Escena

Juan Mayorga: un dramaturgo en primera fila

 

Al contrario que su protagonista, Claudio, Juan Mayorga no puede hoy por hoy sentarse en la última fila para observar sin ser observado. La lucidez y la inteligencia de sus obras le han convertido en el punto de mira de muchos profesionales del teatro que escogen sus textos a lo largo y ancho del mundo para subirlos a escena.

No deja de ser una bonita coincidencia (de esas que suenan a suerte buscada) que la compañía La fila de al lado sintiera el pálpito de comenzar su andadura con el texto de Juan Mayorga El chico de la última fila. Así pues, desde la fila de al lado de la última fila llega un montaje honesto y cercano que ha satisfecho las expectativas del dramaturgo.

Y es que corren buenos tiempos para El chico de la última fila. El año pasado el director francés François Ozon llevó al cine el texto de Mayorga con unos resultados excelentes. No nos extraña nada que Juan Mayorga esté contento y, para nosotros, es una suerte poder entrevistarle en el marco de esta buena racha (que, por otro lado, y más que merecidamente, lleva durándole muchos años).

 

En El chico de la última fila se habla de la relación entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, del inmortal tema de las apariencias engañosas, del proceso creador, etc., ¿es siempre consciente de todas las cosas de las que quiere hablar en sus obras o alguna vez le han sorprendido señalándole aspectos en los que usted no había reparado?

Una obra sabe cosas que su autor desconoce. Eso se puede afirmar de cualquier creación artística, pero con más razón de un texto teatral, que nace para ser desplazado -por el director, los actores, el escenógrafo, etc.- a lugares no previstos por quien lo escribió. Los buenos montajes –como lo es el de El chico de la última fila dirigido por Víctor Velasco– siempre te enseñan algo sobre tu obra, y los buenos actores te hacen descubrir en tus personajes luces o sombras que tú no sabías que estaban allí.

 

Escena de 'El chico de la última fila', de Juan Mayorga.
Fotografía: EmilioTenorio.

 

En su obra los personajes no son representantes modélicos, ni de profesor ni de alumno, sino que manifiestan ciertos talentos particulares. En cuanto a la educación artística y literaria en Secundaria, ¿cree que los problemas están más centrados en los profesores, en los alumnos o en el sistema?

Germán y Claudio son seres heridos a los que la imaginación y la pasión por la escritura ayudan a vivir. Me temo que en nuestras aulas cada día hay menos espacio para la pasión y para la imaginación. Y que en un sistema escolar cuyo propósito es, antes que formar personas, adiestrar a los alumnos para competir en el mercado laboral, las artes y las humanidades van a ser tratadas cada curso con menos respeto.

 

Dado que El chico de la última fila habla tanto de la teoría de la creación literaria, ¿considera que la obra podría ser una buena herramienta didáctica para los alumnos de Secundaria o de escritura dramática?

El chico de la última fila ha sido leída y representada por varios grupos de estudiantes de secundaria. Por otro lado, supongo que estudiantes de literatura o de escritura pueden sacar algún provecho de ella en la medida en que es una obra que pone en escena la escritura misma y que contiene algunas reflexiones sobre el arte de componer un relato, sobre la construcción del personaje o sobre el sentido mismo de escribir.

 

Teniendo en cuenta el éxito de la versión cinematográfica de El chico de la última fila de François Ozon, ¿le tienta el oficio de guionista?

Me tienta cualquier forma de escritura, incluida la cinematográfica.

 

Juan Mayorga.
Fotografía: Paco Navarro.

La lengua en pedazos ha sido su primera incursión en el mundo de la dirección escénica, ¿le gusta participar en el montaje de sus obras o prefiere verlo “desde la última fila” el día del estreno?

El espectáculo es del director. Si él así lo quiere, con mucho gusto y mucho respeto colaboro con mis comentarios y sugerencias en la puesta en escena, antes y durante los ensayos e incluso después del estreno.

 

Sus obras tienen siempre un alto grado de compromiso con la realidad, ¿sale a la búsqueda de los temas para  poner en evidencia algunos aspectos de la realidad o los temas le buscan a usted? 

Casi nunca he escrito un texto teatral partiendo del tema. La paz perpetua, mi respuesta al encargo de escribir una pieza sobre la violencia terrorista, es un caso excepcional en mi trabajo. Generalmente escribo a partir de un personaje, una frase, una imagen que se me imponen hasta convertirse en pasión de escritura. Esos impulsos aparecen en cualquier momento, al doblar cualquier esquina. Los temas casi siempre llegan mucho más tarde –incluso después del estreno.

 

Y por último, en El chico de la última fila se transmite la idea de que el proceso creador es una dura tarea de escritura y reescritura, ¿reescribe todavía mucho sus obras o la práctica del oficio le permite ir hoy en día más ágil en su elaboración?

El año pasado reescribí enteramente mi primera obra, Más ceniza. Este verano he reescrito Angelus Novus, una pieza cuya primera versión tiene veinte años. Últimamente, impulsado por un montaje de La tortuga de Darwin que acabo de ver en Atenas, he decidido revisar también esta obra. ¿Por qué reescribo? Porque soy ambicioso y el tiempo –las puestas en escena, la recepción de las obras y, sobre todo, mi propia vida– me va revelando qué es lo esencial del texto y qué lo superfluo, qué merece ahondarse y qué debe sacrificarse.

 

Muchas gracias y que siga la racha. 

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