Todos queremos lo mejor para ella (2013), de Mar Coll
Por Miguel Ángel Martín Maestro (vs) Jordi Campeny
Eso es lo que piensan los familiares que rodean a Geni (espléndida Nora Navas), que hacen lo mejor y quieren lo mejor para su familiar, una persona que pasó del éxito, del dinero, del trabajo reconocido, al estado mental de depresión absoluta y desconcierto provocado por un accidente que le ha dejado secuelas físicas y psíquicas. El desconcierto del personaje, su limitación para reanudar su vida anterior sirve para que la protagonista empiece a cuestionarse lo bueno y envidiable de su vida anterior. En la mente de Geni se ha soltado un cable o se ha apretado un interruptor que, en plenitud de facultades, mantenía engañado al personaje con la perfección de su vida, esa perfección manipulada, maquillada, burguesa, de escaparate hacia afuera y de absoluta represión interior. La que se impone el propio personaje y la que deja que su familia le vaya imponiendo, cortando las alas de una libertad que, en algún momento existió, hasta que surgió el momento de “hacer lo que hay que hacer” y sacrificarse para nada.
En la catarsis de Geni influye poderosamente la aparición, un tanto forzada, del personaje de Valeria Bertucelli, pero esa introducción forzada resulta absolutamente necesaria para que nuestro personaje pueda liberarse de las cadenas (auto)impuestas. En el recuerdo de la juventud compartida Geni rememora los planes de huida hacia delante, de evadirse del mundo burgués acomodado de clase alta al que pertenece y crecer como persona viajando sin rumbo con su amiga hasta encontrar la finalidad de una vida, pero segura de que esa cuadrícula que forma casa, trabajo y familia no es lo que ansía en la vida. En el camino de reconstrucción personal, donde la cojera nunca desaparecerá, la física y la emocional, Geni se equivocará sucesivamente, pero aceptará el error como una forma de superación. Llega tarde para compartir la nueva vida con su amiga del pasado, no son momentos de experimentos ni huidas hacia delante para la gente de 40 años, pero para Geni es el penúltimo tranvía que pasa por delante y lo va a intentar aprovechar.
Para ello tendrá que romper las cadenas que lastran su vida en el seno familiar, un marido que es un capullo integral y un padre que sólo piensa en mantener la tradición familiar, ya en la mesa o en la colocación de una cama, que se note quien mandó siempre. Geni, en su limitación, comprende que ni el dinero ni las propiedades hacen mejor a una persona ni a una vida, por eso su intento de ayuda a la amiga en dificultades no deja de ser un acto de compasión equivocado que le abre los ojos. Obviamente su entorno pensará que Geni ha empeorado y su estado mental es preocupante, pero quizás nunca estuvo más lúcida que cuando se enfrenta a lo “correcto”
La película, segunda de la directora que ya es una realidad, Mar Coll, disecciona nuevamente , como en “Tres días con la familia”, las relaciones de poder y sumisión que se desarrollan dentro de las familias, las castraciones que conlleva intentar contentar a tu ambiente antes que a uno mismo. Mar Coll, usando colores fríos, casas de una neutralidad emocional aplastante, ropas oscuras para Geni, dibuja un personaje que es un caramelo para su protagonista (premio de interpretación en la Seminci de 2013) pero no deja solo al personaje, sino que le rodea de un núcleo familiar brillantemente dibujado en pocas escenas pero donde vemos al patriarca, a la hija que sigue la senda familiar, a la cabra loca, a la que había sido una hija ejemplar hasta el momento del accidente, y todo con un sentido del humor apreciable, unas veces negro y otro el propio de las relaciones cotidianas, con un elenco de actrices formidable al que hay que unir a Clara Segura y Ágata Roca como hermanas. El uso de la música también es destacable, esa escena de Geni cojeando por calles de Barcelona como el Paseo de Gracia y adyacentes, al ritmo convulso del invierno vivaldiano es todo un ejemplo de uso de la música al servicio de la historia y no al revés, no es música de adorno, sino música para los personajes. Mar Coll compone una segunda película muy notable, sin decaimientos en su desarrollo ni efectismos sentimentales que hubieran sido muy fáciles de colocar para contentar al gran público teniendo en cuenta la historia que se nos cuenta, una de las películas destacadas del festival de Valladolid, que ha obtenido reconocimiento, no tanto como merecía, pero al menos se ha valorado parte del gran trabajo de todo el equipo.
Por Jordi Campeny.
Encontrar tu lugar en el mundo. Esa ardua y a menudo frustrante tarea que todo ser humano emprende a lo largo de su existencia resulta infinitamente más extenuante y difícil si –afortunadamente- consigues salir de una experiencia colindante con la muerte. Esta premisa es la que utiliza la joven cineasta catalana Mar Coll (Tres días con la familia, 2009) en su segundo largometraje, Todos queremos lo mejor para ella, para narrarnos el periplo de Geni, una superviviente de 38 años que intenta reincorporarse a la vida tras un accidente automovilístico.
Con secuelas físicas –una cojera- y múltiples de psíquicas, la protagonista (maravillosa, quebradiza, convincente Nora Navas, premiada como mejor actriz en la Seminci de Valladolid) va dando palos de ciego en una realidad que creía controlada y afianzada pero que, sin embargo, se le rebela distinta, hostil, amenazante.
La película arranca inmejorablemente, ofreciéndonos una sutil y pertinente composición del universo de Geni: sus espacios, su gente, su abismo interior. Coll consigue durante la primera parte del film que sintamos como propio el desaliento y desconcierto de su protagonista; su castillo de naipes derruido es también el nuestro.
Sin embargo, sin apenas darnos cuenta, nos vamos distanciando paulatinamente de su drama, hasta que, al final, y muy a pesar nuestro, nos queda la sensación de que el abismo de Geni nos ha rozado y removido pero se ha acabado yendo. Vamos a intentar analizar por qué. Una respuesta la encontramos quizás en los personajes que rodean a la protagonista; meros satélites que gravitan a su alrededor pero ausentes de complejidad psicológica. Resulta complicado entender el distanciamiento y extrañeza de Geni hacia su familia cuando éstos se nos presentan con apenas dos o tres trazos. Cierto es que éstos son suficientes para ver que todos ellos, de un modo u otro, cojean también, pero algo más de enjundia y complejidad en sus caracteres y relaciones hubieran ayudado a componer un retrato más sólido y convincente de las relaciones familiares, que es, a fin de cuentas, el leit motiv de la película. Todo ello, sumado a una cierta frialdad expositiva, contribuye a que el espectador pueda, en el tramo final del recorrido, sentirse levemente ajeno a lo que le están contando.
Pero, para ser justos, y colocando los distintos elementos que conforman esta notable película en una balanza, ésta acaba cayendo indudablemente hacia el lado del buen cine; del cine maduro y reflexivo, sensible e inteligente. El uso de la música (sus insólitas piezas que le dan un aire a lo Woody Allen en algunos fragmentos) o el excelente trabajo del equipo de vestuario (elecciones precisas y elocuentes que a menudo cuentan más del personaje que el personaje en sí) son algunos elementos –sumados a los ya mencionados- que ayudan a equilibrar la balanza cuando la película pierde fuelle.
En definitiva, a pesar de no conseguir en este caso una pieza redonda, seguiremos los pasos de su autora, Mar Coll; esta creadora de microcosmos familiares verosímiles y disfuncionales de regusto agridulce y notoriamente francés.