocado por la orientación sexual de uno de sus miembros, pero en el cual dicha orientación supone, en lo profundo, un asidero moral y un lugar de encuentro.
Tanto Laurence Anyways como C.R.A.Z.Y. pertenecen a ese grupo de películas que en los últimos años tratan la homosexualidad desde la normalidad, no desde la excepción, el paternalismo o las buenas (y manidas) intenciones. Estoy hablando de Fuckin Amal (Lukas Moodysson, 1998), Keep the ligths on (Ira Sachs, 2012) o Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012).
El caso contrario lo ocupan películas que venden sexo adolescente, o sexo lésbico, o mejor aún sexo lésbico adolescente, como quien vende pescado, con el objetivo de pasar por atrevidos, autores contracorriente o (aborrezco la palabra) outsiders. Creo que saben de por dónde voy, queridos. Esa actitud tan infantil de querer aparentar pasarte las convenciones por el forro casi siempre esconde la pretensión de ser aclamado, premiado y considerado contestatario contra lo establecido. Al menos aún existen autores que desde la sencillez, la normalidad, el alejamiento del aspaviento y, sobre todo, la sensibilidad extrema, nos entregan obras en cuyos protagonistas todos nos podemos reconocer, pues no son homosexuales, ni transexuales, ni heterosexuales, sino humanos como nosotros perdidos que sólo buscan redimirse, como casi todos, a través del amor.