La novela de tu vida: Jaime Fernández Martín
Por Jaime Fernández Martín*
En noviembre se cumple el centenario de la publicación de Por el camino de Swann, primer volumen de los siete que componen la novela de Marcel Proust. Cien años después En busca del tiempo perdido puede acreditar un largo recorrido entre los lectores de todo el mundo, y ello pese a las dificultades que entraña la lectura de una obra escrita en un estilo que exige un elevado grado de concentración análogo al que Proust puso en escribirla. La complejidad sintáctica de la frase proustiana discurre paralela a la exposición prolija de sus pensamientos que hacen de él un novelista-ensayista, digno descendiente del creador del género, otro francés, Michel de Montaigne.
También la crítica internacional ha elevado la novela al rango de las grandes obras literarias del siglo XX. Según el historiador del arte y de la literatura Arnold Hauser, Proust es “el mayor maestro en el análisis de los sentimientos y pensamientos y marca la cumbre de la novela psicológica”. Witold Gombrowicz comentó en su Diario que En busca del tiempo perdido “es sutil y aguda como la hoja de una espada, vibrante como ella, fina y dura; una obra cruel que toca los nervios más secretos de la realidad”.
Para George Steiner la novela “ha operado como una mitología prescriptiva, creando matices de emoción, giros del ser y de la simulación que eran, de alguna manera, una terra incognita del yo”.
Harold Bloom considera a Proust “tan primordial como Tolstói en su universalidad y en su profunda conciencia de la naturaleza humana, tan sabio como Shakespeare”. Milan Kundera ha subrayado que Proust que no escribió la obra “para hablar de su propia vida, sino para iluminar en los lectores la vida de ellos”.
Aparentemente En busca del tiempo perdido es una novela de formación en la que el Narrador, Marcel (no confundir con Marcel Proust), en tanto que individualidad predominante, desempeña la doble función de protagonista y observador. La novela es original por muchas razones, pero una de las más llamativas es que su argumento gira en torno a las peripecias de un joven de la alta burguesía parisina, cuya máxima aspiración es convertirse en escritor, y que relata en primera persona su lucha interior para emprender la obra en la que deberá dar cuenta tanto de su experiencia mundana como de los percances derivados de esa lucha. De ahí que el comienzo de la novela, en la que el narrador se adentra en los recuerdos de su infancia, coincida con el abandono voluntario de su vida mundana para emprender la escritura de la obra el lector está leyendo.
El título del último volumen, El tiempo recobrado, lo dice todo: ha llegado el momento en que el Narrador tiene que entregarse a la compleja tarea de recuperar el “tiempo perdido” mientras vivió como un rentista que frecuentaba los salones aristocráticos, daba sus primeros pasos en la literatura, se enamoraba de una joven de la sintió unos celos atroces y que pronto moriría en un accidente de caballo, cultivaba algunas amistades y profesaba una sentida admiración hacia los seres más queridos: su madre y su abuela, dos personas muy cultas.
En busca del tiempo perdido no es una novela convencional. Se trata más bien de un ensayo en el sentido vital y literario del término sobre la existencia de un individuo que, pese a la singularidad de su propósito –escribir una novela-, del medio social en el que se mueve y de las personas con las que traba relación, vierte lúcidas reflexiones que apelan a la conciencia y al núcleo de ésta: la memoria y sus recovecos más oscuros e intrincados. No basta con vivir, viene a decirnos Proust, hay que recordar lo vivido, y si es posible depurar los recuerdos a través del filtro de la escritura que los dotará de trascendencia, redimiendo al escritor de la nimiedad de esta vida, en la que el destino más previsible es el olvido.
Los recuerdos narrados en la novela arrancan siempre de la rememoración de una sensación revivida fortuitamente por el Narrador en algún momento de su vida adulta. Esa sensación no buscada, aunque sí hallada casualmente, será la llave que le abra las puertas del Tiempo Perdido.
*Jaime Fernández Martín (Cáceres, 1960) es periodista y autor del ensayo De claro en claro: Una lectura de El Quijote (Editora Regional de Extremadura, Badajoz, 2009). Además, ha publicado Latín y mentiras (Valdemar, Madrid, 1999), una antología de pensamientos de autores clásicos relacionados con la educación y La ciudad de los extravíos: Visiones venecianas de Shakespeare y Thomas Mann (Fórcola, 2010). Es autor del blog En lengua propia.